El ¨²ltimo ca?o
A Diego le cuesta conciliar el sue?o. Cuentan los que le conocen que nunca decide irse a dormir, sencillamente se derrumba. Estas ¨²ltimas semanas descans¨® poco. Jug¨® al paso un partido improvisado con el Estudiantes que entrena Carlos Bilardo, dio una vuelta al campo antes de un partido de Newell?s, particip¨® en programas de televisi¨®n y jug¨® al golf. Y por las noches, nada de dormir. Fiestas en la quinta donde se aloja, alguna salida, llamadas al club Cocodrilo. Nada nuevo, nada bueno.
Es probable que no pueda sobrellevar el miedo a la oscuridad, al vac¨ªo total de sonidos, de voces, a las pesadillas recurrentes, a las palabras de verdadero cari?o que puedan rescatarlo del sitio al que, dice, en los ¨²ltimos a?os vuelve una y otra vez cuando el cansancio le desmaya: "Una piscina llena de agua negra en la que me ahogo y de la que no puedo salir". ?Por d¨®nde andar¨¢ ahora luego de que los m¨¦dicos le suministraran ox¨ªgeno y lo indujeran a un estado de sopor profundo? A su lado est¨¢n los que estuvieron siempre. La Claudia, Don Diego, Do?a Tota, El Lalo, Dalma, Gianina y los dem¨¢s de la familia. Los que no necesitan explicaciones.
Ahora que ya tiene edad y sabe de qu¨¦ se trata todo, Dalma, de 17 a?os, su hija mayor, expuls¨® dando voces por los pasillos a los ¨²ltimos mercaderes. Rufianes de poca monta y de la peor noche de la ciudad, que se encontraron con los restos de Diego cuando todav¨ªa la cara y la marca de su nombre a¨²n les serv¨ªa para algo.
Sin embargo, el lento descenso al infierno de la adicci¨®n a la coca¨ªna no comenz¨® ahora. Se sabe que Maradona consumi¨® drogas duras por primera vez en Barcelona, cuando le rodearon un grupo de argentinos que ya estaban instalados all¨ª. Pero mucho antes, con 17 a?os, jugando todav¨ªa para el Argentinos Juniors, le aplicaban inyecciones de anestesia directamente en la rodilla y en todos los sitios donde le golpeaban para calmar el dolor y asegurar su participaci¨®n en el negocio que crec¨ªa su alrededor.
El coraje de Maradona se pon¨ªa a prueba y ¨¦l respond¨ªa con orgullo. Diego estaba, quer¨ªa estar siempre. Todos se aprovecharon de eso. Le consumieron los entrenadores, sus apoderados y amigos. El ¨²ltimo, Guillermo C¨®ppola, con quien se daba besos en la boca hasta hace dos a?os, ten¨ªa prohibido ayer el ingreso a la cl¨ªnica por orden de la familia. La pasada semana, en uno de los programas de mayor audiencia de la televisi¨®n argentina, Maradona, sin aire, bajo el efecto de tranquilizantes, sudoroso, pero todav¨ªa l¨²cido, alcanz¨® a decir: "C¨®ppola estaba esperando que me muriera para seguir cobrando mis contratos. Toc¨® la plata de mis hijas, que es much¨ªsima, y no se lo perdono. Comet¨ª el pecado de ser su amigo y me traicion¨®. Es cruel, cobr¨® plata del a?o que viene".
Nadie imaginaba entonces que una semana m¨¢s tarde Maradona estar¨ªa all¨ª, en la cl¨ªnica, varado como una ballena en una playa de s¨¢banas blancas. ?Hay, Diego, un ¨²ltimo ca?o en la chistera?
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