Del suicidio en la marina mediterr¨¢nea
?Por Dios! ?C¨®mo puede ser que el Kadish al que oramos se vuelva nuestro enemigo y nos quiera aniquilar? ?Nos equivoc¨® buscando el mal? ?C¨®mo poder comprender que nuestra vida en com¨²n milenaria, nuestra suerte conjunta nos juegue otra traca de truenos, tragedias y muerte, cuando quer¨ªamos ser tan s¨®lo un pueblo m¨¢s, otro, uno muy normal, siempre elegido por nuestro dios, seguro, pero adaptado como todos al buen esfuerzo de hacer felices a nuestros miembros en esta traves¨ªa entre la nada nonata y nuestra muerte enhiesta y digna?
Nuestros grandes l¨ªderes, galopantes ellos en la arrogancia infinita, han decidido saber y querer matar desde la fuerza para arrogarse el m¨¦rito de salvarnos. Ayer mataron al amanecer a un cl¨¦rigo decr¨¦pito y detestable, rezumante de odio ¨¦l, y sin embargo nos lo convirtieron, ellos, los grandes salvapatrias, en santo para siempre. Mis ni?os palestinos de Hebr¨®n y Nazareth adorar¨¢n mientras vivan y en todo caso cuando mueran -dese¨¢ndolo est¨¢n- a este hombre imperfecto y odioso, a este miserable sabio del horror, cuya decrepitud era una monstruosa prolongaci¨®n de sus obsesiones de muerte.
Hasta aqu¨ª mi homenaje a un hombre al que siempre despreci¨¦. Porque jam¨¢s supo querer a quien no fuera prolongaci¨®n propia de angustias y esperanzas. Yassin, el jeque venerado, era un monstruo perfecto en esa monstruosidad que generan la miseria, la angustia y la desesperaci¨®n. Ese "preferimos la muerte a la vida" es todo un acto de fe de quienes desprecian la vida porque s¨®lo la conocen bajo un manto de tinieblas. ?Miserables como vosotros, los desprendidos de la vida porque ninguna os es mejor que la muerte m¨¢s infame, sois los que nos hab¨¦is arrebatado la vida de j¨®venes repletos de amor a su propia existencia y a la de sus semejantes en Madrid hace unos d¨ªas? Vosotros, los que se consideran maltratados por el cielo y la historia y jam¨¢s hab¨¦is tenido el m¨ªnimo coraje para conquistar un m¨ªnimo de vida con compasi¨®n para lanzar a vuestros hijos por la senda del desaf¨ªo sin rencor, de la aventura que construye humanidad y no se venga de sus propias impotencias. ?Sois vosotros los que clam¨¢is venganza o, aun m¨¢s, justicia?
Vosotros sois, rec¨¦is cuanto rec¨¦is, llor¨¦is cuanto llor¨¦is, pla?ideras totales de vuestro fracaso, unos tristes seres que s¨®lo saben generar dolor para recordarnos un lamento propio que en gran parte es un m¨¦rito vuestro, ganado a pulso. Sois vosotros los ¨²nicos que nos destroz¨¢is en nuestras vidas, que, por todo lo dem¨¢s, pod¨ªan ser libres. Incluso gozosas y felices.
Aqu¨ª se topan nuestras buenas figuras de la Torah, las pesadillas de Isaiah Bashevis Singer y del Cor¨¢n, de la Biblia y de los c¨¦ntricos mensajes del Pent¨¢gono. Pero m¨¢s all¨¢ de las promesas hip¨®critas de evangelistas y adventistas, est¨¢n aquellas frases que nos aseguraban que con la apuesta de Irak estaba la imposici¨®n real, de una soluci¨®n en Oriente Pr¨®ximo. Nos lo dijeron y no ha sido as¨ª, pero as¨ª las reclamamos. Esta promesa, la ¨²nica veraz, tiene dos patas, s¨®lo dos. Adi¨®s asentamientos y adi¨®s derecho de retorno de palestinos a Israel. Todo lo que no pase por ah¨ª es una necia y terca tergiversaci¨®n de la posibilidad de paz que prolonga el sufrimiento indefinidamente.
El primer ministro israel¨ª, Ariel Sharon, cree poder tratar a su mundo con su gesto permanente de sangre. Los europeos, tambi¨¦n los norteamericanos, tenemos que dejar claro a Sharon que somos nosotros los que estamos prestando el mayor tributo de sangre a la paz de Oriente Pr¨®ximo. Espa?oles, alemanes, norteamericanos y gentes de todo el mundo hemos muerto por un conflicto que conmueve nuestras voluntades pero en el que sabemos que gentes como Sharon, con iniciativas como la de ayer en Gaza, no s¨®lo no ayudan a los nuestros, sino que buscan nuestro dolor, sufrimiento y muerte. Siempre quisimos que esos pueblos convivieran en un rinc¨®n creado, como redenci¨®n, de la muerte en Europa. Pero nunca podremos favorecer el suicidio de un pa¨ªs, nuestro, que por odio se va a dejar echar al mar. A la muerte que provoca. Al Mediterr¨¢neo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.