Las ra¨ªces del monstruo
Las c¨¦lulas de Al Qaeda estaban ya repartidas por medio mundo cuando se descubri¨® su peligrosidad. Hoy algunas siguen durmientes
Desde el 11-S el terror tiene un nombre, Al Qaeda, y un responsable m¨¢ximo, Osama Bin Laden. Para combatir sus ra¨ªces, Estados Unidos bombarde¨® Afganist¨¢n entre octubre y diciembre de 2001, y el a?o pasado, Irak. Y sin embargo Bin Laden sigue en paradero desconocido y Al Qaeda sembrando el terror. Cuesta creer que el Ej¨¦rcito m¨¢s poderoso del mundo haya sido incapaz de poner coto a ese monstruo. Pero es que para cuando el mundo descubri¨® su capacidad destructora, sus tent¨¢culos ya se hab¨ªan extendido por medio planeta. "El mayor peligro son sus c¨¦lulas durmientes", ha advertido el autor paquistan¨ª Ahmed Rashid. Entre 4.000, seg¨²n algunos expertos, y 100.000 potenciales terroristas, que cifr¨® Bush tras el 11-S, est¨¢n esperando una ocasi¨®n para agrandar el nombre de Al Qaeda.
"El mayor peligro son sus c¨¦lulas durmientes", advierte Ahmed Rashid
La ola de terrorismo mal apellidado isl¨¢mico afect¨® en primer lugar a Oriente Pr¨®ximo
Al Qaeda no es "un simple movimiento de ¨¢rabes y afganos", seg¨²n varios expertos
La historia de Al Qaeda empieza en 1979, antes de su propia fundaci¨®n, con la invasi¨®n sovi¨¦tica de Afganist¨¢n. Son tiempos de la guerra fr¨ªa y EE UU no est¨¢ dispuesto a permitir el avance rojo en ning¨²n frente. Se inicia entonces un plan para castigar esa osad¨ªa. Con la ayuda financiera de Arabia Saud¨ª y log¨ªstica de Pakist¨¢n, Washington recluta a miles de voluntarios musulmanes que, convencidos de que van a luchar al infiel y estimulados por salarios que multiplican por diez sus magros ingresos, acuden al frente con m¨¢s fervor que preparaci¨®n.
Proceden sobre todo de Pakist¨¢n, cuya poblaci¨®n past¨²n tiene lazos de sangre al otro lado de la frontera, de pa¨ªses ¨¢rabes pobres, como Egipto o Yemen, pero tambi¨¦n de los ricos, como Arabia Saud¨ª, y en menor medida del sureste asi¨¢tico. Los ¨¢rabes, como pronto empieza a conoc¨¦rseles en las filas afganas a pesar de sus procedencias diversas, se unen all¨ª a los muyahid¨ªn, literalmente "los que hacen la yihad" y es que como una yihad (guerra santa) se presentaba la lucha contra el invasor sovi¨¦tico. Hay dinero a espuertas para financiar la campa?a y con los voluntarios llega armamento y corrupci¨®n. Tambi¨¦n algunos idealistas.
De creer los testimonios de quienes le conocieron en aquella ¨¦poca, Bin Laden pertenec¨ªa a ese ¨²ltimo grupo cuando a mediados de los ochenta lleg¨® a un Afganist¨¢n en plena guerra civil. No fue el ¨²nico joven ¨¢rabe de buena familia que sinti¨® la llamada de la solidaridad con los hermanos afganos. Hijo de un multimillonario constructor saud¨ª de origen yemen¨ª, Osama ten¨ªa dinero propio con el que financiar su aventura. Tal vez no era a¨²n un islamista radical, pero hab¨ªa en ¨¦l algunos rasgos que luego se han probados comunes a muchos de ellos: formaci¨®n moderna, esp¨ªritu piadoso y falta de v¨ªas de expresi¨®n pol¨ªtica en su pa¨ªs de origen.
La relaci¨®n de Bin Laden con la CIA durante esos a?os constituye un cap¨ªtulo oscuro. Mientras que hay testimonios de que ¨¦l, como otros adinerados saud¨ªes, habr¨ªa ayudado a canalizar la ayuda que esa agencia proporcionaba a los muyahid¨ªn, Washington siempre han negado cualquier v¨ªnculo. Sea como fuere, cuando a ra¨ªz de la desaparici¨®n del r¨¦gimen sovi¨¦tico Estados Unidos pierde inter¨¦s en Afganist¨¢n y deja de enviar dinero, el saud¨ª, que entonces ya est¨¢ en la treintena, sigue visitando el pa¨ªs. Ha formado un grupo que llama Al Qaeda (la base) y comparte con los afganos la sensaci¨®n de abandono de sus antiguos aliados.
