Jorge Edwards resucita a un Neruda rom¨¢ntico y rimbaudiano
Lleno de ingenio y con una memoria de elefante, sin necesidad de leer un papel, Jorge Edwards resucit¨® ayer, en la clausura de las Jornadas Pablo Neruda en Espa?a, a un Neruda humano y fascinante -pese a sus "andares de plant¨ªgrado, su aspecto anfibio, obispal, cardenalicio y su voz gangosa"-, y desvel¨® algunos secretos y contradicciones del poeta "rimbaudiano, juguet¨®n y rom¨¢ntico, muy amante de la naturaleza, de los muebles de madera bonita que dise?aba ¨¦l mismo, del mar, las ciencias naturales, las conchas marinas y los peces".
"Que no salga de estas cuatro paredes", dijo Edwards, "pero Neruda era como Rimbaud, un gran precoz que trajo un aire nuevo a la poes¨ªa. Lo que pasa es que, a diferencia de Rimbaud, quien dej¨® de escribir para siempre, Neruda dej¨® de escribir como escrib¨ªa y empez¨® a escribir de otra manera, de una manera pr¨¢ctica".
La memoria nerudiana de Edwards (Santiago, 1934) empez¨® cuando era un ni?o de 14 a?os y estudiaba en los jesuitas, Colegio Antiguo de San Ignacio: "All¨ª no se pronunciaba la palabra Neruda. Se aprend¨ªan de memoria los versos de Gabriel y Gal¨¢n, y los curas espa?oles s¨®lo te preguntaban: ?C¨®mo va tu pureza, Jorge?".
En ese estado, Edwards ley¨® clandestinamente los primeros y er¨®ticos versos de Veinte poemas de amor ("Cuerpo de mujer, blancos muslos...") y enseguida conoci¨® al poeta, vestido de gabardina verde y corbata amarilla, "en casa del arquitecto Sergio Larra¨ªn, entre obras de Dal¨ª, Picasso y Matta".
A?os m¨¢s tarde, en 1952, se atrevi¨® a mandarle su primer libro de cuentos, El patio, y un tiempo despu¨¦s acab¨® yendo a verle a La Casa de los Guindos. All¨ª supo que el poeta beb¨ªa whisky, que viv¨ªa rodeado de mariposas e insectos, peces y plantas, y que en las paredes no hab¨ªa fotos de Maiakovski, sino de Poe, Baudelaire, Rimbaud y Whitman: "Hab¨ªa renegado de Residencia, pero segu¨ªa en lo mismo".
El poeta-ni?o
Fue as¨ª siempre, sostuvo Edwards. Aunque hiciera poemas pol¨ªticos, amorosos, gongorinos o quevedianos, su pasi¨®n era la naturaleza y la mantuvo hasta el final: "El amor para ¨¦l era una expresi¨®n de la naturaleza. La mujer, un paisaje. Y si defend¨ªa lo popular era porque le parec¨ªa que estaba m¨¢s cerca de la naturaleza y porque la burgues¨ªa le parec¨ªa artificiosa. Eso explica toda su poes¨ªa, no s¨®lo la contemplativa, tambi¨¦n la de acci¨®n. Su actitud fue siempre de poeta. Segu¨ªa la noci¨®n rom¨¢ntica de que el poeta debe conservar el ni?o que fue y que el hombre maduro que conserva mejor ese ni?o, mejor poeta es. Por eso bromeaba siempre, compraba juguetes, se disfrazaba. ?se era Neruda".
Jos¨¦ Carlos Mainer ilustr¨® en una conferencia anterior las vicisitudes y pol¨¦micas que vivi¨® la poes¨ªa del habitante de La Casa de las Flores en la Espa?a de los a?os cuarenta y cincuemta. La recepci¨®n, dijo, oscil¨® entre la influencia que ejerci¨® sobre Luis Rosales (el estilo) o Gabriel Celaya (el talante) y el odio que despert¨® en los falangistas Panero, Ridruejo y Vivanco.
Babelia
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