Por qu¨¦ no soy mon¨¢rquico
A ra¨ªz de la boda del pr¨ªncipe de Asturias, se?or Felipe de Borb¨®n, y de la se?orita Letizia Ortiz, hemos visto una gran movilizaci¨®n medi¨¢tica y pol¨ªtica encaminada a promover la Monarqu¨ªa en Espa?a, intentando trasladar al pr¨ªncipe de Asturias la simpat¨ªa popular existente hacia el monarca Juan Carlos, de manera tal que la poblaci¨®n espa?ola, a la cual se supone m¨¢s juancarlista que mon¨¢rquica, se convierta tambi¨¦n en felipista, garantiz¨¢ndose as¨ª la continuidad de la Monarqu¨ªa en Espa?a. Ni que decir tiene que acato la Constituci¨®n Espa?ola y, por lo tanto, considero al Monarca como el jefe del Estado espa?ol. Ahora bien, la misma Constituci¨®n me permite ejercer mi derecho de intentar cambiarla, incluyendo el ordenamiento institucional que en ella consta, a fin de que Espa?a deje de ser una Monarqu¨ªa para pasar a ser una Rep¨²blica. Estas notas intentan explicar por qu¨¦ desear¨ªa este cambio.
A partir del momento en que tuve que dejar Espa?a por razones pol¨ªticas, debido a mi participaci¨®n en la lucha contra la dictadura en los a?os cincuenta y principios de los sesenta, viv¨ª un largo exilio que me llev¨® a vivir en dos monarqu¨ªas, Suecia y Gran Breta?a, y en una rep¨²blica, EE UU. Y aunque he sido muy cr¨ªtico en mis escritos con la democracia estadounidense y no aconsejo tomar aquella democracia como un punto de referencia para la nuestra, s¨ª que existe, sin embargo, un elemento muy positivo en ella: la cultura republicana en la que las distancias sociales entre el jefe del Estado y las clases populares son mucho m¨¢s reducidas que en las monarqu¨ªas, incluyendo la espa?ola. La cultura republicana transmite una sensaci¨®n de que el poder deriva de la ciudadan¨ªa, puesto que si el jefe del Estado no les agrada, pueden cambiarlo por otro jefe de Estado. Es m¨¢s, cualquier ciudadano puede aspirar a tal puesto de servicio p¨²blico. Esta menor distancia entre el jefe de Estado y la ciudadan¨ªa que existe en las rep¨²blicas versus las monarqu¨ªas se reduce todav¨ªa m¨¢s cuando tal jefe de Estado procede de las clases populares, sintiendo al presidente como alguien suyo. En EE UU pude ver, por ejemplo, c¨®mo las clases populares se identificaron y apoyaron al presidente Clinton (hijo de una ayudante de enfermer¨ªa) cuando sectores importantes del establishment estadounidense quisieron destituir al presidente. De ah¨ª que valore enormemente esta sensaci¨®n de poder y complicidad que existe entre el jefe de Estado y la ciudadan¨ªa en la cultura republicana. Nada asegura m¨¢s el principio de responsabilidad democr¨¢tica que el sentido de que el jefe de Estado es responsable frente a la ciudadan¨ªa y su servidor, siendo accesible tal cargo a quien la ciudadan¨ªa elija. De ah¨ª que la Constituci¨®n estadounidense que comienza con las espl¨¦ndidas palabras "Nosotros, el pueblo, decidimos..." ha inspirado a millones de ciudadanos de aqu¨¦l y otros pa¨ªses.
En las monarqu¨ªas, por el contrario, la distancia social es intr¨ªnseca en el sistema y se traduce en Espa?a en que el Rey llama de t¨² a todos los ciudadanos a los que se les exige referirse a ¨¦l como de usted. Es m¨¢s, existe un ambiente protocolario, cortesano y jer¨¢rquico que enfatiza esta distancia, como queda reflejado, por ejemplo, en que la puerta principal del Parlamento espa?ol s¨®lo se abre cuando pasa por ella el Rey y no los representantes del pueblo. Otro ejemplo es que el himno nacional es en realidad una marcha real frente a la cual los ciudadanos se yerguen respetuosamente en silencio. Se reproduce as¨ª una cultura de vasallaje, a la que sectores de las izquierdas no son inmunes. V¨¦ase, si no, el blindaje medi¨¢tico que la figura del Rey tiene en Espa?a, en la que voces cr¨ªticas apenas tienen cabida en los medios de informaci¨®n y persuasi¨®n tanto p¨²blicos como privados.
