Yo quiero ser vanguardista
"El paisaje de pinos mediterr¨¢neos me pareci¨® tan hermoso que casi me entraron ganas de volver a pintar paisajes. Y me dije que no hab¨ªa nada malo en realizar paisajes, aunque mi integridad como dada¨ªsta podr¨ªa verse resentida". El dada¨ªsmo aparece en este libro como un voluntarioso esfuerzo realizado por un hombre que se describe a s¨ª mismo como libre. Suerte parecida corre el surrealismo: "Yo cre¨ªa haber cumplido con todos los principios del movimiento: sinraz¨®n, automatismo, secuencias psicol¨®gicas y on¨ªricas, sin l¨®gica aparente y con absoluto desprecio por la narrativa convencional. (...) No bastaba con calificar un trabajo de surrealista, como algunos intrusos: hab¨ªa que obtener el sello de aprobaci¨®n del grupo y presentar la obra bajo los auspicios del movimiento para que fuese reconocida como tal". Man Ray, Emmanuel Radnitsky de nombre civil (Filadelfia, 1890-Par¨ªs, 1976), dedic¨® buena parte de su vida al empe?o de convertirse en artista de vanguardia, aunque la propia vida fuera postergando su inicial vocaci¨®n de pintor, distray¨¦ndolo con otros asuntos como la fotograf¨ªa, que, salvando sus recelos iniciales, terminar¨ªa por convertirse en su principal ocupaci¨®n.
AUTORRETRATO
Man Ray
Traducci¨®n de Catalina Mart¨ªnez Mu?oz
Alba. Barcelona 2004
486 p¨¢ginas. 31,90 euros
Es dif¨ªcil juzgar una autobio-
graf¨ªa s¨®lo por la calidad de la escritura y el inter¨¦s de lo narrado, abstray¨¦ndose de las simpat¨ªas o recelos que despiertan en nosotros las acciones de quien nos cuenta su vida. As¨ª, en este libro conviven un tipo de fina iron¨ªa ("ten¨ªa madera de buen fot¨®grafo de moda, me interesaban m¨¢s las chicas que la ropa") con un hombre que no oculta, sino que anota, los azotes con los que, ocasionalmente, "domaba" a sus mujeres. Pero no se equivoquen. No es ¨¦ste el retrato de un arrepentido ni el de un machista furibundo. Es m¨¢s bien el reflejo de una ¨¦poca. La importancia no reside tanto en las azotainas que pudieron recibir sus parejas como en el hecho de que contarlo no tuviera importancia.
Con todo, Man Ray, en su empe?o por convertirse en artista de vanguardia, tuvo una vida para contarla. Y la supo contar. Ten¨ªa 70 a?os cuando termin¨® este Autorretrato: "Nunca me he embarcado en nada que exigiese un esfuerzo prolongado como el que ha exigido escribir este libro". Y necesitaba anotar lo que se le escapaba: una agitada vida de viajes entre continentes, idiomas, ideolog¨ªas y culturas que comenzaba a desdibujarse. Esa desubicaci¨®n, fruto de una vida en movimiento continuo que se marea al detenerse, hace que el libro se desvanezca desorientado al final. Su protagonista no sabe ya d¨®nde ni de qu¨¦ vivir. Y el libro, naturalmente, no resuelve esa incertidumbre. El manuscrito se difumina al tiempo que aparece ese anciano perplejo que no se reconoce anciano ni perplejo. Como en casi todas las autobiograf¨ªas, la mayor parte del libro est¨¢ escrita m¨¢s como el hombre que crey¨® ser Man Ray que como el que realmente fue. As¨ª, los lectores conocer¨¢n antes al artista que quiso ser que al que finalmente consigui¨® ser. Aunque ambos terminan por aflorar, porque este autorretrato es m¨¢s que una mezcla de nombres ilustres y momentos prosaicos, que tambi¨¦n. Es el retrato del hombre que recuerda los fallos y las torpezas de sus primeras fotograf¨ªas pero tambi¨¦n el de un artista que se vanagloria de sus ocurrencias y sus ingeniosas conferencias. Adem¨¢s, el libro es una buena instant¨¢nea del Par¨ªs de los surrealistas, del propio movimiento art¨ªstico, y un recuerdo personal, y por tanto desigual, de otros personajes de la ¨¦poca, como el hermita?o Brancusi (magn¨ªfico), el contradictorio Matisse, el absorto Picasso, el fatuo Picabia, el bueno de Braque o la gloria y la ruina del modisto Paul Poiret, ¨¦l mismo todo un s¨ªmbolo de un tiempo.
Otros personajes m¨¢s cercanos a la vida de Man Ray (Duchamp o Kiki de Montparnasse) aparecen y desaparecen en los diversos cap¨ªtulos del libro revelando, a su vez, distintos momentos de sus propias vidas. An¨¦cdotas tiernas y divertidas, como una sesi¨®n en el estudio de Maurice Utrillo que necesitaba sentir la carnalidad de la modelo sobre sus piernas mientras pintaba para terminar dibujando un paisaje, o momentos ¨¦picos, como la ocupaci¨®n de Par¨ªs y la huida de dimensiones b¨ªblicas de buena parte de sus habitantes, cuajan un libro escrito con un estilo claro y llano. Una paradoja m¨¢s de un artista que busc¨® para su arte un lenguaje que, aun fascin¨¢ndole, ni siquiera ¨¦l llegaba a comprender. Tal vez eso sea el arte y tal vez tratar de averiguar lo incomprensible contribuya a hacer una vida fascinante.
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