Paisajes de guerra con Madrid al fondo
1 Las viejas y socorridas pol¨¦micas sobre lo que dice o no dice el Cor¨¢n se han reiterado hasta la saciedad desde el 11-S, y muy especialmente a partir de los atentados mort¨ªferos de Madrid. Los polit¨®logos han asumido el lenguaje de la teolog¨ªa sin aportar con ello un esclarecimiento a las causas de tanta barbarie y obcecaci¨®n suicida. Las exhortaciones a la violencia de la divinidad no son, como sabemos, una exclusiva del islam: los arrebatos de c¨®lera de Jehov¨¢, lo de "no he venido a traer la paz, sino la guerra", las visiones alucinantes del Apocalipsis, han alimentado tambi¨¦n en el decurso de los siglos una larga secuencia de conflictos de ¨ªndole pol¨ªtica e ideol¨®gica disfrazados de cruzada, como el que en mi ni?ez ensangrent¨® nuestra Pen¨ªnsula. Los lenitivos mensajes de paz coexisten en las tres religiones del libro con la cotidiana brutalidad de los sistemas inquisitoriales y reg¨ªmenes represivos. La "red de sombra religiosa / encubierta tiran¨ªa", bellamente evocada por Juan de Mena, se prolong¨® durante centurias y asol¨® el ¨¢mbito de la cristiandad hasta la paz de Westfalia. En la actualidad, el recurso al Dios justiciero, convenientemente privatizado, aglutina a personalidades tan dispares y de objetivos tan dis¨ªmiles como el presidente Bush y Osama Bin Laden.
Mas lo que importa no es el texto, siempre contradictorio y sujeto a toda suerte de interpretaciones de los mensajes divinos, sino las razones por las que la violencia virtual de los mismos se activa de pronto y cobra una precisi¨®n implacable. ?Qu¨¦ mecanismo desencadena el cambio? ?Qu¨¦ dispositivo act¨²a de disparador? ?Por qu¨¦ los relojes del segundo milenio retroceden en la mente de determinados individuos y grupos minoritarios a las postrimer¨ªas del siglo VII, sin tener en cuenta la evoluci¨®n de la civilizaci¨®n y de las costumbres a lo largo de este tiempo? Las causas son m¨¢s que complejas y obedecen a un c¨²mulo de razones internas y externas que debemos esforzarnos en desentra?ar.
2En los a?os sesenta del pasado siglo, el ahora denominado islamismo era un fen¨®meno marginal en la comunidad de naciones musulmanas reci¨¦n liberadas del yugo colonial: los l¨ªderes del movimiento tercermundista, como Nasser, Ben Bella o Sukarno, encarnaban entonces el modelo pol¨ªtico mayoritario. El wahabismo saud¨ª constitu¨ªa a¨²n un fen¨®meno perif¨¦rico, y el salafismo y la doctrina de los Hermanos Musulmanes carec¨ªan de un poder movilizador comparable al del nacionalismo laico y populista del FLN argelino, del nasserismo egipcio y del primitivo Baas.
El viajero barcelon¨¦s Domingo Bad¨ªa, que, disfrazado de pr¨ªncipe abas¨ª, recorri¨® la pen¨ªnsula Ar¨¢biga durante la peregrinaci¨®n a La Meca y Medina en los albores del siglo XIX, coincidiendo con el triunfo de los guerreros beduinos de Abdel Waheb, augur¨® razonablemente que sus ideales religiosos y sociales, cifrados en estricta aplicaci¨®n de la Sharia, encontrar¨ªa un gran impedimento a su difusi¨®n en las ciudades y regiones musulmanas m¨¢s ricas y adelantadas en raz¨®n de la extrema rigidez de sus preceptos, incompatibles con las costumbres de las naciones conocedoras de los logros de la civilizaci¨®n y habituadas a los beneficios que las acompa?an. "De manera que", conclu¨ªa, "si los wahab¨ªes no ceden un poco en la severidad de sus principios, me parece imposible que su doctrina pueda propagarse a otros pa¨ªses m¨¢s all¨¢ del desierto".
