Cultura de una noche de verano
Con la mejor de las intenciones, Dolors Comas d'Argemir, catedr¨¢tica de antropolog¨ªa de la Universidad de Tarragona y diputada de ICV-EA, demanda a los organizadores del F¨®rum un cambio de rumbo (EL PA?S, 21-4-04). Al parecer, las circunstancias pol¨ªticas as¨ª lo aconsejan. En la situaci¨®n anterior las directrices de la reuni¨®n se fijaron a trav¨¦s del acuerdo pol¨ªtico entre las tres administraciones implicadas, gobernadas por partidos pol¨ªticos distintos, como todo el mundo sabe. En pura l¨®gica, entonces, al cambio de paisaje pol¨ªtico le deber¨ªa corresponder un cambio equivalente en el dise?o intelectual de las actividades que se desarrollar¨¢n, hasta llegar al del mismo concepto de cultura que se desprende de las confusas informaciones que el com¨²n de los ciudadanos recibe. En opini¨®n de Comas d'Argemir, la l¨ªnea pactada por las anteriores administraciones condujo a una idea de cultura que excluye a la pol¨ªtica como uno de sus componentes fundamentales, con lo que la "festivalizaci¨®n" ¨¦tnica en la presentaci¨®n de las culturas del mundo se convierte en inevitable. De este modo, la contribuci¨®n de un esfuerzo tan grandioso a la causa de la paz en el mundo y a la superaci¨®n de las desigualdades ser¨¢, sin duda, muy escasa, por no decir irrelevante. En consecuencia, la Declaraci¨®n de Barcelona que se aprobar¨¢ como resultado de las discusiones de este pr¨®ximo verano resultar¨¢ descafeinada y perfectamente in¨²til. As¨ª ser¨¢, con toda probabilidad, si no se corrige pronto el rumbo y se rectifica el dise?o intelectual de las actividades programadas. La misma idea de cultura con la que el actual F¨®rum trabaja deber¨¢ ser corregida para equilibrar el binomio entre aquellos elementos escogidos para presentar las culturas del mundo y la pol¨ªtica planetaria que las influye y rige.
Hasta aqu¨ª el argumento de fondo del art¨ªculo que comento, que espero no haber simplificado en exceso. Comparto la impresi¨®n de lo que ser¨¢ el F¨®rum: una gran reuni¨®n de gentes bienintencionadas, un aplec mundial de esp¨ªritus generosos, cuyos resultados en t¨¦rminos pr¨¢cticos se habr¨¢n olvidado en cuanto caigan las primeras hojas de los enfermos pl¨¢tanos de la ciudad. A excepci¨®n, claro est¨¢, de la transformaci¨®n radical de una parte de Barcelona, el fleco que restaba de los deberes de 1992, el precedente l¨®gico de un estilo municipal exitoso que consiste en vestir con ropajes filantr¨®picos las grises realidades urban¨ªsticas de una capital sin Estado. Esta segunda cara de lo que estamos hablando no puede juzgarse con los mismos criterios, es otra cosa. En este caso lo que importa es la calidad del urbanismo, los costes o beneficios para la ciudad, las sinergias que pueden derivarse en t¨¦rminos de actividad econ¨®mica. Lo dem¨¢s importa poco, o nada, hablando con franqueza.
Todo ello no tiene nada de misterioso. El escenario est¨¢ preparado, el p¨²blico llenar¨¢ generosamente los nuevos espacios, una pl¨¦yade de conferenciantes (pagados por encima de las tarifas habituales) se aprestan a divulgar sus conocimientos para aquellos que tengan la buena fe de sustraer unas horas a las actividades recreativas programadas, alguien debe de estar ya hilvanando algunas frases novedosas para los discursos oficiales y, por supuesto, alguien debe de estar pensando qu¨¦ delicados equilibrios deber¨¢ contener la declaraci¨®n final. En este contexto, resulta muy problem¨¢tico saber qu¨¦ espacio deber¨¢ ocupar la cultura en sentido fuerte, m¨¢s all¨¢ de lo que uno puede esperar de la concentraci¨®n masiva de exposiciones, mesas redondas y festivales. Comas d'Argemir sugiere una nueva orientaci¨®n de las l¨ªneas generales del F¨®rum, un cambio de prioridades que introduzca la pol¨ªtica en el uso del concepto de cultura que se est¨¢ utilizando en sus preparativos. Es muy dudoso que esta hipot¨¦tica reorientaci¨®n arroje resultado alguno en t¨¦rminos de cultura, por m¨¢s de una raz¨®n. La de m¨¢s peso es que la producci¨®n de conocimientos sobre las sociedades del mundo entero no puede sujetarse a un programa de correcci¨®n pol¨ªtica. Sus mismas reflexiones acerca de c¨®mo deber¨ªa producirse la nueva selecci¨®n de los objetivos del evento apelan menos al conocimiento cimentado en la investigaci¨®n, a la modestia y exigencia del trabajo filol¨®gico o cr¨ªtico, que a un puro cambio de las coordenadas pol¨ªticas que envuelven la interpretaci¨®n de lo que es el mundo de hoy. De todos modos, ver las cosas con cierta distancia
puede tener incluso sus ventajas. Nos permitir¨¢, por ejemplo, encarar el F¨®rum con una tranquilidad horaciana, en el silencio del archivo, la biblioteca o el laboratorio. Mientras, los fastos pasar¨¢n, las administraciones realizar¨¢n un balance que ser¨¢ probablemente favorable, pero la cultura seguir¨¢ m¨¢s o menos donde estaba, sometida a la estrechez presupuestaria y a las contingencias de una pol¨ªtica cient¨ªfica sobre la que hay mucho que discutir.
Ninguna de estas reflexiones aboga, por supuesto, por una cultura lejos del mundanal ruido, insensible a las necesidades de la especie. Sin embargo, tambi¨¦n en las ciencias sociales y humanas los fines de cada disciplina, la producci¨®n de los conocimientos que son el fundamento de nuestra idea de cultura, responde a normas que no pueden ser fijadas pol¨ªticamente ni por la derecha ni por la izquierda. Las ciencias humanas tienen sus propias convenciones, como las tienen las matem¨¢ticas y la biolog¨ªa, y sus reglas exigen que las buenas intenciones no pasen la puerta del laboratorio. Es cierto que las preocupaciones sociales suelen ser el punto de partida de los proyectos cient¨ªficos relevantes, nada m¨¢s y nada menos, pero despu¨¦s las reglas del juego exigen los criterios de verdad, de falsaci¨®n y de objetividad. La utilidad social viene despu¨¦s, aunque determinarlo exija por lo general una paciencia de benedictino. Sobre esta cuesti¨®n ya dej¨® escrito Max Weber un texto memorable (La ciencia como profesi¨®n, 1919) en el que est¨¢ todo lo que un cient¨ªfico social deber¨ªa tener siempre presente. Si lo olvidamos suceder¨¢ lo inevitable: que habremos sustituido una cultura de pissarr¨ª de derechas por una de izquierdas. Para este viaje no hacen falta alforjas, ni una legi¨®n de antrop¨®logos inocentes preocupados por hacerse un hueco en un acontecimiento que no apela a la producci¨®n de cultura y conocimiento, sino a la utilizaci¨®n de sus destellos para legitimar un proyecto de ciudad que se mueve ambiguamente entre la realidad y el deseo.
Josep M. Fradera es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea de la UPF.
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