El invitado a la boda
Algunos intelectuales han sido invitados a "la" boda. Entre ellos la cosa se dice as¨ª: "No s¨¦ por qu¨¦ me han invitado: qu¨¦ fastidio. No pensaba yo tener que ser el corista de esta zarzuela...". "?Vas a ir?". "Claro. Mi mujer me matar¨ªa...". Ah, cosa de mujeres. El Intelectual no cede ante la amenaza del poder, se deja encarcelar o matar: pero el ce?o de su esposa... Algunas habr¨¢n gemido para conseguir la invitaci¨®n que puede ser la ruina del veraneo de la familia: trajes, regalo... "M¨¢ndales un libro tuyo", aconsejo a los que tienen libros publicados. Se les ilumina el rostro. Pero piensan que tendr¨¢n que hacerle una encuadernaci¨®n especial. "Tafilete", digo. Me miran sin saber en qu¨¦ idioma hablo. "Mejor que el cordob¨¢n", insisto para su perplejidad. Se hacen cosas espl¨¦ndidas. Yo recomiendo que se lo den a encuadernar a Marielle Zarraluqui, que es una gran artista de ese arte. Pero que no acepta todo: necesita que el contenido del libro inspire algo, o tenga una calidad especial. No estoy seguro de que los libros de los intelectuales de la boda sean extraordinarios, aunque alguno conozco que es de primer orden (Mu?oz Molina).
Las esposas o las invitadas por s¨ª mismas han aplazado alg¨²n festol¨ªn para esperar a la boda: as¨ª podr¨¢n contarla. Imagino que con un toque de desd¨¦n, con an¨¦cdotas, con un alejamiento teatral (Brecht) que les permita situarse por encima de los contrayentes: por dif¨ªcil que sea. Y por raros o desconocidos que sean sus abuelos. Los que los tienen de buena casta no ir¨¢n m¨¢s que por obligaci¨®n, y sus gestos al decirlo son altivos y lejanos. Se han visto ya personas manifest¨¢ndose en la Puerta del Sol contra las bodas desiguales. Est¨¢n preocupadas por la sangre azul, y parece que lo est¨¢n m¨¢s por la virginidad, los muy horteras: como si eso importase todav¨ªa. Una sex¨®loga me dice que la ¨²ltima moda entre las jovencitas es perder la virginidad en la cl¨ªnica, bien por sus propios deditos enguantados de goma, bien por instrumentos cl¨ªnicos: el himen es algo tan serio que no se le puede confiar a un hombre. Son torpes, desma?ados y vergonzosos: sobre todo, no esperan encontrar un obst¨¢culo antiguo. Y el dolorcillo, que tampoco es tanto, no es elegante en un momento tan trascendental.
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