Muere un libre
Los adjetivos sienten compasi¨®n de la herida que dejan, al marcharse, los libres. Porque por ella sangra una p¨¦rdida que es de los hombres y sus nombres, sobremanera de los santanderinos y de sus calles, que no volver¨¢n a gozarlos. Cu¨¢l ser¨¢ ahora su entusiasmo. La sombra f¨®sil empieza a acongojarlas, las barre con desdicha en esta primavera ¨¢cida e incipiente. Comienza por nosotros, y hoy se lleva a un artista.
Las generaciones de los hombres acaban de perder a Ram¨®n Calder¨®n L¨®pez de Arr¨®yabe. M¨ªtico o heroico o ambas cosas, su gira por el mundo nos dej¨® m¨¢s belleza.Es el segundo de estos calderones portentosos que desaparece en menos de un a?o. Su hermano Fernando, pintor, dibujante, incre¨ªble creador e inventor, se fue hace apenas un parpadeo. Juntos puede que de nuevo ardan y recorran las orillas de M¨¦xico o los tejados de Roma o las Bibliotecas del arte.
Cruzar la puerta del laboratorio maravilloso de Ram¨®n Calder¨®n es entrar en la estancia de un mago, pero el mago se ha ido. La ciudad de Santander pierde una ¨¦poca, una magia, una delicadeza y una libertad, aunque haya sido tan generoso como para dejarnos a uno de sus hijos, Pedro, volando sobre nuestras cabezas con su arte.
Estrictamente fue dos cosas: heterog¨¦neo y fascinante. Londres, Par¨ªs y Roma le vivieron. Tambi¨¦n M¨¦jico, que marcar¨ªa a¨²n m¨¢s su pasi¨®n por la vida, fronteriza entre la magia y el genio. Ha sido medio siglo de ininterrumpido y f¨¦rtil sentido de hacer arte, algo tan natural como "coger unas alas y volar", en palabras del propio maestro.
Desde otro planeta cayeron en Santander tres hermanos: crearon, sin parar de viajar hacia adentro y por todo. Inquietos hasta la extenuaci¨®n de las musas, que en tanto les amaban. Seres ¨²nicos de los que nos queda un ¨²nico: el hermano m¨²sico, Juan Carlos Calder¨®n, testigo solitario de su idilio renacentista con el universo.
Si alguien pudiera respondernos qu¨¦ frecuentar¨ªa hoy Leonardo Da Vinci, qu¨¦ hallar¨ªa, sin duda, se?alar¨¢ las andanzas prodigiosas de los calderones en el arte. Y en la vida, hasta en su propia imagen, radiante, que hace que nos sintamos mejor s¨®lo por el hecho de haberlos mirado o conocido.
La cresta de la ola que lleva las cenizas de Ram¨®n y unas rosas ojal¨¢ nos curta con el misterioso salitre de su b¨²squeda. Mas su abstracta e inaprensible concepci¨®n de nuestro mundo nos dice que hay que escribir su marcha, por encima del dolor, desde el deslumbramiento. Muere un libre. O los libres no mueren jam¨¢s.-
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