El peso de la calle
Se supon¨ªa que el protagonismo de las multitudes en la historia y la pol¨ªtica era cosa del pasado. Una amable movilizaci¨®n puntual cada cuatro a?os, consistente en salir de casa para ir a votar y volver, garantiza la buena marcha del sistema democr¨¢tico. En cambio, es obvio que la idea de que el ciudadano puede y debe ejercer maneras de participaci¨®n directa en los asuntos p¨²blicos, basadas en la apropiaci¨®n colectiva del espacio p¨²blico, mantiene una actualidad absoluta, confirmada en los ¨²ltimos a?os incluso en las sociedades de capitalismo avanzado. El peso central de la ocupaci¨®n de calles y plazas por parte de fusiones humanas sobrevenidas no deja de constituir una especie de impugnaci¨®n -o cuando menos de matizaci¨®n- de la democracia delegativa, puesto que son los propios afectados por ciertas circunstancias quienes toman la palabra por s¨ª mismos, al margen de la mediaci¨®n de sus supuestos representantes administrativos y fuera de los cauces reglamentarios a los que se supone que la opini¨®n p¨²blica debe someterse para poder existir.
La ciudad de Barcelona es un buen ejemplo de ello. Lo demuestra un reciente estudio sobre el ¨²ltimo medio siglo de ocupaciones vindicativas de la calle en la capital catalana: Carrer, festa i revolta. Els usos simb¨°lics de l'espai p¨²blic a Barcelona, 1951-2000, a cargo del grupo de etnograf¨ªa de los espacios p¨²blicos del Instituto Catal¨¢n de Antropolog¨ªa, que acaba de publicar el Departamento de Cultura en el marco del inventario del patrimonio etnol¨®gico de Catalu?a. Su asunto: la persistencia de estilos de apropiaci¨®n coral de ciertos aspectos de la trama urbana -ciertos puntos en los que reunirse, desde los que partir en comitiva, por los que pasar, que eludir, en los que detenerse, donde desembocar- para hacer de ellos escenario en que los sectores sociales en conflicto o los grupos humanos agraviados dramatizan sus contenciosos.
Los ¨²ltimos a?os han puesto de manifiesto el vigor de esa tradici¨®n barcelonesa de hacer elocuente la calle y la plaza por parte de co¨¢gulos humanos dotados de inteligencia y voluntad. En el ¨²ltimo lustro, cada a?o y en torno a la primavera, como si de una cita inapelable se tratase, las multitudes se han concentrado y han deambulado por el sistema viario de la ciudad para expresarse contra situaciones consideradas inaceptables, con repercusiones que desmienten la inutilidad que se atribuye con frecuencia a este tipo de rituales modernos. Repasemos la lista.
Mayo de 2000. Miles de personas se expresan en p¨²blico en rechazo del desfile del D¨ªa de las Fuerzas Armadas que se pretende celebrar en lugares c¨¦ntricos de la ciudad, entendiendo la exhibici¨®n de las tropas como una especie de usurpaci¨®n contaminante que no cab¨ªa tolerar. Finalmente, el acto militar tiene que llevarse a cabo en un rinc¨®n marginal de la ciudad y casi a puerta cerrada.
Junio de 2001. El anuncio de una reuni¨®n del Banco Mundial suscita planes para el rechazo p¨²blico de otra presencia considerada inaceptable. La perspectiva de disturbios -que se habr¨¢n de producir igualmente- hace que los convocantes del encuentro econ¨®mico internacional suspendan su realizaci¨®n. Decididamente, Barcelona da miedo.
Marzo de 2002. La cumbre de jefes de Estado y de gobierno europeos es interpretada nuevamente como un intento de intrusi¨®n por parte de una entidad extra?a detestable. Neg¨¢ndoles su hospitalidad, la ciudad obliga a los grandes mandatarios del continente a acampar a sus puertas y les hace inviable la m¨ªnima visibilizaci¨®n en su interior. Una Barcelona ocupada por la polic¨ªa advierte de que no est¨¢ dispuesta a aceptar la presencia de ciertos indeseables en sus calles.
Febrero y marzo de 2003. Colosales movilizaciones contra de la guerra en Irak, consistentes en una ocupaci¨®n poco menos que permanente de las calles de la ciudad, deslegitiman los planes belicistas gubernamentales y llegan a tener repercusi¨®n medi¨¢tica mundial. El ¨²ltimo episodio lo tenemos bien presente. Marzo de 2004. Muchedumbres urbanas agit¨¢ndose arriba y abajo
vuelven a tomar la palabra en Barcelona para expresar su indignaci¨®n contra la infamia de los poderosos.
Lo interesante es que esa vitalidad social c¨ªclicamente activa ha sido encauzada por plataformas c¨ªvicas ajenas -e incluso hostiles- a las instituciones pol¨ªticas y ha aparecido dotada de unos altos niveles de espontaneidad y autogesti¨®n. Novedad relativa puesto que, de hecho, las consignas que circularon v¨ªa m¨®vil o Internet para convocar a la protesta el s¨¢bado 14 de marzo no fueron sino una versi¨®n de los mismos mecanismos subterr¨¢neos que hicieron posible, por ejemplo, la c¨¦lebre huelga de tranv¨ªas en Barcelona en marzo de 1951. Incluso acciones de masas convocadas institucionalmente, como la de diciembre de 2000 contra el asesinato de Ernest Lluch o contra los atentados de Madrid el pasado 13 de marzo, acabaron convirti¨¦ndose en protestas contra autoridades presentes en busca de legitimidad.
Se dice que la ciudadan¨ªa vive narcotizada por los medios de comunicaci¨®n. ?La democracia?: una comedia que s¨®lo requiere el gesto mec¨¢nico de depositar un voto cada cuatro a?os. Desmintiendo tales efectos ¨®pticos, en Barcelona, a?o tras a?o, rejuvenece el viejo impulso de bajar a la calle para encontrarse con otros, desvelando as¨ª una antigua verdad. Los poderes, en lo alto, crey¨¦ndose su propio sue?o de control sobre un mundo social del que en realidad no saben nada. A ras de suelo, una pura energ¨ªa colectiva siempre dispuesta a cambiarlo todo de sitio. Abajo, una potencia sin poder. Arriba, un poder impotente.
Manuel Delgado es profesor de Antropolog¨ªa en la Universidad de Barcelona.
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