Al¨ª Bey no pod¨ªa adivinar, claro est¨¢, que el descubrimiento del petr¨®leo en la d¨¦cada de los veinte del pasado siglo iba a transformar a la dinast¨ªa feudal de Ibn Saud, imbuida de los principios teocr¨¢ticos del wahabismo, en una gran potencia econ¨®mica, cuyos petrod¨®lares permitir¨ªan la financiaci¨®n de una constelaci¨®n de mezquitas, medersas y fundaciones piadosas en todo el ¨¢mbito del islam. La victoria rel¨¢mpago de Israel en 1967, la muerte de Nasser y la crisis petrolera de 1973 marcan el comienzo de este cambio radical: la difusi¨®n de la doctrina rigorista saud¨ª en el Magreb, Egipto, Sud¨¢n, Pakist¨¢n, Malaisia, Insulindia. La pol¨ªtica de arabizaci¨®n forzada de Bumedi¨¢n, con la consiguiente importaci¨®n masiva de profesores de Oriente Pr¨®ximo educados en los principios del wahabismo, produjo, por ejemplo, seg¨²n pude advertir en el curso de mis viajes a Argelia, un resultado insospechado: la arabizaci¨®n ling¨¹¨ªstica fracas¨®, pero la semilla doctrinaria rigorista tom¨® arraigo en una poblaci¨®n desenga?ada de los supuestos principios revolucionarios enarbolados por la oligarqu¨ªa militar y enfrentada a una situaci¨®n econ¨®mica sin salida: burocratismo, paro, corrupci¨®n, crecientes dificultades de emigrar a la antigua metr¨®poli. La victoria electoral del FIS, el golpe militar y una guerra civil que caus¨® 150.000 v¨ªctimas fueron el resultado directo de esta deriva pol¨ªtico-religiosa perceptible ya en los ¨²ltimos a?os de la ¨¦poca del dictador. Los j¨®venes que a finales de los ochenta clamaban en los estadios "?rana dayaain, dduna Fillistin (?estamos perdidos, enviadnos a Palestina!)" eran la avanzadilla y alm¨¢ciga de la futura Yihad.
Lo mismo, en menor grado, iba a acaecer en Marruecos. La omnipotencia del Majc¨¦n, el descr¨¦dito de los partidos pol¨ªticos manipulados durante el reinado de Hassan II por el todopoderoso ministro del Interior Driss Basri, la pobreza y abandono de las zonas rurales, as¨ª como la creciente extensi¨®n de los guetos en torno a las grandes ciudades, fueron el caldo de cultivo del discurso extremista difundido en numerosas mezquitas y oratorios financiados a menudo con dinero saud¨ª. Aunque la cruenta experiencia del pa¨ªs vecino moder¨® el radicalismo de los movimientos islamistas legales o tolerados, la doctrina de Bin Laden gan¨® adeptos en las franjas m¨¢s desamparadas de la poblaci¨®n: la mayor¨ªa de los suicidas del atentado de Casablanca del 16 de mayo del pasado a?o proced¨ªan de Sidi Mumen, uno de los arrabales m¨¢s m¨ªseros del cintur¨®n de chabolas de la ciudad.
Para un observador atento a los cambios sociales en el Magreb y Oriente Pr¨®ximo, el engranaje mental del dispositivo yihadista se hab¨ªa puesto en marcha desde el comienzo de los noventa con unas consecuencias f¨¢ciles de aventurar.
3Unas semanas despu¨¦s del atentado a las Torres Gemelas, mientras zapeaba en busca de los informativos de Canal +, di por casualidad con un programa, creo de la BBC, en el que un "experto en islamolog¨ªa y terrorismo" trazaba el perfil o retrato robot de los militantes del Al Qaeda refugiados en Afganist¨¢n: todos ellos defend¨ªan la causa palestina y hab¨ªan pasado por Bosnia, Argelia y Chechenia. Entre regocijado e inquieto, descubr¨ª que yo reun¨ªa inopinadamente los requisitos del prototipo de sospechoso. ?A lo mejor -o, para ser m¨¢s exacto, a lo peor- mi nombre figuraba ya entre los terroristas buscados por la Interpol!
