Centenario
Si fu¨¦ramos personas decentes nos dejar¨ªamos de tonter¨ªas oficialistas y nos preparar¨ªamos para celebrar como es debido el centenario del nacimiento de Lex Luthor, muerto hace unos a?os en el m¨¢s injusto de los olvidos, probablemente en una penitenciaria de tres al cuarto. Incluso es posible que a estas alturas alg¨²n jovenzuelo ignorante se pregunte qui¨¦n era Luthor. Pues nada m¨¢s y nada menos que el perpetuo y ac¨¦rrimo enemigo de Superman en aquellas d¨¦cadas felices en que el bien y el mal absolutos constitu¨ªan los dos polos opuestos de la estupidez. Luthor, por supuesto, encarnaba un mal sin m¨®viles, sin matices y sin paliativos, cuyo ¨²nico objeto era enfrentarse al bien sin m¨¢s armas que la inteligencia, el conocimiento cient¨ªfico, un presupuesto ilimitado y una total falta de escr¨²pulos. Naturalmente, as¨ª nunca ganaba al bien, encarnado en un simpl¨®n a quien todo le hab¨ªa sido dado sin esfuerzo, incluso una indumentaria original y llamativa, aunque algo inc¨®moda a la hora de hacer pis. Pero a Luthor no le desalentaban las derrotas y pronto volv¨ªa al ataque con un plan nuevo y a¨²n m¨¢s disparatado. En este aspecto, Luthor no era humilde ni pusil¨¢nime: su proyecto consist¨ªa en destruir el mundo por las buenas, y a esta empresa se entregaba a conciencia, en la soledad de su laboratorio, con una elegante discreci¨®n. No como los actuales enemigos de James Bond, que apenas obtenida el arma definitiva dan una fiesta por todo lo alto, invitan a la jet set y se muestran como lo que son: unos mit¨®manos consumistas formados en los programas basura de la televisi¨®n en abierto. Por eso James Bond siempre se acaba colando en la fiesta y ech¨¢ndolo todo a rodar. Luthor era todo lo contrario: un hombre reservado, de pupitre, pizarra y biblioteca, lector de Plat¨®n y de Dante, quiz¨¢s en versi¨®n de c¨®mic, pero anclado en la tradici¨®n y con la vista puesta en los ejemplos m¨¢s ilustres de la antig¨¹edad. En resumen, un poeta. Este fue, sin duda, su tal¨®n de Aquiles: pensar que en el mundo hab¨ªa cabida para las abstracciones. Y como siempre sucede en estos casos, s¨®lo le comprendi¨® Superman, tan tonto y tan hegeliano como su eterno contrincante, y destinado como ¨¦l a engrosar el pante¨®n de los hombres grandes y risibles.
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