Laicismo: cinco tesis
El debate sobre la relaci¨®n entre el laicismo y la sociedad democr¨¢tica actual (en Espa?a y en Europa) viene ya siendo vivo en los ¨²ltimos tiempos y probablemente cobrar¨¢ nuevo vigor en los que se avecinan: dentro de nuestro pa¨ªs, por las decisiones pol¨ªticas en varios campos de litigio que previsiblemente adoptar¨¢ el pr¨®ximo Gobierno; y en toda Europa, a causa de los acuerdos que exige la futura Constituci¨®n europea y por la amenaza de un terrorismo vinculado ideol¨®gicamente a determinada confesi¨®n religiosa. En cuestiones como ¨¦sta, en que la ceguera pasional lleva a muchos a tomar por enemistad diab¨®lica con Dios el veto a ciertos sacristanes y demasiados inquisidores, conviene intentar clarificar los argumentos para dar precisi¨®n a lo que se plantea. A ello y nada m¨¢s quisieran contribuir las cinco tesis siguientes, que no pretenden inaugurar mediterr¨¢neos, sino s¨®lo ayudar a no meternos en los peores charcos.
1) Durante siglos, ha sido la tradici¨®n religiosa -institucionalizada en la iglesia oficial- la encargada de vertebrar moralmente las sociedades. Pero las democracias modernas basan sus acuerdos axiol¨®gicos en leyes y discursos legitimadores no directamente confesionales, es decir, discutibles y revocables, de aceptaci¨®n en ¨²ltimo caso voluntaria y humanamente acordada. Este marco institucional secular no excluye ni mucho menos persigue las creencias religiosas: al contrario, las protege a las unas frente a las otras. Porque la mayor¨ªa de las persecuciones religiosas han sucedido hist¨®ricamente a causa de la enemistad intolerante de unas religiones contra las dem¨¢s o contra los herejes. En la sociedad laica, cada iglesia debe tratar a las dem¨¢s como ella misma quiere ser tratada... y no como piensa que las otras se merecen. Convertidos los dogmas en creencias particulares de los ciudadanos, pierden su obligatoriedad general pero ganan en cambio las garant¨ªas protectoras que brinda la Constituci¨®n democr¨¢tica, igual para todos.
2) En la sociedad laica tienen acogida las creencias religiosas en cuanto derecho de quienes las asumen, pero no como deber que pueda imponerse a nadie. De modo que es necesaria una disposici¨®n secularizada y tolerante de la religi¨®n, incompatible con la visi¨®n integrista que tiende a convertir los dogmas propios en obligaciones sociales para otros o para todos. Lo mismo resulta v¨¢lido para las dem¨¢s formas de cultura comunitaria, aunque no sean estrictamente religiosas, tal como dice Tzvetan Todorov: "Pertenecer a una comunidad es, ciertamente, un derecho del individuo pero en modo alguno un deber; las comunidades son bienvenidas en el seno de la democracia, pero s¨®lo a condici¨®n de que no engendren desigualdades e intolerancia" (Memoria del mal).
3) Las religiones pueden decretar para orientar a sus creyentes qu¨¦ conductas son pecado, pero no est¨¢n facultadas para establecer qu¨¦ debe o no ser considerado legalmente delito. Y a la inversa: una conducta tipificada como delito por las leyes vigentes en la sociedad laica no puede ser justificada, ensalzada o promovida por argumentos religiosos de ning¨²n tipo ni es atenuante para el delincuente la fe (buena o mala) que declara. De modo que si alguien apalea a su mujer para que le obedezca o apedrea al sodomita (lo mismo que si recomienda p¨²blicamente hacer tales cosas), da igual que los textos sagrados que invoca a fin de legitimar su conducta sean aut¨¦nticos o ap¨®crifos, est¨¦n bien o mal interpretados, etc¨¦tera...: en cualquier caso debe ser penalmente castigado. La legalidad establecida en la sociedad laica marca los l¨ªmites socialmente aceptables dentro de los que debemos movernos todos los ciudadanos, sean cuales fueren nuestras creencias o nuestras incredulidades. Son las religiones quienes tienen que acomodarse a las leyes, nunca al rev¨¦s.
