Los principios siempre cuentan
Seguramente fue Roland Barthes quien afirm¨® que "un escritor no es alguien que tiene algo que decir, sino alguien que tiene algo que escribir". Esta diferencia presupone que la escritura establece un di¨¢logo, una impugnaci¨®n, un desaf¨ªo con sus precursoras, y busca pertinentemente acogida en el lugar desocupado o vac¨ªo que refleja su necesidad. En las primeras obras, esa necesidad deber¨ªa, tal vez, acentuarse a¨²n m¨¢s, puesto que son el fundamento de lo que despu¨¦s vendr¨¢. Irrumpir como escritor es muy comprometido. Sin embargo, esa conciencia parece hoy perdida. Pues lo que m¨¢s se constata es justo lo contrario: que poco importa lo que se diga o escriba; se trata de contribuir, aunque la contribuci¨®n sea prescindible. Pero a¨²n m¨¢s sorprendente es que lo que expresan resulta bastante imaginable o trivialmente recreado, con lo que cabe preguntarse si la novela, en cuanto lugar de significado, est¨¢ perdiendo hegemon¨ªa y ahora es un vaciadero de cualquier cosa. Por fortuna, las excepciones consuelan en las peores cat¨¢strofes: dos de las obras que visitan esta p¨¢gina son prometedoras: El vientre de la tierra, de Francesc Ser¨¦s, y Principiantes, de Miguel Albero; y esta ¨²ltima, si fuera lectura obligatoria, asimilada convenientemente evitar¨ªa algunos disgustos.
De Amor entre hielo y fuego,
de Diego Mor¨®n (Madrid, 1975), lo primero que desconcierta es el tema elegido. Un jugador profesional de hockey sobre hielo de los Islanders de Nueva York, ingresa en un sanatorio psiqui¨¢trico, a petici¨®n propia, por agredir a un contrincante a quien le secciona el cuello con el stick. La novela, contada por el mismo jugador, transcurre en Estados Unidos y cuesta hacerse a la idea de que ha sido concebida en espa?ol. Esta inmersi¨®n narrativa en otro ¨¢mbito social, intranscendente en tiempos de globalizaci¨®n, sin embargo opera como una licencia chocante, ya que lo que plantea se reduce a evidenciar "lo f¨¢cilmente que se pierde el control del cuerpo humano". ?Es el hockey sobre hielo el deporte m¨¢s apropiado para expresar la violencia de la sociedad occidental? As¨ª parece indicarlo la propuesta de Diego Mor¨®n. Pero la narraci¨®n se difumina en el recuento de la vida poco interesante del jugador, que hay que escuchar durante m¨¢s de 200 p¨¢ginas. Esta estructura con n¨²cleo violento que pone en marcha la acci¨®n, permite incluir todo tipo de digresiones sobre la infancia, la familia, la mujer y los hijos, vengan o no a cuento -y no vienen a cuento-, y parece el molde m¨¢s adecuado para hacer pasar por narraci¨®n un ensamblaje de t¨®picos americanos. Tambi¨¦n esta novela pretende ser un diagn¨®stico sobre la ira inconsciente, pero la vulgaridad de los personajes no da para tanto. El lector puede hacer suya esta r¨¦plica de uno de sus di¨¢logos: "Entiendo lo que me has contado, pero no para qu¨¦".
Con un t¨ªtulo de cinematograf¨ªa a?eja, Recluta con queso, el veterano Celso Ortiz (Alhama de Almer¨ªa, 1946) aborda una novela que, al elegir como materia narrativa el periodo del servicio militar obligatorio, demuestra poseer una imaginaci¨®n muy adherida a la rutina. La experiencia com¨²n de la llamada "mili" posee la ¨²nica virtud de acumular an¨¦cdotas graciosas, una suerte de epopeya trivial. An¨¦cdotas para contar en una barra de bar, pero insuficientes para armar una novela, si no se las dota de un sentido de confrontaci¨®n entre la irracionalidad, la estupidez y la obligada sumisi¨®n. Algo de esto hay, sin duda, en esta novela, aunque lo sustancioso es m¨¢s bien la astracanada de portar, a la vista de todos, un queso de bola. Que este motivo no da para mucho, ni siquiera para el chiste f¨¢cil, lo aprecia el propio autor, que llevar¨¢ a su protagonista al exceso de cometer un crimen a causa de las peripecias que le provoca el dichoso queso. La novela se ofrece as¨ª como correlato de la insensatez que pretende ridiculizar, y el autor no se esfuerza en dejar a un lado el anestesiado costumbrismo, a pesar de su tendencia al absurdo. A esta novela le basta con el t¨ªtulo; el resto es una glosa, sin otro m¨¦rito que referir lo obvio con un estilo tan aplicado como est¨¦ril.
En El vientre de la tierra, primera obra de una trilog¨ªa bajo el t¨ªtulo De esti¨¦rcol y de m¨¢rmoles, Francesc Ser¨¦s (Huesca, 1972) se ha propuesto una evocaci¨®n panor¨¢mica de la p¨¦rdida, fragmentada en episodios de tono eleg¨ªaco, que abarcan m¨¢s de cien a?os. Como si se tratara de historias de una gran memoria com¨²n, esta colecci¨®n de cuentos recoge episodios de soledad y dolor, de ¨ªntima desgracia, en lugares y tiempos muy distanciados que participan por igual de la nostalgia de lo irrecuperable.
A manera de "estrategias de disoluci¨®n", como se dice por alg¨²n lado, estos cuentos parecen m¨¢s susurrados que escritos. Francesc Ser¨¦s posee el precioso don de una prosa que promueve, con sencillez y delicadeza, una sutil melancol¨ªa que se aviene bien con sus historias, deficitarias de argumento, pero sobradas de descripci¨®n. De hecho, estos cuentos, o m¨¢s bien instant¨¢neas, se imponen por lo que tienen de rememoraci¨®n de espacios vivificados por la palabra. Austeridad y compasi¨®n, sencillez y sensibilidad, junto al inter¨¦s por denotar lo que quiere pasar inadvertido, hacen de El vientre de la tierra un libro tan sugerente como las viejas f¨¢bulas.
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