Los viajeros de la noche
M¨¢s de 50.000 ni?os huyen cada noche de sus aldeas en el norte de Uganda por temor a la guerrilla
A las seis de la tarde, antes de la puesta de sol, decenas de miles de ni?os del norte de Uganda abandonan sus caba?as, dejan atr¨¢s a sus padres e inundan las carreteras y caminos. Una marea humana transita a pie por la orilla cargada de hatillos, pl¨¢sticos y esterillas al hombro. Cada atardecer, m¨¢s de 50.000 ni?os desertan de sus aldeas para dormir al raso en las ciudades de Lira, Gulu y Kitgum por temor a los secuestros.
En el hospital de Acor, donde en 2000 se control¨® un brote de ¨¦bola, pernocta una media de 5.500 en corredores exteriores y patios. Los llaman los viajeros de la noche. Algunos, como la muchacha Ayor, de 15 a?os, se afanan en completar los deberes de la escuela ovillados bajo una ventana. "Aqu¨ª al menos tengo luz el¨¦ctrica". Viene cada noche desde hace 11 meses con sus amigas Akelo y Cristine. Su pueblo dista dos kil¨®metros. Comen un plato de jud¨ªas y pasta de ma¨ªz a mediod¨ªa y no vuelven a tomar nada hasta el d¨ªa siguiente cuando termina el colegio.
"La paz es cuando un hombre s¨®lo tiene miedo a la serpientes", dice un anciano
Rebecca Symington, representante de UNICEF en esta zona del pa¨ªs, explica que su organizaci¨®n socorre a estos chicos con mantas, letrinas, agua potable y tiendas de campa?a, pero no con alimentos. "Las organizaciones y ONG implicadas lo hemos decidido as¨ª; no queremos crearles un segundo hogar". En el interior de Gulu, Save The Children dirige otro centro de acogida de viajeros. Tiene un nombre b¨ªblico, el arca de No¨¦. Cosmas, uno de los voluntarios que supervisa a la chiquiller¨ªa, lo explica: "Son como los ¨²ltimos supervivientes que vienen para que no se extingan los ni?os". En el arca de No¨¦ les muestran una pel¨ªcula cada fin de semana. Aunque la tela es decr¨¦pita y min¨²scula congrega alrededor a una multitud fascinada por la magia del hombre blanco. Hoy toca George en la selva, un bodrio hollywoodinse, pero los peque?os no son exigentes: miran con los ojos desorbitados, aplauden y se desternillan.
En Kitgum, la situaci¨®n es dram¨¢tica. Sus viajeros carecen de un centro de acogida y dormitan tirados en las calles. Incluso, los 15.000 habitantes del campamento de desplazados de Labuje, que se halla a tan solo dos kil¨®metros de esa ciudad, marchan cada tarde sobre Kitgum por miedo a una masacre. El a?o pasado suced¨ªa lo mismo en Gulu: 25.000 ni?os dorm¨ªan a la intemperie sin que el Gobierno ni el Ej¨¦rcito hicieran nada por ellos. En junio de 2003, los jefes de la Iglesia cat¨®lica, el arzobispo John Babtist Odama, y de la anglicana, el obispo Mcleord Baker Ochola, entre otros, caminaron en ayunas, igual que los ni?os, con su esterilla al hombro para dormir en la calle junto a los viajeros. Lo hicieron cuatro noches consecutivas atrayendo la atenci¨®n de los medios de comunicaci¨®n internacional y forzando al Ejecutivo a establecer centros estables.
El gesto irrit¨® al presidente de Uganda, Ioweri Museveni; tambi¨¦n a los militares. Advirtieron al arzobispo que este tipo de acciones pon¨ªan en peligro su seguridad personal. "Si quieren que est¨¦ seguro, consigan que los ni?os lo est¨¦n. Si para ellos no hay peligro, no lo habr¨¢ para m¨ª", replic¨® Odama.
En Arcor hubo disparos una noche. Fue a las dos de la madrugada. Los ni?os corrieron aterrorizados de un lado a otro. A menos de un kil¨®metro del muro del hospital una partida de guerrilleros del Ej¨¦rcito de Resistencia del Se?or se llev¨® a tres rehenes. Hubo un muerto en la refriega. Al d¨ªa siguiente, el n¨²mero de chicos que se presentaron a dormir aument¨® en dos mil.
Cuando se pregunta a la ni?a Ayor qu¨¦ es la guerra, responde: "Algo que mata a la gente". Su amiga Akelo, apunta: "Es tristeza". Alan, de 13 a?os, anda en busca de un metro donde estirar el pl¨¢stico que le sirve de colch¨®n. ?Qu¨¦ le dir¨ªas al presidente?, pregunta el extranjero. "Que queremos paz", responde sin dudar. ?Y a los rebeldes? "Que regresen a casa". Cuando se buscan definiciones sobre esa paz, las contestaciones suelen ser t¨®picas. No est¨¢n acostumbrados a hablar de lo que desconocen despu¨¦s de 18 a?os de ataques y 150.000 muertos. Pero no siempre es as¨ª. En un grupo de trabajo, un misionero invit¨® a un anciano de la tribu acholi, mayoritaria en Gulu, a dar la suya. ?ste se levant¨® y dijo: "La paz es cuando un hombre s¨®lo tiene miedo a las serpientes".
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