Vasos comunicantes
Cada vez que tengo que reunir la documentaci¨®n para la declaraci¨®n de la renta me asalta la misma sensaci¨®n: el tiempo se repite y hay cosas de las que, por m¨¢s que cambien el clima y los gobiernos, uno nunca se libra. En principio, pagar impuestos deber¨ªa ser una experiencia pedag¨®gica que nos recordara nuestros deberes y redujera la euforia que produce el ejercicio de nuestros escu¨¢lidos derechos. Cuando llegan estas dolorosas fechas tributarias, sin embargo, s¨®lo consigo que me asalte una insolidaria depresi¨®n y siento todo el peso del Estado sobre mis hombros. Para insuflarme ¨¢nimos, recurro a las sabias palabras de Chumy Ch¨²mez, fallecido hace relativamente poco: "Los espa?oles no ahorran, son unos manirrotos. Se lo gastan todo en impuestos". Espero que, all¨ª donde est¨¦, el melanc¨®lico Chumy ya no tenga que pagar impuestos ni tenga que ver como las cosas viejas se repiten con exasperante reiteraci¨®n.
M¨¢s cosas viejas que perduran: los atracos a joyer¨ªas protegidas por sofisticados sistemas de seguridad. Cambia el nombre de la joyer¨ªa, su situaci¨®n en el mapa y la nacionalidad de los cacos, pero los relatos son parecidos y suelen concluir con una frase de comisario macerado en caf¨¦ de m¨¢quina: "Eran profesionales". O las torturas, m¨¢s medi¨¢ticas y escandalosas en funci¨®n de quien las cometa. O la sospecha de fraude electoral, ya sea en Filipinas o en cualquier otro rinc¨®n del mundo en el que los simulacros democr¨¢ticos sirven de coartada a toda clase de abusos. O los anuncios de fichajes de nuevos jugadores del Bar?a del futuro, tan parecidos a los viejos, con su despliegue de ilusi¨®n y especulaci¨®n sobre precios y condiciones contractuales.
Para compensar esta sensaci¨®n de d¨¦j¨¤ vu, que es la que puede sentir el lector al leer este art¨ªculo adscrito al g¨¦nero del art¨ªculo sobre lo viejo y lo nuevo, se puede recurrir a una b¨²squeda de elementos novedosos en nuestro entorno. Equilibrar el paisaje recurriendo a cosas nuevas nunca vistas o que no exist¨ªan hace, pongamos, 10 a?os. El F¨®rum es una de ellas, pero se habla tanto de ¨¦l que quiz¨¢ convenga dejar que emprenda el vuelo. O cosas nuevas todav¨ªa m¨¢s extra?as: los anuncios de tratamientos para dejar de fumar mediante hipnosis. O fen¨®menos que, hace muy poco, parec¨ªan pura ciencia-ficci¨®n: las ofertas de tarifa plana para Internet. ?Alguien pod¨ªa imaginar que, en tan poco tiempo, se expandir¨ªa Internet hasta conseguir el uso actual? En el congreso internacional de Internet celebrado en Barcelona estos d¨ªas, uno de los gur¨²s invitados anunci¨® que en 2009 la red llegar¨¢ ?a Marte! ?Y qu¨¦ me dicen de los precios de algunas compa?¨ªas a¨¦reas? ?Si sale m¨¢s barato ir en avi¨®n a Londres que ir en taxi desde mi casa hasta el aeropuerto!
Pero existe una tercera v¨ªa entre lo viejo y lo nuevo: cosas que, siendo viejas, vuelven con aureola de modernidad. No me refiero a los pantalones de pata de elefante; ni a las patillas; ni a los cantautores; ni al festival de Eurovisi¨®n y su psicod¨¦lico desfile de lentejuelas; ni a las quejas de determinados escritores de peso, hartos de que intrusos medi¨¢ticos les coman, adem¨¢s de la moral, el territorio; ni a los intentos gubernamentales de controlar los medios de comunicaci¨®n. Me refiero al tranv¨ªa. Curiosamente, constatar las reiteradas muestras de negligencia de quienes lo han instalado provoca reacciones de ira nunca vistas y se considera retr¨®grado e incluso facha preguntarse en voz alta a qu¨¦ se deber¨¢ tanta inutilidad. Y es que matar o apedrear al mensajero sigue siendo otra costumbre tan vieja como los impuestos.
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