Rutinario terror adolescente

La (muy relativa) gracia de Km 666 no est¨¢ en c¨®mo acabar¨¢, ni en saber qui¨¦n o c¨®mo lograr¨¢ salvarse, sino en las (m¨ªnimas) variaciones sobre el modelo. Y lo cierto es que son bien pocas: si algo propone el filme de Schmidt no es otra cosa que el regreso, sin ning¨²n maquillaje, al fil¨®n en su versi¨®n a?os setenta-ochenta, al grupo asediado, a los asesinos que conocen mucho mejor el terreno, al indecible derrame sangriento en el que inevitablemente concluir¨¢ toda la peripecia. Nada m¨¢s. Si acaso, aqu¨ª los psic¨®patas viven en un bosque lejan¨ªsimo, se dedican a coleccionar los autom¨®viles de todos los que se van cepillando de las m¨¢s brutales maneras, huyen con vigor del agua y el jab¨®n y exhiben un estadio evolutivo m¨¢s humanoide que humano, m¨¢s cercano al croma?¨®n que al sapiens sapiens.

Todo lo dem¨¢s es lo que promete la tradici¨®n: las camisetitas ce?idas y muy escuetas de las atractivas v¨ªctimas femeninas, el arrojo un tanto suicida de los miembros varoniles del grupo, m¨¢s las mutilaciones, desbordes adrenal¨ªnicos y hemoglob¨ªnicos varios... todo lo que ha hecho, desde los setenta, las delicias de p¨²blicos amantes del hachazo. S¨®lo para ellos est¨¢n hechas estas cosas: abstenerse rigurosamente el resto.