Rendijas de la conciencia
"Siempre el hombre que tiene conciencia de s¨ª mismo choca con algo hostil a la conciencia". Esta frase, tomada por Claudio Magris del Jakob von Gunten me parece perfectamente definitoria del mundo y los personajes de Robert Walser (1878-1956). Y es perfectamente aplicable a este bandido que se esconde y se muestra en las p¨¢ginas de la ¨²ltima de sus novelas. En realidad, el libro tiene un tono de confesi¨®n, como casi toda la obra de Walser, una confesi¨®n que es tambi¨¦n una autojustificaci¨®n y de ah¨ª parte uno de los cauces de su iron¨ªa. En El bandido hay un narrador que nos cuenta la vida del bandido; este bandido es, sencillamente, un ser dif¨ªcil de encajar en el orden burgu¨¦s predominante porque no posee ninguna de las cualidades apreciadas por ese orden, pero no es un individuo peligroso sino raro, porque finalmente todo su deseo es someterse. El narrador act¨²a como int¨¦rprete y ¨¢lter ego del bandido; sin embargo a medida que avanza el texto y, sobre todo, en su ¨²ltimo tercio, lo acaba desplazando y, en cierto modo, sustituyendo como si, en realidad, el personaje protagonista se hubiera venido desdoblando en dos: el que act¨²a y el que lo narra. La novela es un repaso demoledor al orden burgu¨¦s realizado desde dentro, desde la mano del narrador que conduce al bandido, es decir, desde su propia contradicci¨®n.
EL BANDIDO
Robert Walser
Traducci¨®n de Juan de Sola Llovet
Siruela. Madrid, 2004
160 p¨¢ginas. 16,50 euros
La mec¨¢nica de actuaci¨®n del bandido es simple: siempre piensa lo que debe hacer, pero si se lo autorizan, su reacci¨®n es no hacerlo. No hay un solo paso adelante en su vida que no vaya seguido de un paso atr¨¢s. Todo su esfuerzo vital se reduce a actuar de este modo e interpretar inmediatamente sus actos de modo que su conformismo y su desconcienciaci¨®n se conviertan en valores positivos de la figura que imagina ser. Esta forma de sometimiento, de conformismo, es sin embargo una estrategia de renunciamiento que, en realidad, le lleva tanto a escapar de ese orden burgu¨¦s como de la conciencia de ser pose¨ªdo por ¨¦l, pero diluy¨¦ndose en ¨¦l; se trata de no ser, simplemente, renunciando a la conciencia, a la individuaci¨®n; se trata de someterse como modo de escurrirse por las rendijas de lo establecido. Y eso es, parad¨®jicamente, lo que le convierte en un raro. Hay una frase de un personaje de Gombrowicz que definir¨ªa muy bien al bandido: "Mais me r¨¦volter? Mais comment? Moi? Serviteur?".
Y el bandido se siente muy a
gusto en el anonimato; dice de ¨¦l el narrador: "Le bastaba caminar por entre el gent¨ªo para ser feliz, le parec¨ªa tremendamente placentero". ?sta es la imagen del fl?neur baudeleriano, del gozo de sentirse an¨®nimo entre la multitud. De hecho, el personaje de su novela El paseo es un fl?neur. Como se?al¨® el mismo Magris, Robert Walser es un hombre que no tiene fe en el proceso de autoconciencia del esp¨ªritu, lo mismo que otros maestros de su generaci¨®n. La misma construcci¨®n de sus textos lo muestra con toda claridad. En El bandido, novela que exige paciencia y lucidez abundantes al lector, la fragmentaci¨®n es total; el modo de hilar escenas, an¨¦cdotas, reflexiones, sentencias, momentos, tiene una apariencia de dispersi¨®n -incluso promete continuamente explicaciones que luego no da-, convertidas por la voz del narrador en im¨¢genes y escenas que sin embargo se van encadenando sugestivamente porque lo que el lector va descubriendo poco a poco es que, en realidad, construyen la cabeza del personaje y su actitud ante la vida, constituyen una realidad e incluso una verdad. El resultado pertenece al g¨¦nero de lo grotesco, pero no menos de lo que pertenece a lo grotesco una novela como el Ferdydurke de Gombrowicz.
"En estas p¨¢ginas habr¨¢ hechos que al lector le parecer¨¢n misteriosos", dice el narrador, "y ¨¦sa es, dig¨¢moslo, nuestra intenci¨®n, pues si todo estuviera en su lugar, si todo fuera comprensible, el contenido de estas l¨ªneas les har¨ªa bostezar enseguida". La escritura de Walser est¨¢ en abierta ruptura con los c¨¢nones de la novela tradicional. En la estela de su concepci¨®n de la literatura y del mundo est¨¢n obras posteriores como El castillo de Kafka, El hombre sin atributos de Musil (cu¨¢nto debe el sentido de la iron¨ªa de ¨¦ste a Walser) o el mencionado Ferdydurke de Gombrowicz. Su empleo de la paradoja contiene un sentido cr¨ªtico y expresivo que va m¨¢s all¨¢ del agudo ingenio a lo Chesterton (tan en las ant¨ªpodas de Walser, por otra parte) y se demuestra en expresiones como ¨¦sta, como la que se refiere a la nostalgia de una muchacha inculta casada con un hombre culto, junto al que se siente descolocada e infeliz: "Qu¨¦ rica se hab¨ªa sentido en su ignorancia".
So capa de una alegor¨ªa de la
mediocridad, lo que El bandido cuenta es una vida que transcurre por la cara oculta de la mediocridad, una asunci¨®n de la disoluci¨®n en lo indiferenciado (?lo masivo?), tras lo cual se encuentra una formidable representaci¨®n de ese hombre moderno incapaz de creer en la conciencia como una referencia de vida. Y lo cierto es que, tras la muerte de Dios, ese problema se instituye quiz¨¢ como el m¨¢s trascendente al que debe enfrentarse la sociedad occidental en el futuro. Una novela distinta y dif¨ªcil, de lectura atenta y calmada para captar y disfrutar de toda su profunda iron¨ªa; nada complaciente, pero muy inteligente.
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