Casi ser¨ªa una historia rom¨¢ntica si no fuera peligrosa. Pero todo cambia el d¨ªa en que Bin Laden se cruza con Aym¨¢n al
La sinton¨ªa personal se transforma en alianza. Es a partir de entonces cuando la inicial lucha contra el infiel de Al Qaeda desborda las fronteras afganas y se extiende a los soldados estadounidenses en Somalia (1993), las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania (1998), el destructor norteamericano US Cole (2000) y, finalmente, las torres gemelas y el pent¨¢gono (2001). ?Qu¨¦ ha pasado? Nadie lo sabe muy bien. Algunos analistas defienden que, convencidos de ser los art¨ªfices de la derrota del r¨¦gimen sovi¨¦tico e imbuidos de su propia propaganda isl¨¢mica, los cabecillas del apoyo ¨¢rabe a la resistencia afgana se lanzan a derrotar a la otra gran superpotencia.
Otros expertos discrepan y consideran que la guerra contra estados unidos es un instrumento. "dividir al mundo isl¨¢mico entre la umma (comunidad musulmana) y los reg¨ªmenes aliados con EE UU les ayudar¨ªa a conseguir su fin primordial: avanzar la causa de la revoluci¨®n isl¨¢mica dentro del mundo musulm¨¢n", ha escrito en foreing affairs Michael Scott Doran, profesor de estudios de oriente pr¨®ximo en la universidad de Princeton. Prueba de ello ser¨ªa que la ola de terrorismo mal apellidado isl¨¢mico afect¨® en primer lugar a oriente pr¨®ximo cuando a principios de los noventa regresaron los afganos, como se conoce a los militantes ¨¢rabes que combatieron en Afganist¨¢n.
Mientras tanto, el cambio de situaci¨®n que se ha producido en ese pa¨ªs da a Al Qaeda una base segura. Abandonado a su suerte tras la salida sovi¨¦tica, Afganist¨¢n se ve sumido en una nueva guerra civil: los siete grandes grupos de muyahid¨ªn se pelean ahora entre ellos por el control de Kabul. Hasta que, impulsados por los servicios secretos paquistan¨ªes y recibidos con flores por una poblaci¨®n exhausta, llegan los talib¨¢n (seminaristas musulmanes). Formados y armados en las madrasas del vecino Pakist¨¢n, se imponen en el pa¨ªs con un mensaje de pureza isl¨¢mica que coincide con los valores que persigue Bin Laden.
El saud¨ª, a quien su gobierno ha retirado la nacionalidad en 1994 y ha tenido que abandonar su refugio en Sud¨¢n en 1996, se instala en Afganist¨¢n. Con recursos financieros superiores a los del r¨¦gimen talib¨¢n, Al Qaeda (cuyo patrimonio se estima en 5.000 millones de d¨®lares) parasita el pa¨ªs y lo convierte en su santuario. El bombardeo de varios de sus campos de entrenamiento en 1998, tras los atentados de Nairobi y dar es Salam, no pareci¨® desanimar sus planes. Hasta la guerra de octubre de 2001.
En s¨®lo diez a?os el monstruo ha extendido sus tent¨¢culos por medio mundo y los servicios de espionaje que inicialmente no le prestaron demasiada atenci¨®n se han lanzado a una carrera contra el tiempo para intentar cortarle la cabeza antes de que sea tarde. "Incluso si Bin Laden resultara muerto, se trata de una organizaci¨®n que puede continuar", advierten expertos en la lucha antiterrorista. Observadores avezados de Al Qaeda coinciden en que es un error verlo como "un simple movimiento de ¨¢rabes y afganos".
Su alcance est¨¢ determinado por su sistema de relaciones flexibles. No se trata de una organizaci¨®n estructurada. "Tiene un n¨²cleo central y montones de peque?os n¨²cleos ligados al centro, pero capaces de operar de forma independiente", explica un especialista ¨¢rabe. Otros, sin embargo, interpretan que Al Qaeda "utiliza agentes interpuestos que comparten la misma filosof¨ªa de odio a occidente y logra que esos individuos lleven a cabo su agenda". Por eso se habla de red y resulta tan dif¨ªcil combatirla. No por falta de voluntarios. La base cuenta con todo un entramado de simpatizantes entre aquellos antiguos combatientes afganos, m¨¢s nuevos desafectos captados en mezquitas, universidades y organizaciones caritativas isl¨¢micas.
El problema para occidente es doble. Por un lado, luchar contra los infiltrados en esas instituciones, donde est¨¢ el caldo de cultivo de las c¨¦lulas durmientes, sin alienar a los musulmanes en general. Por otro, hacer frente a la segunda oleada de afganos que han huido de Afganist¨¢n desde que el derribo del r¨¦gimen talib¨¢n les priv¨® de su santuario. En los a?os ochenta la lucha de los muyahid¨ªn era una misi¨®n sagrada. Hoy, el aparato de propaganda de estados unidos llama yihadistas a los herederos de esos combatientes para evitar confusiones.
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