Arabistas e historiadores
En una estancia reciente en un pa¨ªs ¨¢rabe -una m¨¢s de las que trato de realizar a menudo, para no perder el contacto entre lo que s¨¦ como historiadora y lo que me muestra la realidad actual del mundo ¨¢rabe-isl¨¢mico-, me encontr¨¦ en una situaci¨®n ya vivida con anterioridad pero que ¨²ltimamente se repite con una frecuencia realmente inc¨®moda. Hablaba con un embajador de Espa?a, una persona inteligente y conocedora del medio en que se mov¨ªa; y todo esto, conviene subrayarlo, pasaba d¨ªas antes del atentado del 11 de marzo en Madrid.
Habl¨¢bamos del islam, c¨®mo no, del islam y de los musulmanes, del mundo ¨¢rabe y de las dificultades de encajar esos conceptos en la modernidad de la que nos sent¨ªamos representantes sin decirlo abiertamente. Y lleg¨® ese momento, tan conocido para los que nos dedicamos al estudio cient¨ªfico de las sociedades isl¨¢micas del pasado -o del presente- en el que se nos reprocha, de modo m¨¢s o menos abierto, que nuestra condici¨®n de "arabistas" nos impide comprender lo que realmente ocurre. Contaminados por nuestra simpat¨ªa hacia el objeto de nuestra actividad investigadora, estar¨ªamos por tanto ciegos respecto a las m¨¢culas originarias que hacen del islam un sistema ideol¨®gico irremediablemente opuesto a la racionalidad occidental. Ya lo dice el Cor¨¢n...
Fue, desde luego, in¨²til, que intentara explicar, en esa conversaci¨®n con el embajador, c¨®mo el estudio de unas sociedades no implica la identificaci¨®n con sus valores culturales, por mucho que se intente analizarlos y encontrar su sentido. De vuelta a Madrid -despu¨¦s del atentado del 11 de marzo- compruebo c¨®mo esa experiencia m¨ªa, tan banal en muchos sentidos, adquiere un significado m¨¢s profundo, puesto que se sit¨²a en el eje central de una serie de textos que se han ido publicando en este peri¨®dico.
Intentar¨¦, por tanto, encontrar un sentido a lo que se ha ido diciendo, y articul¨¢ndolo en mi propia experiencia como historiadora y persona que ha vivido largo tiempo en el mundo ¨¢rabe de nuestros d¨ªas. Me llama la atenci¨®n, para empezar, que se nos reproche a los "arabistas" (entrecomillo esta palabra por las muchas connotaciones que puede tener) la identificaci¨®n con unas supuestas interpretaciones del pensamiento isl¨¢mico, concepto que tiene las mismas cortapisas conceptuales que sus posibles paralelos (pensamiento cristiano, budista, jud¨ªo, etc¨¦tera). No se puede, parece ser, expresar an¨¢lisis desde el conocimiento del mundo isl¨¢mico sin que surja la acusaci¨®n del s¨ªndrome de Estocolmo. Vivimos en una ¨¦poca en la que tampoco se pueden criticar determinadas actuaciones del Estado de Israel sin exponerse a ser acusados de antisemitas; v¨¦ase el caso de Edgar Morin, que hoy mismo (31 de marzo) aparece en las p¨¢ginas de este peri¨®dico. No me sorprende, por tanto, que se me pueda reprochar que, precisamente por haber pasado mi vida profesional dedicada al estudio de las sociedades isl¨¢micas, no se me reconozca la capacidad de emitir juicios sobre ellas. Otra cosa es que se puedan -?naturalmente!- discutir mis opiniones; pero no se trata de eso. Es que simplemente por venir de un "arabista", se da por hecho que carecen de valor. Estamos sometidos, todos nosotros, medievalistas y contemporaneistas, a una especie de lavado de cerebro del que no somos conscientes.
Dejemos el aspecto meramente profesional, con ser realmente importante, para adentrarnos en otras cuestiones que se han ido tratando en estas p¨¢ginas, y a las que quisiera a?adir mi propia aportaci¨®n. Bernab¨¦ L¨®pez Garc¨ªa, uno de nuestros mejores especialistas en el mundo ¨¢rabe contempor¨¢neo, reclamaba hace poco la distinci¨®n entre teolog¨ªa y pol¨ªtica, haciendo notar que la reivindicaci¨®n del texto cor¨¢nico como apoyo de determinadas actitudes responde a contextos pol¨ªticos muy precisos. Recibi¨® de inmediato una agreste respuesta de Antonio Elorza, armada con citas de diversas traducciones del Cor¨¢n y en la que le reprochaba un insuficiente conocimiento del texto fundador del islam. Mientras tanto, Miquel Barcel¨® publicaba un inteligente an¨¢lisis de la "modernidad" de Al Qaeda, y Jorge Edwards remit¨ªa nada menos que a T. E. Lawrence, para comprender "el alma ¨¢rabe".
Lo de Jorge Edwards creo que lo mencionar¨¦ solamente de pasada, por representar de forma dif¨ªcilmente superable el pensamiento orientalista. Por mucho que hoy disfrutemos con la excelente prosa inglesa de Lawrence, es evidente que nada de lo que escribi¨® guarda relaci¨®n con los problemas actuales, entre otras cosas porque su apreciaci¨®n de una parte, muy concreta, de la Pen¨ªnsula Ar¨¢biga estaba fuertemente condicionada por su condici¨®n de anglosaj¨®n colonialista y miembro del servicio de inteligencia de su pa¨ªs. Contribuy¨®, eso s¨ª, a crear una imagen esencialista de los "¨¢rabes", entre los cuales crey¨® encontrar un refugio a sus problemas personales. No fue un caso aislado; muchos otros occidentales buscaron en la pureza del desierto y sus habitantes la respuesta a su incomodidad existencial -recordemos, por ejemplo, a Wilfred Thesiger, el ep¨ªgono de toda una actitud f¨¢cilmente reconocible desde que Rousseau reclamase la inocencia del salvaje como meta de salvaci¨®n-. A los protagonistas reales de ese paisaje ideal, los ¨¢rabes n¨®madas de principios del siglo XX, nadie les pidi¨® opini¨®n en esta construcci¨®n extraordinariamente ideologizada de su existencia.
