Arturo del Hoyo, escritor, editor y cr¨ªtico literario
El 31 de marzo falleci¨® en Madrid el escritor Arturo del Hoyo (1917-2004). Nunca lo conoc¨ª, ni siquiera hablamos por tel¨¦fono, pero en los ¨²ltimos tiempos tuve con ¨¦l un curioso y extra?o di¨¢logo a trav¨¦s de dos interlocutores de lujo: Erna Brandenberger y Juan Eduardo Z¨²?iga. Por medio de ellos recib¨ªa noticias suyas, la ¨²ltima hace s¨®lo unos d¨ªas. Al saber mi inter¨¦s por entrevistarlo para la revista Quimera, le dijo a Z¨²?iga que me apresurara ya que se encontraba muy mal. Para ese encuentro, previsto para finales de abril, es ya demasiado tarde.
Arturo del Hoyo naci¨® en Madrid y muy pronto empez¨® a frecuentar el Ateneo, donde pudo fascinado escuchar a Valle-Incl¨¢n, Unamuno o Andr¨¦ Malraux. En 1918 empez¨® a colaborar en El Sol y durante la Guerra Civil lleg¨® a teniente del ej¨¦rcito republicano, particip¨® en la defensa de Madrid, por lo que fue condenado a muerte y estuvo a punto de ser fusilado. Esta condici¨®n de vencido, de superviviente, marc¨®, como a tantos otros, su existencia.
Al acabar la guerra estudi¨® Filolog¨ªa Rom¨¢nica en la Universidad Complutense, entr¨® a trabajar en la editorial Aguilar y form¨® parte de la primera redacci¨®n de la revista ?nsula, donde aparecieron varios de sus cuentos. Una y otra fueron, en aquellos a?os imposibles de la posguerra, dos reductos de republicanismo.
A partir de entonces su vida se escinde entre el trabajo en la editorial y su labor como escritor de cuentos y de relatos infantiles. En este ¨²ltimo territorio, sus Historias de Bigotillo. Rat¨®n de campo, ilustradas por Pierre Monnerat, publicadas por la editorial Juventud en 1987, merecer¨ªan una reedici¨®n.
Como editor y cr¨ªtico prepar¨® para Aguilar, entre otros muchos trabajos de inter¨¦s, las ediciones de las obras completas de Lorca, Miguel Hern¨¢ndez y Baltasar Graci¨¢n. Tambi¨¦n es autor de un ¨²til y manejable Diccionario de palabras y frases extranjeras. Su ¨²ltimo libro de ensayo, aparecido en 2003, se titula Escritos sobre Miguel Hern¨¢ndez. Todos estos estudios con que se ganaba la vida debieron dejarle escaso tiempo para su obra literaria, para sus cuentos. Sin olvidar su evidente exigencia creativa, lo que quiz¨¢s explique su tard¨ªa incorporaci¨®n al cultivo del cuento.
A este g¨¦nero le ha dedicado seis libros, el primero es de 1965, Primera caza y otros cuentos, y el ¨²ltimo acaba de aparecer en la editorial Espuela de Plata, de Sevilla, con el t¨ªtulo de Cuentos del tiempo ido.
Arturo del Hoyo, por tanto, empieza a publicar sus cuentos cuando la llamada generaci¨®n del medio siglo ha dado ya sus mejores frutos. ?l mismo ha contado que se sent¨ªa integrante de un grupo de escritores que se reun¨ªan en el Caf¨¦ de Lisboa: Francisco Garc¨ªa Pav¨®n, Z¨²?iga, Isabel Gil de Ramales y Vicente Soto. Todos ellos cultivaban un tipo de cuento realista, el preferido por ¨¦l, que deb¨ªa ser "expresi¨®n quiz¨¢ m¨ªnima pero delicada de algo, fundada en un peque?o detalle".
Asimismo, fue un defensor de la palabra cuento, concepto que aparece en los t¨ªtulos de varios de sus libros, frente a otros sin¨®nimos que solemos usar tambi¨¦n en castellano, como relato o narraci¨®n. Ocurre as¨ª en el que acaba de publicar, Cuentos del tiempo ido, donde conviven algunos de los mejores que hab¨ªa escrito con otros in¨¦ditos. Arturo del Hoyo apost¨® por el lenguaje, una leve intriga y una tem¨¢tica que pon¨ªa de manifiesto lo mejor y lo peor de la condici¨®n humana. Pero la naturaleza y los animales tambi¨¦n ten¨ªan cabida. Los cuidados finales de estas piezas, ¨¦l mismo lo hab¨ªa explicado, deben incluir casi una sorpresa para el lector, adem¨¢s de ser la consecuencia natural de lo que se ha contado.
Si alguien quiere hacerse una idea precisa del valor de estos cuentos no tiene m¨¢s que leer en su ¨²ltimo libro El lobo, Los pies y El amigo de mi hermano. En 1973 obtuvo con Las se?as el Premio Hucha de Oro, el ¨²nico reconocimiento que mereci¨® como escritor de ficci¨®n. Cualquiera de estos cuentos citados podr¨ªa figurar en las antolog¨ªas m¨¢s exigentes del g¨¦nero.
Le gustaba distinguir entre los "cuentos de buena fe", esos que poseen "vida, car¨¢cter y sangre", y las "falsificaciones". Los suyos, escritos en una lengua rica e intemporal, mantienen la frescura de los mejores relatos de una tradici¨®n de la que forman parte autores de cuentos tan apreciados por ¨¦l como Ch¨¦jov, Turgueniev, Faulkner y Pavese.
Lo que nos duele es la muerte de un escritor al que no le prestamos la atenci¨®n que merec¨ªa. Y, sin embargo, tambi¨¦n quiero evocar la imagen de un pu?ado de lectores que hablaban de sus cuentos con admiraci¨®n y respeto, que compraban sus libros y los regalaban a los amigos para convencerlos de que exist¨ªa un excelente escritor al que seguramente no hab¨ªan le¨ªdo.
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