'Made in Barcelona'
El espect¨¢culo inaugural rememora la est¨¦tica de las ceremonias ol¨ªmpicas
Barcelona est¨¢ encadenada a sus propias explosiones est¨¦ticas. De la misma forma que Gaud¨ª hizo reventar el modernismo, las puestas en escena de 1992 llevaron al l¨ªmite el ceremonial ol¨ªmpico. Hac¨ªa falta valor, ciertamente, pero hay que reconocer que el contenido ol¨ªmpico era m¨¢s simple: la exaltaci¨®n de la fuerza f¨ªsica, el sudor... La Fura dels Baus trabajaba en esa direcci¨®n desde sus primeros montajes.
Ahora, Hansel Cereza, fundador de aquel grupo, ha afrontado, sin la compa?¨ªa detr¨¢s, la responsabilidad del espect¨¢culo inaugural del F¨°rum. En este caso, la exigencia del gui¨®n era superior a la de los Juegos. No hab¨ªa precedentes de una convocatoria similar y hac¨ªa falta entornar mucho los ojos para vislumbrar en qu¨¦ pod¨ªa consistir. S¨ª se sab¨ªa, como una palabra que a fuer de repeticiones acaba por perder el sentido y se convierte en marca, que deb¨ªa relacionarse con el di¨¢logo de las culturas y con un mundo m¨¢s justo y en paz. Con estos mimbres hab¨ªa que armar el cesto. Y de ah¨ª surgi¨® el tenue gui¨®n de este montaje. Como al principio de la tetralog¨ªa wagneriana, en principio era la nada. El Homo construens no pod¨ªa soportar un vac¨ªo tan vasto y descomunal, de manera que se puso manos a la obra. Entre vapores carb¨®nicos, lenguas de gas incendiado y penetrantes haces de luz, construy¨® una imponente Babel esf¨¦rica -25 metros de di¨¢metro, 150 toneladas de peso- sobre la superficie del agua.
Todo parec¨ªa en perfecto equilibrio estable cuando en el interior de la esfera surgi¨® el conflicto. Un tropel de escaladores -no hay made in Barcelona sin ellos, desde que Comediants descolg¨® un ¨¢ngel del campanario de San Marcos, en un carnaval veneciano de los setenta- se afanaba por ganar la cima, impulsado por una irrefrenable ansia del poder. La codicia, la lucha. Y la lucha, se habr¨¢ adivinado, acaba en destrucci¨®n de la esfera, desgajada entre bengalas rojas, humos t¨®xicos y aullidos en fortissimo de la banda sonora. Mecachis, el Homo construens lleva dentro al hobbesiano destruens. Habr¨¢ que volver a empezar. Punto y seguido.
En circunstancias as¨ª, el relato cl¨¢sico recurre siempre a Sigfrido, el hombre nuevo. Mover el mundo no pod¨ªa obviar este recurso ret¨®rico: el espect¨¢culo debe continuar. Prosigamos, pues. De la destrucci¨®n, con un pedal en pianissimo, emerg¨ªan de pronto de las aguas unas ochenta sillas tipo thonet -?ay, el disseny que no falte!- rodeando los restos del planeta, al tiempo que grupos de nadadores supervivientes, de riguroso blanco nuclear, las ganaban a nado. Como en la Novena de Beethoven, estallaba entonces el coro de 500 voces, mientras los restos iban recomponi¨¦ndose en un vistoso nen¨²far oxidado. La voz humana en di¨¢logo puede superar las peores adversidades. "?Alegr¨ªa!", rompe el himno de Schiller. La banda de Ian Britton para este montaje no tiene palabras, pero viene a decir lo mismo en la era Internet. Color¨ªn colorado en apoteosis pirot¨¦cnica. 27 minutos en total.
El mejor esp¨ªritu
Babelia
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