Volvamos, por tanto, a cuestiones menos ideales, y centr¨¦monos en la discusi¨®n, situada por A. Elorza -sobre todo- y por B. L¨®pez Garc¨ªa mucho menos, acerca de la significaci¨®n del Cor¨¢n como justificante de movimientos actuales dentro del islam: fundamentalistas, integristas, llam¨¦nseles como se quiera, o, por qu¨¦ no, terroristas en los casos m¨¢s extremos. Ante los hechos que acabamos de padecer, cualquiera de estas interpretaciones merece ser estudiada y analizada cuidadosamente.
Llevo tiempo leyendo los art¨ªculos de A. Elorza en EL PA?S acerca del "pensamiento isl¨¢mico", y no puedo por menos que maravillarme de su identificaci¨®n y comprensi¨®n -paralela, digo yo, a la de los "arabistas" con su objeto de estudio- de las interpretaciones fundamentalistas del islam. Elorza comprende tan bien a los integristas isl¨¢micos que emplea sus mismos argumentos y reduce su interpretaci¨®n a la que ellos hacen. Es muy f¨¢cil. Se coge el Cor¨¢n y se lee de forma absolutamente literal, de manera que se funden, en un instante, los siglos de interpretaci¨®n interna llevada a cabo por generaciones y generaciones de sabios musulmanes, y su adaptaci¨®n a las circunstancias sociales de las innumerables sociedades regidas por el islam. De todo ello se prescinde. S¨®lo existe la palabra divina, entendida como un mensaje un¨ªvoco. Pero cuidado: de toda esa palabra s¨®lo se escoge lo que conviene a la situaci¨®n concreta en la que se sit¨²an las intenciones pol¨ªticas de cada autor, activista pol¨ªtico o ex¨¦geta. Porque ser¨ªa muy f¨¢cil -aunque no lo voy a hacer aqu¨ª- recuperar versos cor¨¢nicos en favor de la tolerancia a las naciones no musulmanas. Del mismo modo que el mensaje evang¨¦lico puede prestarse, y se ha prestado, a interpretaciones de toda clase: cruzadas, inquisiciones, evangelizaci¨®n de Am¨¦rica, guerras de religi¨®n en Europa, etc¨¦tera.
El problema que plantea la posici¨®n de A. Elorza va, sin embargo, mucho m¨¢s all¨¢. Se trata -como me ocurri¨® en la conversaci¨®n con el embajador de Espa?a en un pa¨ªs ¨¢rabe- de identificar la ra¨ªz del mal en los textos fundadores del islam. Todo viene de ah¨ª: del texto cor¨¢nico. En ¨¦l se encuentran las amenazas que ahora se constituyen en hechos espantosos y que se materializan en el terror indiscriminado contra inocentes que viajan de ma?ana a sus trabajos, cristianos, agn¨®sticos, musulmanes incluso.
Si eso fuera as¨ª, si el mensaje religioso del islam llevase en su seno ese germen del terror, la historia se habr¨ªa escrito de otro modo en los ¨²ltimos siglos. Elorza acusa a L¨®pez Garc¨ªa de no conocer suficientemente el Cor¨¢n; a ¨¦l podr¨ªa reproch¨¢rsele, sin duda, una clara ignorancia de la historia. Miquel Barcel¨® ha dejado dicho certeramente en este peri¨®dico que el fen¨®meno de Al Qaeda s¨®lo puede entenderse desde la modernidad del mundo que todos compartimos. Si persistimos, como quiere Elorza, en un entendimiento exclusivamente religioso del mundo ¨¢rabe-isl¨¢mico, y limitado adem¨¢s a una lectura fundamentalista de los textos, nos encontraremos con dificultades dif¨ªcilmente superables a la hora de comprender su historia. ?Por qu¨¦, cuando el imperialismo europeo ocup¨® territorios cada vez mayores en el sur del Mediterr¨¢neo, desde el siglo XIX, no hubo una respuesta similar a la que hoy se da entre algunos musulmanes? A partir de 1830, la ocupaci¨®n de Argelia no gener¨® un movimiento de m¨¢rtires suicidas, sino una resistencia armada que fue finalmente dominada. En Egipto, los ingleses hallaron una oposici¨®n firmemente conducida en manifestaciones c¨ªvicas. ?Hay que multiplicar los ejemplos de lucha anticolonial carentes de toda connotaci¨®n cor¨¢nica? ?Se acuerda alguien de los lemas que llevaron a Abdelkrim a cohesionar a los rife?os y derrotar al Ej¨¦rcito espa?ol en 1921?
Dejemos al Cor¨¢n en su sitio, que lo tiene y es muy importante para la vida religiosa de los musulmanes. En cuanto a la pol¨ªtica y a la historia, ejerzamos en ellas nuestra capacidad de an¨¢lisis. Plantear un debate sobre la base de citas de un texto sagrado, sea cual fuere, es totalmente in¨²til: nunca se podr¨¢ discutir racionalmente sobre cuestiones de fe. La cultura ¨¢rabe-isl¨¢mica, en el pasado y en el presente, merece otra clase de reflexi¨®n.
Manuela Mar¨ªn es profesora de Investigaci¨®n en el Instituto de Filolog¨ªa (secci¨®n ¨¢rabe) del CSIC.
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