Regreso al infierno
El jurado y las v¨ªctimas visitan el 'zulo' utilizado por el pederasta belga Dutroux
Al sur de la industriosa ciudad belga de Charleroi, en el barrio de Marcinelle, hay un edificio unifamiliar abandonado construido en ladrillo rojo. Es una de las casas del pederasta belga Marc Dutroux. Sus estancias fueron inspeccionadas por la polic¨ªa en busca de las ni?as que estaban desapareciendo en B¨¦lgica entre junio de 1995 y agosto de 1996. Pero sus pesquisas nunca dieron resultado.
Tuvo que ser el propio Marc Dutroux el que, una vez detenido, condujo a los gendarmes hasta el s¨®tano. Desliz¨® sobre unos goznes una puerta de cemento de 200 kilos bien disimulada tras una estanter¨ªa y mostr¨® su oscuro interior. Sobre unos viejos colchones, dos ni?as se escond¨ªan bajo la colcha, atemorizadas. Dutroux les pidi¨® que salieran. Tras ciertas dudas, ambas le obedecieron. Todav¨ªa inseguras, le dieron las gracias y un beso a su verdugo al pasar a su lado. Los polic¨ªas no daban cr¨¦dito.
Una de las ni?as permaneci¨® 80 d¨ªas secuestrada en ese agujero de poco m¨¢s de dos metros de largo
Aquellas ni?as eran Sabine Dardenne, de 12 a?os, y Laetitia Delhez, de 14. La primera llevaba 80 d¨ªas secuestrada, la mayor parte del tiempo en aquel agujero de 2,3 metros de largo y 0,9 de ancho. Laetitia s¨®lo llevaba cinco, tiempo suficiente para conocer el infierno que comparti¨® con Sabine de violaciones y miedo a morir a manos del supuesto jefe mafioso de Dutroux, que pretend¨ªa matarlas dado que sus respectivas familias no estaban dispuestas a pagar el pretendido rescate pedido por ellas.
Sabine y Laetitia, que ahora tienen 20 y 22 a?os, volvieron ayer a ese lugar. Con ellas, una selecci¨®n de periodistas, los abogados, las familias de otras v¨ªctimas y los miembros del jurado que desde el 1 de marzo siguen el juicio contra Dutroux y sus c¨®mplices.
"El zulo es tan peque?o, tan exiguo, que cuesta imaginar que un ni?o pudiera vivir all¨ª tres meses". A la reportera de la RTL Dominique Demoulin, una de las periodistas que pudo acudir a la cita, parec¨ªa ayer faltarle recursos para describir lo que fue el infierno no s¨®lo de Sabine y de Laetitia, sino tambi¨¦n de Julie y M¨¦lissa, las dos ni?as de ocho a?os que no sobrevivieron. Las cortas dimensiones de este lugar dejaron sin palabras a los visitantes. La corta altura, de 1,6 metros, impide mantenerse de pie a un adulto normal. Las paredes son h¨²medas y no llega la luz del d¨ªa.
An Marchal, de 17 a?os, y Eefje Lambrecks, de 19, tambi¨¦n estuvieron secuestradas en Marcinelle en 1995, mientras debajo, en el zulo, permanec¨ªan Julie y M¨¦lissa. Pero las adolescentes partieron antes, dice Dutroux, hacia la red pederasta para la que trabajaba, si bien ¨¦l mismo se encarg¨® despu¨¦s de enterrarlas en el jard¨ªn de una casa, al igual que har¨ªa m¨¢s tarde con Julie y M¨¦lissa, cuyos cad¨¢veres demuestran haber sufrido una prolongada desnutrici¨®n, adem¨¢s de abusos sexuales.
Todo lo relacionado con este caso es as¨ª de s¨®rdido y cruel. Pero para Laetitia y Sabine el juicio y la visita a este lugar es una suerte de terapia, la demostraci¨®n al mundo de que es posible superar lo peor. Con ellas, las familias de otras v¨ªctimas intentan pasar p¨¢gina recordando a sus seres perdidos, como hizo la abuela de Julie al tocar ayer con fervor el nombre de su nieta, que la ni?a dej¨® escrito en una pared del zulo.
Los padres de M¨¦lissa, ausentes del juicio oral por considerarlo una mascarada, tampoco se sumaron ayer a la visita, que calificaron de puro circo. Los belgas siguen enfrentados respecto a este caso entre los que defienden la tesis de Dutroux como psic¨®pata que actuaba siguiendo s¨®lo sus crueles instintos y los que insisten en la red pederasta demasiado bien protegida.
Un horror, en todo caso, del que emergen el coraje y la fortaleza de Sabine y Laetitia. Los padres de las desaparecidas aseguran que las consideran como sus propias hijas.
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