Menos que cien d¨ªas
Si algo caracteriza a un Estado moderno es que constituye el mayor espacio com¨²n de convivencia para la ciudadan¨ªa. Importa qui¨¦n sea el que gobierne, pero el marco no resulta demasiado distinto. Existen l¨ªmites econ¨®micos, incluso grupos de presi¨®n, estructuras del Estado y relaciones internacionales que lo definen. Pero, adem¨¢s, existen los adversarios internos a ese Estado, a los que hay que contestar. En los veinticinco a?os de democracia que hemos disfrutado, no ha habido aspirante que haya llegado a la presidencia del Gobierno sin un buen saco de propuestas ingenuas a sus espaldas (valorando como positiva y necesaria esa ingenuidad), pero todos se dieron cuenta en seguida de que lo prioritario era mantener ese espacio com¨²n y la prudencia apareci¨® como por encanto. Hasta la fecha, s¨®lo un presidente fue rupturista: Adolfo Su¨¢rez (dir¨¢n que la ruptura fue pactada, pero fue ruptura con una dictadura precisamente para posibilitar el espacio com¨²n). Los sucesores se encontraron con el espacio com¨²n ya definido.
A Rodr¨ªguez Zapatero no le va a hacer falta ni los cien d¨ªas para demostrar que es presidente de la naci¨®n -naci¨®n plural y contradictoria, en ocasiones suicida y, por ello, en riesgo- que debe gestionar. Ya est¨¢ en tramitaci¨®n parlamentaria el plan Ibarretxe en Euskadi y, salvo que no se crea el cargo al que ha accedido, no podr¨¢ hacerle concesiones; no s¨®lo por el contenido de la propuesta, sino tambi¨¦n por el car¨¢cter unilateral, soberanista, de la misma. Llega Zapatero a presidente tras una masacre terrorista, y su respuesta va conducirle a una actitud conservadora (esperemos que no reaccionaria) frente a tan grav¨ªsimo reto. Y va a tener que soportar, haga lo que haga finalmente con las tropas enviadas a Irak -que es una presencia mucho m¨¢s pol¨ªtica que militar-, una presi¨®n diplom¨¢tica enorme que acabar¨¢ modulando su admirable discurso, cargado de ingenuidad, en este tema. Lo que no quiere decir que incumpla su propuesta, porque se ha convertido finalmente en su gran bandera electoral.
Dejemos aparcados temas tan enjundiosos como la reforma del Senado para convertirla en una C¨¢mara de las autonom¨ªas y el inicio de un proceso federal al que no van a acudir los nacionalismos, que se encuentran en la actualidad m¨¢s conformes con lo que hay ahora que con el aspecto centralista que toda descentralizaci¨®n de signo federal conlleva. En esas grandes reformas que suponen alteraci¨®n constitucional va tener que contar con el PP.
En menos de cien d¨ªas tendremos un presidente estadista o no tendremos nada. Lo previsible, como en el pasado, es que lo tengamos, lo que crispar¨¢ a los nacionalismos, especialmente al vasco, que dejar¨¢ de ser alimentado por el catal¨¢n a poco que le ayude Maragall a poner l¨ªmite a ¨¦ste. Lo que tienen que hacer los partidos es tranquilizarse y apartar, mirando al futuro, el pasado cainita que nos llev¨® a muchos enfrentamientos civiles. El m¨¢s responsable debe ser el presidente, o no ser¨¢ presidente por mucho tiempo. Porque, a pesar del car¨¢cter emotivo del pueblo espa?ol -Marx, La Nueva Gaceta Renana-, la naturaleza moderna de nuestro Estado y de nuestra sociedad no van a favorecer los desboques de odios y enfrentamientos; eso se reduce a los militantes m¨¢s sectarios de los partidos. Otra cuesti¨®n es la de los nacionalismos perif¨¦ricos, que son emotivos hasta la parodia, a los que ese mismo Estado gestionado con prudencia debe integrar (el que sea integrable y se deje) o hacerles frente con toda rotundidad.
Por traum¨¢ticos que hayan sido el 11-M y los d¨ªas siguientes, no debieran existir razones para hacer perdurar tras unas elecciones la din¨¢mica de vencedores y vencidos y del revanchismo tan lamentable en el pasado. S¨®lo muy pocos -los miembros de las m¨¢s enclaustradas capillas de los partidos- dejan de tener buenas relaciones entre personas del otro partido. En menos de cien d¨ªas Zapatero debe tan s¨®lo demostrar normalidad democr¨¢tica, porque, al fin y al cabo, y afortunadamente, s¨®lo han sido unas elecciones, aunque hayamos visto fantasmas del pasado.
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