?Qu¨¦ puede conducir a un escritor entrado en la sesentena y que adem¨¢s, como es mi caso, odia profundamente el aventurerismo ligado a las guerras, a intervenir como testigo en algunos de los conflictos m¨¢s duros de la pasada d¨¦cada, conflictos cuyas vicisitudes y consecuencias se prolongan de una forma u otra hasta el d¨ªa de hoy? La respuesta es muy simple: el af¨¢n de conocer, si no la verdad, al menos mi verdad de los hechos, verdad oculta tras la gigantesca manipulaci¨®n de la que fuimos v¨ªctimas durante la videoguerra del Golfo: montajes informativos, fotos trucadas, eufemismos obscenos, noticias omitidas, comunicados neutralizadores de una insoportable brutalidad. En el curso de mis tres viajes al Sarajevo asediado pude comprobar de visu id¨¦ntica manipulaci¨®n: el asedio medieval, pero con armas modernas, de una ciudad cosmopolita y europea, cuyos habitantes, sociol¨®gicamente musulmanes, pagaban por serlo un precio monstruoso, en medio de la indiferencia de la opini¨®n p¨²blica occidental. Poco importaba que su Gobierno defendiese los valores de una ciudadan¨ªa compuesta de diferentes credos frente a las invocaciones a la raza, la sangre y las afrentas hist¨®ricas viejas de siglos esgrimidas por Karadzic y sus sicarios. Como en el caso de los terroristas de Nueva York, Bali, Casablanca, Estambul y Madrid, los relojes hab¨ªan retrocedido tambi¨¦n varios siglos. La invasi¨®n otomana, derrota del Campo de los Mirlos, el pr¨ªncipe Lazar, la "destrucci¨®n de la Serbia Celeste" eran vividos como hechos contempor¨¢neos por las huestes del hoy criminal de guerra en fuga, pero proclamado entonces Hijo Predilecto de Jesucristo por la Iglesia ortodoxa de su pa¨ªs. El 14 de julio de 1995, en el enclave de Srebrenica, te¨®ricamente protegido por las Naciones Unidas, los matones de Mladic ejecutaron a m¨¢s de 7.000 musulmanes bosnios, m¨¢s del doble de v¨ªctimas que en las Torres Gemelas, sin que nadie interviniera ni informase siquiera de lo acaecido sino dos meses m¨¢s tarde. Gracias a los testimonios de media docena de fugitivos de la matanza recogidos en el hospital de Kosovo en la capital asediada, romp¨ª este silencio en el art¨ªculo Cay¨® sobre nosotros un diluvio de fuego, publicado en EL PA?S el 24 de agosto de 1995. Las grandes agencias de prensa lo hicieron 15 d¨ªas m¨¢s tarde.
Suponer que la abierta complicidad de Unprofor con los asediadores -de ella di cuenta, con pruebas fehacientes, en una reuni¨®n organizada por Le Monde Diplomatique- no iba a tener consecuencias en la creciente fractura entre las democracias occidentales y el mundo isl¨¢mico, constitu¨ªa un caso de voluntaria ceguera o de pol¨ªtica de avestruz. En el aeropuerto de Split, el hospital sarajevita y junto a la Asociaci¨®n Ben¨¦fica Saud¨ª cercana a la hermosa gran mezquita otomana de la ciudad, me cruc¨¦ con algunos muyahidin que, ante el horror e impunidad del genocidio, acud¨ªan en socorro de los sitiados. Como sabemos, Bosnia fue el bautismo de fuego de algunos millares de combatientes venidos de todo el ¨¢mbito del islam, combatientes que, tras los acuerdos paticojos de Dayton, liaron su petate y regresaron a sus pa¨ªses de origen o se concentraron en Afganist¨¢n.
La misma experiencia se repetir¨ªa en Chechenia. All¨ª, el cotidiano salvajismo de la ocupaci¨®n rusa actuaba mediante el terror y la pol¨ªtica de tierra quemada. En las ruinas de Grozni, los secuestros y desapariciones de presuntos o reales independentistas eran pan de todos los d¨ªas. La prensa occidental no cubr¨ªa sino espor¨¢dicamente el martirio de la poblaci¨®n. Durante mi estancia s¨®lo tropec¨¦ con un periodista mientras trataba de filmar el exterior de los siniestros puntos de filtraci¨®n: Ricardo Ortega, recientemente asesinado en Hait¨ª. Mis contactos locales, con quienes trab¨¦ conocimiento gracias a la corresponsal de este peri¨®dico en Mosc¨², Pilar Bonet, me informaron de la llegada de muyahidin turcos y ¨¢rabes, agrupados en torno al carism¨¢tico guerrillero Shamil Basayef. Intent¨¦ entrevistarme con ¨¦ste en el ¨¢rea de Vedeno y Bamut, pero las lluvias lo impidieron. Desde entonces -casi ocho a?os-, el exterminio selectivo de la poblaci¨®n contin¨²a, ahora sin testigos: el zar Putin acalla el clamor de las v¨ªctimas y diluye la identidad de los combatientes chechenos en la nebulosa del "terrorismo internacional". Tras las investigaciones de la matanza del 11-M, sabemos que algunos de quienes la planearon se foguearon en las monta?as del C¨¢ucaso. El af¨¢n de venganza y de retribuci¨®n perversa trastoc¨® las mentes de quienes, a falta de arremeter contra los culpables, se ensa?an fr¨ªamente, sin misericordia alguna, con poblaciones inocentes y exentas de toda responsabilidad en los horrores que presenciaron.
