Un dios p¨®stumo
Es hermoso pensar en un Dios que no fuese en un principio, sino que apareciese cumplido al final de los tiempos como el efecto ¨²ltimo de un proceso en el que todos participamos. Borges dijo alguna vez que el dios en el que ¨¦l podr¨ªa creer ser¨ªa aqu¨¦l que estuviese cre¨¢ndose a trav¨¦s del proceso c¨®smico o de nuestros destinos personales. "Dios es probablemente algo hacia lo cual tiende el universo", dec¨ªa, "una canalizaci¨®n evolutiva hacia la perfectibilidad". Ese dios p¨®stumo es el que Rafael Argullol estar¨ªa dispuesto a admitir: no un dios creador, sino "un oyente divino que transforma nuestras disonancias en armon¨ªa". La armon¨ªa es un concepto que responde al deseo de todo hu¨¦rfano de sentirse, al fin, cobijado, pero cuando entrevemos que el cobijo no est¨¢ dado de antemano sino que hemos de procurarlo entre todos, entendemos tambi¨¦n que la armon¨ªa (o el Dios) no ha de darse a priori, sino que es el nombre que le damos a la posibilidad apenas supuesta, apenas anhelada, de que, al final de los tiempos (c¨®smico e individual), se d¨¦ la curvatura de todas las disonancias, se unifiquen todos los fragmentos en una ¨²nica pieza. Mientras tanto, s¨®lo cabe hablar de universo como de un c¨²mulo de fragmentos esparcidos seg¨²n la ley que les otorga su propio peso y medida, y as¨ª, tambi¨¦n, la existencia de cada cual, que siempre es mucho m¨¢s que lo que puede ser novelado (la novela: otra forma de sistema). El que ejerce de fil¨®sofo es, al rato, alguien que contempla, sue?a, bebe, camina por una calle; en su experiencia se entrelazan los actos f¨ªsicos con los actos mentales, las deducciones con los recuerdos, la sensaci¨®n de un guijarro entre los dedos con una conclusi¨®n, el temor de perder el avi¨®n con el reconocimiento de un idioma que cre¨ªamos haber olvidado. Fragmentos. Una existencia es un tejido que se confecciona con retales propios y ajenos.
Considero un ejercicio de honestidad la escritura que da cuenta de los fragmentos de que se compone el pensamiento. Escritura transversal quiere ser la de Rafael Argullol, una escritura que persiste en la oblicuidad y cuyos fragmentos se ofrecen, en esta segunda entrega de su "cuaderno de traves¨ªa", primando la espacialidad sobre la temporalidad, como red de instantes entretejidos. El proceso discursivo sostenido (al igual que el desarrollo sostenido) siempre atenta contra la gravedad, aquella ley que, pese a todo esfuerzo, devuelve siempre, finalmente, las cosas a lo que tienden a ser por naturaleza. Por ello, y porque la lucidez siempre se da a destellos, esos instantes son m¨¢s "verdaderos" que cualquier sistema.
Desde ah¨ª, desde esta ocu-
paci¨®n en lo fragmentario es desde donde ha de entenderse la decisi¨®n de Rafael Argullol de emprender un di¨¢logo con la cultura india. Dialogar, por mucho que nos pese a los europeos (que hemos considerado el di¨¢logo como parte integrante de nuestra herencia filos¨®fica), no es cosa f¨¢cil. Y de mal ejemplo nos sirve la dial¨¦ctica plat¨®nica a la hora de entablar un di¨¢logo intercultural, pues en el di¨¢logo plat¨®nico el que habla no "se arma" (para utilizar la terminolog¨ªa de Argullol) del otro despu¨¦s de haberse desarmado de s¨ª mismo sino que, por el contrario, se adiestra en desarmar al otro para convertirlo a lo propio. El di¨¢logo plat¨®nico es un mon¨®logo encubierto; las preguntas no son sino la estrategia ret¨®rica que promueve el discurso que siempre es unidireccional y fundamentalmente desigual: uno es el que ense?a; otro, el que asiente. Y ¨¦sta ha sido, desde sus albores, la historia del pensamiento de Occidente: la cr¨®nica de sucesivos mon¨®logos sistem¨¢ticos. Dialogar es otra cosa, y esto lo entienden muy bien los interlocutores de este di¨¢logo entre dos orillas, la del Ganges y la del Mediterr¨¢neo. Desde la autocr¨ªtica (el europeo), como desde la calmada evidencia (el indio), ambos pensadores, auspiciados por la excelente mediaci¨®n de ?scar Pujol, tratan de hallar un punto de encuentro distinto y anterior al mito ahora ya desgraciadamente compartido del progreso. Para ello, establecen ante todo las pautas. Establecer las pautas del di¨¢logo ya es entablar el di¨¢logo, pues las diferencias se encuentran siempre en un eje que atraviesa, por ambas partes, los ¨®rdenes que se confrontan. Por ello, quien dice diferencia dice posibilidad de entendimiento. Luego viene el desarme, y el valor de los interlocutores que se proponen no tanto como embajadores sino como representantes de sus respectivas culturas.
Nada m¨¢s alejado, aparentemente, del discurso posmoderno, que el car¨¢cter omniabarcante de los sistemas indios. Nada m¨¢s pr¨®ximo, en realidad. Si el pensador europeo pone actualmente en tela de juicio el concepto de individualidad, para el indio siempre ha sido ¨¦ste un concepto de dif¨ªcil comprensi¨®n. M¨¢s a¨²n lo es el antropocentrismo: en ninguna de las lenguas de la India existe un t¨¦rmino con el que pueda traducirse la palabra "centro", la que se utiliza es un pr¨¦stamo griego. No hay centro, sino puntos; el ser humano es un punto en la compleja trama de un universo vibrante y ning¨²n punto se concibe independiente de los otros; todos est¨¢n interrelacionados, vibrando, formando red. Un modelo, el organigrama indio, que se anticip¨® en mucho a las m¨¢s actuales teor¨ªas de la f¨ªsica y la psicolog¨ªa de Occidente.
Del Ganges al Mediterr¨¢neo es una propuesta valiosa que sit¨²a, en el terreno est¨¦tico, ¨¦tico y metaf¨ªsico, el juego de las interpretaciones, y nos hace reflexionar acerca de esa soledad de la que mal nos defendemos, los europeos. "Nosotros empezamos en la soledad", dice Mishra, "pero no queremos permanecer solos... ?ste es el motivo por el que hemos tenido la paciencia de escuchar a Occidente y de entender su propia cultura, y esperamos que el occidental tambi¨¦n nos entienda a nosotros desde nuestro propio punto de vista". ?Ser¨¢ esto posible? La iniciativa del que este libro es un resultado podr¨ªa inducirnos a ser optimistas.
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