4) En la escuela p¨²blica s¨®lo puede resultar aceptable como ense?anza lo verificable (es decir, aquello que recibe el apoyo de la realidad cient¨ªficamente contrastada en el momento actual) y lo civilmente establecido como v¨¢lido para todos (los derechos fundamentales de la persona constitucionalmente protegidos), no lo inverificable que aceptan como aut¨¦ntico ciertas almas piadosas o las obligaciones morales fundadas en alg¨²n credo particular. La formaci¨®n catequ¨ªstica de los ciudadanos no tiene por qu¨¦ ser obligaci¨®n de ning¨²n Estado laico, aunque naturalmente debe respetarse el derecho de cada confesi¨®n a predicar y ense?ar su doctrina a quienes lo deseen. Eso s¨ª, fuera del horario escolar. De lo contrario, deber¨ªa atenderse tambi¨¦n la petici¨®n que hace unos meses formularon medio en broma medio en serio un grupo de agn¨®sticos: a saber, que en cada misa dominical se reservasen diez minutos para que un cient¨ªfico explicara a los fieles la teor¨ªa de la evoluci¨®n, el Big Bang o la historia de la Inquisici¨®n, por poner algunos ejemplos.
5) Se ha discutido mucho la oportunidad de incluir alguna menci¨®n en el pre¨¢mbulo de la venidera Constituci¨®n de Europa a las ra¨ªces cristianas de nuestra cultura. Dejando de lado la evidente cuesti¨®n de que ello podr¨ªa entonces implicar la inclusi¨®n expl¨ªcita de otras muchas ra¨ªces e influencias m¨¢s o menos determinantes, dicha referencia plantear¨ªa interesantes paradojas. Porque la originalidad del cristianismo ha sido precisamente dar paso al vaciamiento secular de lo sagrado (el cristianismo como la religi¨®n para salir de las religiones, seg¨²n ha explicado Marcel Gauchet), separando a Dios del C¨¦sar y a la fe de la legitimaci¨®n estatal, es decir, ofreciendo cauce precisamente a la sociedad laica en la que hoy podemos ya vivir. De modo que si han de celebrarse las ra¨ªces cristianas de la Europa actual, deber¨ªamos rendir homenaje a los antiguos cristianos que repudiaron los ¨ªdolos del Imperio y tambi¨¦n a los agn¨®sticos e incr¨¦dulos posteriores que combatieron al cristianismo convertido en nueva idolatr¨ªa estatal. Quiz¨¢ el asunto sea demasiado complicado para un simple pre¨¢mbulo constitucional...
Coda y final: el combate por la sociedad laica no pretende s¨®lo erradicar los pujos teocr¨¢ticos de algunas confesiones religiosas, sino tambi¨¦n los sectarismos identitarios de etnicismos, nacionalismos y cualquier otro que pretenda someter los derechos de la ciudadan¨ªa abstracta e igualitaria a un determinismo segregacionista. No es casualidad que en nuestras sociedades europeas deficientemente laicas (donde hay pa¨ªses que exigen determinada fe religiosa a sus reyes o privilegian los derechos de una iglesia frente a las dem¨¢s) tenga Francia el Estado m¨¢s consecuentemente laico y tambi¨¦n el m¨¢s unitario, tanto en su concepci¨®n de los servicios p¨²blicos como en la administraci¨®n territorial. Por lo dem¨¢s, la mejor conclusi¨®n teol¨®gica o ateol¨®gica que puede orientarnos sobre estos temas se la debo a Gonzalo Su¨¢rez: "Dios no existe, pero nos sue?a. El Diablo tampoco existe, pero lo so?amos nosotros" (Acci¨®n-Ficci¨®n).
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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