Si a todo ello agregamos las escenas intolerables de violencia -represalias colectivas, muro del apartheid, asesinatos selectivos retransmitidos a diario desde los territorios ocupados de Palestina por los canales de televisi¨®n ¨¢rabes- tendremos un cuadro completo de las circunstancias -en modo alguno atenuantes de los cr¨ªmenes de Al Qaeda- que activaron la violencia virtual de las referencias cor¨¢nicas en la mente de los suicidas de Nueva York, Bali, Casablanca y Madrid.
4 Como no me canso de repetir, la palabra-maleta "terrorismo" reviste m¨²ltiples significados y var¨ªa en funci¨®n del enfoque -tiempo, lugar, etc¨¦tera- de quienes la emplean. El resistente franc¨¦s contra los ocupantes nazis era calificado de terrorista por ¨¦stos, y tras la liberaci¨®n de Francia por los ej¨¦rcitos aliados, se convirti¨® en h¨¦roe y m¨¢rtir. Lo mismo ocurri¨®, durante el mandato brit¨¢nico, con los grupos armados sionistas que dinamitaron el hotel King David de Jerusal¨¦n, ocasionando m¨¢s de un centenar de muertos, y con los h¨¦roes y hero¨ªnas del FLN a la firma de los Acuerdos de Evian: unos y otros son venerados como padres de la patria en Israel y en Argelia. Por eso, la inepta comparaci¨®n del ex ministro de Asuntos Exterior Josep Piqu¨¦ entre el terrorismo palestino y el de ETA, y el asentimiento silencioso de Aznar al indignante paralelo trazado por Putin entre los etarras y chechenos, me parecieron un torpe e inadmisible regalo a la banda terrorista, equiparada de golpe a la lucha desesperada de dos pueblos por su subsistencia. La resistencia al ocupante armado, ya sea en Palestina, Chechenia o Irak, no es terrorismo. Una cosa es atentar contra los militares o milicias armadas que invaden y ocupan un pa¨ªs, y otra muy distinta asesinar indiscriminadamente a civiles inocentes. Ni las v¨ªctimas de las Torres Gemelas ni las de las mochilas bomba colocadas en los trenes de Atocha ten¨ªan nada que ver con el apoyo incondicional de Bush a Sharon ni con la fotograf¨ªa del sonriente Aznar en la grotesta cumbre de las Azores. En este ¨²ltimo caso, el pueblo madrile?o hab¨ªa manifestado una y otra vez, con dignidad y valent¨ªa, su rechazo a la participaci¨®n espa?ola en la coalici¨®n invasora. La tragedia fue as¨ª a¨²n m¨¢s odiosa e inicua. El desajuste mental de quienes se inmolaron despu¨¦s en una apoteosis suicida se condensa en su sobrecogedor mensaje: una Espa?a devuelta a los tiempos de un fabuloso Al Andalus y el m¨ªtico Tarik de una invasi¨®n asimismo m¨ªtica -?los hechos acaecieron de forma muy distinta!- sirven de peana al anuncio de un infierno con mares de sangre por unos visionarios empecinados en su incre¨ªble acron¨ªa. Ahora, con mayor apremio que nunca, se impone la necesidad de analizar las razones internas y externas de la crisis que afecta a la vasta y heterog¨¦nea comunidad musulmana que se extiende desde el Atl¨¢ntico hasta el sur del archipi¨¦lago filipino.
