All the Tired Horses
Uno Har¨¢ unos a?os, los a?os de Chim¨¨re o La voli¨¨re Dromesko en Avig?¨®n o en el Fort d'Aubervilliers, la carpa del Z¨ªngaro era un pozo extra?o y excitante, una iglesia mexicana (b¨®veda alt¨ªsima, nubes de incienso, buj¨ªas flotantes) convertida en gigantesco re?idero de gallos o, a elegir, templo vietnamita ocupado por jugadores de ruleta rusa. Hoy, la tienda de los n¨®madas, la yurta (acabo de consultar el nombre en una novela de Joseph Kessel), m¨¢s bien parece una quesera gigante en la oscuridad o el t¨²mulo art d¨¨co del doctor Phibes, y en la pista predominan las tonalidades sombr¨ªas, fatigadas: un coso color de sangre seca, rodeado por un anillo de ceniza. ?Ha envejecido Bartabas o he envejecido yo? En mi recuerdo, el gran jefe de los caballistas paseaba su perfil de pr¨ªncipe negro, reconcentrado y solitario, despertando reminiscencias de lejan¨ªsimas felicidades infantiles: Taras Bulba, Los jinetes de la noche, El enamorado de la Osa Mayor.
A prop¨®sito del espect¨¢culo Loungta, les chevaux de vent del teatro Z¨ªngaro en el F¨®rum
Esta noche, Bartabas parece contemplarse, de reojito, ante un espejo constante, como un danzar¨ªn samur¨¢i encantado de haberse conocido. O quiz¨¢ soy yo quien le veo as¨ª, ya digo. Esta noche se inaugura el F¨®rum teatral con el estreno de Loungta, les chevaux de vent, y la carpa est¨¢ llena de notables y notablas sobre tablas, y las tablas tienen un sentido: la gente paga o se deja invitar para, antes de perderse en el parking, so?ar un ratito con incomod¨ªsimos oasis, galopes al amanecer, vidas libres y salvajes, etc¨¦tera, y por eso r¨ªen tambi¨¦n, alborozad¨ªsimos, cada vez que un caballo se mea en la arena, majestuosamente ajeno. Una voz pide por megafon¨ªa que no se aplauda durante el espect¨¢culo, para no romper el rito ancestral de los monjes del monasterio de Guyo, inspiradores y oficiantes de la cosa. Todo es muy solemne: se dir¨ªa que Bartabas ha entrado en religi¨®n. Antes, los m¨²sicos del Z¨ªngaro eran cantores del Rhajastan, el crisol gitano, y georgianos con flautas y violines, y bereberes con casta?uelas y guimbardas, todos vestidos con colores de fiesta, tocando y cantando canciones sucias y despeinadas: m¨²sica de caravanas, como ped¨ªa Handke. Esta noche y todas las noches hasta el 4 de junio, en el flamante Puerto Ol¨ªmpico de Barcelona, los monjes tibetanos emiten y emitir¨¢n un gorigori gutural apenas sacudido por el destello de unos c¨ªmbalos o el mugido de esas largas trompetas de nombre impronunciable. No quisiera ser irrespetuoso con esta "m¨²sica primigenia, nacida para evaluar el tiempo y el espacio", pero a mis descastados o¨ªdos occidentales suena como la agon¨ªa de un moscard¨®n a c¨¢mara lenta, la banda sonora ideal para un western sacrificial de Jodorowski filmado por Angelopoulos.
Dos. El espect¨¢culo oscila entre la liturgia y la letargia. Los caballos se desplazan casi de puntillas, sin ruido de cascos. Bartabas y su montura, en el centro, avanzando y reculando con movimientos cortos, buscando una salida en la telara?a, como si la arena fuera un campo minado: iba a escribir que si Monty Walsh y su jaco, atrapados en el saloon bajo la luz de un quinqu¨¦, bajo la tormenta, y me hubiera quedado un p¨¢rrafo muy po¨¦tico, pero es una falsa sensaci¨®n, es el recuerdo de otro espect¨¢culo del Z¨ªngaro, no de ¨¦ste. Tambi¨¦n Saraswathi, la diosa ni?a de piel azul y pechos desnudos, jugando con su asno, que se retuerce boca arriba como un gatito, me transporta a la historia del dorado Mitcha-Siga y la peque?a india, compartiendo una fruta en mitad del lago de Chim¨¦re, y as¨ª no hay quien pueda, aunque el burrito es una monada y te lo llevar¨ªas a casa, o a casa de un vecino. En Loungta hay chamanes danzantes, y estupendas m¨¢scaras de toros y esqueletos casi cuates (blanco hueso, dorado, rojo), muertazos acr¨®batas, burlones, inquietantes, en torres de a seis, a lomos de tres caballos, que giran y giran mientras los c¨ªmbalos, menos mal, se agitan como un vi¨¢tico enloquecido. Giran demasiado, como la presunta m¨²sica de los monjes. Todo gira tanto y tan lentico que da mucho tiempo para pensar en tus cosas y alcanzar alguna que otra revelaci¨®n. Yo encontr¨¦ mi mantra particular (Dylan al rescate, la primera canci¨®n de Self-Portrait: "All the tired horses in the sun / how am I supposed to get any riding done?") y la singular revelaci¨®n, que gustoso comparto con ustedes, de que el sonido del didjeridoo australiano es muy similar al tema de Shaft escuchado a 78 revoluciones por minuto.
Pese a la letargia, Bartabas y su troupe siguen siendo imbatibles a la hora de crear im¨¢genes fuera del tiempo. Ah¨ª va mi hit-parade:
a) La yurta iluminada desde dentro, como si alguien hubiera encendido un fanal naranja contra la noche del desierto. Vemos una manada de caballos color canela, inm¨®viles, rodeando a un efebo vestido de blanco que agita una campanilla. Alrededor, un jinete oscuro, con cresta roja, merodea en la sombra. b) Una entrada de clowns blancos blanqu¨ªsimos, un momento de magia sencilla y fresca: la treintena de ocas que desfilan, en perfecta formaci¨®n, tras un caballo-gu¨ªa. Se agradeci¨® mucho. c) El final. Bueno, casi el final, ahora me explico. La compa?¨ªa, vestida de calle, rodeando el coso, se transviste en un pisp¨¢s ante nuestros ojos y ah¨ª les tenemos convertidos en sus tatarabuelos z¨ªngaros, que saltan a la pista para ejecutar un crescendo de acrobacias impresionantes, a galope tendido, al ritmo (?d¨®nde est¨¢bais?) de los tambores, y la puritita estampida levanta un turbi¨®n de viento que da gusto, el tornado que todos esper¨¢bamos. L¨¢stima grande que Bartabas se cargue ese cl¨ªmax a?adiendo la coda de un jotero tibetano y unas proyecciones sinsorgas sobre la tela de la c¨²pula, mientras los jinetes echan un sue?ecito reparador: el sue?o de los centauros, o sea.
O sea: tres, cuatro im¨¢genes preciosas, que perduran en la memoria, haci¨¦ndote olvidar -a la salida, s¨®lo a la salida: ojo al parche- el engrudo ceremonial, la enojosa sensaci¨®n de d¨¦ja vu, y lo much¨ªsimo que te duele el culo. (Ma?ana voy a ver lo ¨²ltimo de Bob Wilson. Ya les contar¨¦).
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