5 Desde su liberaci¨®n m¨¢s o menos cruenta de los poderes coloniales, los pueblos ¨¢rabes han sido gobernados por reg¨ªmenes teocr¨¢tico-feudales y dictaduras implacables y a menudo sangrientas. Unos y otras se han mantenido durante d¨¦cadas sin que las antiguas metr¨®polis ni el emergente imperio norteamericano dijeran palabra en la medida en que el statu quo favorec¨ªa sus intereses. La ocupaci¨®n ilegal de Gaza y Cisjordania por los israel¨ªes y el despotismo de la familia de Ibn Saud, por citar dos ejemplos, no suscitaron reacci¨®n alguna a favor de las resoluciones de la ONU ni de los derechos humanos. Mientras que los disidentes de la Europa del Este fueron alentados en su lucha contra los sistemas de corte sovi¨¦tico y recibidos como h¨¦roes a su salida de la c¨¢rcel, los dem¨®cratas ¨¢rabes no obtuvieron jam¨¢s apoyo alguno. Encarcelados, secuestrados, ejecutados, su lucha no les vali¨® el sost¨¦n solidario concedido a rusos y h¨²ngaros, polacos y checos. Su suerte no interes¨® a nadie.
Este abandono de los principios democr¨¢ticos por quienes deber¨ªan ser los primeros en defenderlos consolid¨® a los Gobiernos teocr¨¢ticos y dictatoriales y ahog¨® la cr¨ªtica y reflexi¨®n, excluidas a la vez del campo religioso y del pol¨ªtico.
La crisis de los intelectuales ¨¢rabes, denunciada con rigor por pensadores del fuste de Abdal¨¢ Larui, Hichem Djait y, en particular, Edward Said, se expuso en un contexto desfavorable y no se tradujo en una autocr¨ªtica eficaz de sus causas ni en una modernizaci¨®n de los poderes f¨¢cticos. Si a ello a?adimos el peso de las tradiciones opresivas, la discriminaci¨®n de la mujer, el subdesarrollo econ¨®mico, el analfabetismo y un largo etc¨¦tera, comprenderemos mejor el callej¨®n sin salida de unos pueblos n¨¢ufragos, cuya ¨²nica agarradera o cuerda salvadora es la religi¨®n. La pr¨¢ctica de ¨¦sta se extendi¨® as¨ª en los a?os ochenta en el norte y sur del Mediterr¨¢neo: en los pa¨ªses del Magreb, Pakist¨¢n, Egipto y en el seno de la inmigraci¨®n musulmana establecida en Europa. Los problemas de adaptaci¨®n al nuevo medio social, el prejuicio racista de algunos sectores de la poblaci¨®n nativa, el aumento del paro, el fracaso escolar de muchos j¨®venes, se conjugaron para favorecer la resistencia a la integraci¨®n en grupos minoritarios, con su consiguiente encierro en unas estructuras identitarias que Jean Daniel denomina justamente "prisi¨®n". El tiempo hist¨®rico desaparece entonces y es sustituido por un esencialismo atemporal, como es tambi¨¦n el caso de los ultrarreligiosos jud¨ªos y de los radicales vascos.
Las tesis de Huntington sobre el choque de civilizaciones -ampliadas hoy por sus invectivas contra una comunidad hispana cuya lozan¨ªa pondr¨ªa supuestamente en peligro la supremac¨ªa de los blancos anglosajones y protestantes- han generado a su vez reacciones m¨¢s viscerales, como la de Oriana Fallaci con sus pr¨¦dicas apocal¨ªpticas, en perfecta sinton¨ªa con el mensaje de los suicidas de Legan¨¦s, sobre la invasi¨®n isl¨¢mica y la necesidad de una nueva cruzada destinada a impedirla.
Las comparaciones hist¨®ricas son casi siempre enga?osas y pecan en cualquier caso de inexactitud en el manejo de sus t¨¦rminos. En situaciones como las que vivimos resulta in¨²til recurrir al lenguaje teol¨®gico, objeto ya de controversias entre las distintas escuelas jur¨ªdicas y las 71 o 73 sectas de la comunidad isl¨¢mica establecidas por Ibn Hanbal, el referente de la m¨¢s rigurosa de aqu¨¦llas.
En el marco de las constituciones europeas debemos hablar de derechos y deberes, aplicados en pie de igualdad a ciudadanos e inmigrantes. En lo tocante al mundo musulm¨¢n, la pol¨ªtica del nuevo Gobierno debe ser exactamente la contraria del de Aznar: acercamiento econ¨®mico y cultural a Marruecos, apoyo a los intelectuales y partidos dem¨®cratas, abandono de la puntillosa confrontaci¨®n tocante al S¨¢hara, fluidez en la concesi¨®n de contratos de trabajo necesarios a nuestra econom¨ªa, sustituci¨®n de la arrogancia "perejilesca" por una pol¨ªtica firme de amistad y de cooperaci¨®n. Respecto a Oriente Pr¨®ximo, la del respaldo, con el conjunto de la Uni¨®n Europea, a una soluci¨®n justa del conflicto palestino-israel¨ª y la retirada, confirmada ya por Rodr¨ªguez Zapatero en sus nuevas funciones de presidente del Gobierno, de nuestro contingente militar en Irak. ?sta no es una medida de amedrentado apaciguamiento, ni menos a¨²n de rendici¨®n a las fuerzas conjugadas del nacionalismo sun¨ª y de la insurgencia del autotitulado Ej¨¦rcito del Mahdi, como sostienen los halcones de Washington, de The Wall Street Journal y de la Fox, sino de elemental sensatez: la de no arrojar m¨¢s aceite al fuego que amenaza con propagarse a todo Oriente Pr¨®ximo. Si sumamos a ello el c¨ªnico acuerdo entre Bush y Sharon sobre el futuro de los palestinos a espaldas de los interesados -apriscados as¨ª en bantustanes m¨ªseros e inviables-, am¨¦n de la pol¨ªtica de asesinatos selectivos de los l¨ªderes de Ham¨¢s y qui¨¦n sabe si del propio Arafat -terrorismo de Estado frente a terrorismo artesanal-, no hace falta ser un profeta para predecir la multiplicaci¨®n de los muyahidin y la intensificaci¨®n de sus atentados en tierras de los "cruzados" y en todo el ¨¢mbito musulm¨¢n presuntamente ligado a ¨¦stos.
6 La diferencia entre el antiguo colonialismo anglofranc¨¦s y el del actual imperio americano resulta instructiva y reveladora. Cuando los franceses impusieron el r¨¦gimen de protectorado en Marruecos, el mariscal Lyautey pose¨ªa mejores conocimientos de este pa¨ªs que ning¨²n marroqu¨ª: de su religi¨®n, costumbres, leyes, instituciones en las que apoyarse, enemigos a quienes combatir. Unas decenas de millares de ingleses gobernaron la India durante dos siglos jugando h¨¢bilmente con las rivalidades religiosas, ¨¦tnicas y tribales...
La decisi¨®n de Bush de invadir Irak, impulsada por los intereses petroleros y los fundamentalistas religiosos de la Gran Tribulaci¨®n, part¨ªa de una ignorancia absoluta del pa¨ªs "liberado". La f¨¢brica de manipulaciones y mentiras de la Casa Blanca ha desembocado con rapidez en una previsible cat¨¢strofe: espiral de violencia, atentados y castigos, desafecci¨®n creciente de la poblaci¨®n, amenaza de una interminable guerra civil y, a la postre, de un nuevo Vietnam. Las supuestas relaciones del tirano depuesto con Al Qaeda carec¨ªan de toda credibilidad. En el Irak de Sadam, nadie pod¨ªa mover un dedo sin que sus omnipotentes servicios de seguridad lo supieran. Tras un a?o de ocupaci¨®n, el pa¨ªs se ha convertido en un vivero de terroristas, como antes lo fue Afganist¨¢n. El suculento negocio del petr¨®leo se desvanece como un espejismo a causa de la guerra y la inseguridad reinante. El fiasco ha sido absoluto.
Contrariamente a las enso?aciones de Aznar y a su delirio de grandezas, Espa?a no tiene nada que ganar en Irak ni que justifique la presencia de su Ej¨¦rcito en Diwaniya bajo el mando militar norteamericano. La pacificaci¨®n y reconstrucci¨®n del pa¨ªs s¨®lo podr¨ªa llevarse a cabo con un mandato pol¨ªtico claro de las Naciones Unidas. Insistir en lo contrario es a?adir un nuevo eslab¨®n en la cadena de disparates que va de la disoluci¨®n del Ej¨¦rcito de Sadam a la t¨¢cita admisi¨®n del pillaje del Museo Arqueol¨®gico y la Biblioteca de Bagdad mientras se preservaba neciamente el Ministerio del Petr¨®leo.
En corto y por derecho: tras la fraseolog¨ªa religiosa de Bush sobre "el bien y el mal, la libertad y la esclavitud, la vida y la muerte", descubrimos el 11-M que el futuro de nuestro planeta es mucho m¨¢s vulnerable e incierto que el de antes de la invasi¨®n.
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