A esta reserva que tengo hacia el sistema mon¨¢rquico en general a?ado las que tengo a la Monarqu¨ªa en Espa?a, instituci¨®n que ha sido profundamente conservadora en la historia de nuestro pa¨ªs y que se ha caracterizado hasta muy recientemente por ser, junto con la Iglesia y las fuerzas armadas, sost¨¦n de la dictadura, responsable del retraso econ¨®mico, pol¨ªtico y cultural de nuestro pa¨ªs. Las rep¨²blicas fueron las ¨¦pocas que modernizaron m¨¢s a Espa?a, modernizaci¨®n que no podr¨ªa ocurrir sin alterar los enormes privilegios que tales poderes f¨¢cticos tuvieron en nuestro pa¨ªs y que siempre se revelaron frente a tales modernizaciones. La ¨²ltima vez que esta rebeli¨®n ocurri¨® fue en el golpe militar de 1936 y en el establecimiento de la dictadura que cont¨® con el apoyo de la Monarqu¨ªa, siendo el actual Monarca beneficiario directo de aquella dictadura, de cuyo dictador, el Monarca ha se?alado una estima y respeto, consider¨¢ndolo casi como su padre, no tolerando, seg¨²n sus propias palabras, que se hable mal del general Franco en su presencia. Tal dictador fue el que interrumpi¨® un r¨¦gimen democr¨¢tico instaurando un r¨¦gimen brutal, enormemente represivo, durante cuarenta a?os de dictadura. Se me dir¨¢, con raz¨®n, que el Monarca dirigi¨® los elementos dentro de la nomenclatura franquista que facilitaron el establecimiento de la democracia. Pero aquel proceso fue un constante proceso de acomodaci¨®n en que las primeras propuestas realizadas desde tal nomenclatura distaron mucho de ser democr¨¢ticas, siendo la presi¨®n popular y las fuerzas democr¨¢ticas (de las cuales las izquierdas fueron las m¨¢s importantes) las que fueron forzando su democratizaci¨®n. La vocaci¨®n democr¨¢tica de sectores de la nomenclatura como la Monarqu¨ªa era, en realidad, un intento de adaptaci¨®n para asegurar su persistencia en las instituciones venideras. No hay que olvidar que tales sectores, incluyendo la Monarqu¨ªa, incluso en los primeros a?os de la Transici¨®n, falsearon la historia de Espa?a, glorificando el golpe militar y la dictadura de los cuales ellos fueron herederos. As¨ª, el 18 de julio de 1978, la Casa del Rey public¨® el siguiente texto: "Hoy se conmemora el aniversario del Alzamiento Nacional, que dio a Espa?a la victoria contra el odio y la miseria, la victoria contra la anarqu¨ªa, la victoria para llevar la paz y el bienestar a todos los espa?oles. Surgi¨® el Ej¨¦rcito, escuela de virtudes nacionales, y a su cabeza el General¨ªsimo Franco, forjador de la gran obra de regeneraci¨®n". Una regeneraci¨®n que condujo a 192.684 ejecuciones y asesinatos, incluyendo 30.000 que contin¨²an desaparecidos (sin que la Monarqu¨ªa o los gobiernos democr¨¢ticos hayan ayudado a los familiares de tales desaparecidos a encontrar a sus seres queridos), y al gran retraso econ¨®mico, social y cultural del pa¨ªs, como lo demuestra que cuando el dictador muri¨®, Espa?a ten¨ªa el porcentaje m¨¢s elevado de Europa (84%) de personas con escasa educaci¨®n. No comparto, por lo tanto, la idea tan extendida de que el Monarca hab¨ªa sido durante todos aquellos a?os de la dictadura y de la Transici¨®n un dem¨®crata clandestino que esperaba establecer la democracia. Otra lectura que encuentro m¨¢s razonable es que el objetivo final era conservarse en el poder, adapt¨¢ndose a la nueva situaci¨®n que iba apareciendo como consecuencia de los cambios en las relaciones de fuerza entre las izquierdas y las derechas, proceso en el que las derechas impusieron elementos de continuidad tales como la Monarqu¨ªa.
Pero esta continuidad ha supuesto un coste. La Monarqu¨ªa, y su entorno, no es s¨®lo un grupo profundamente conservador (ver, por ejemplo, las declaraciones a El Peri¨®dico, 8-7-2003, del que fue durante muchos a?os -1977-1993- jefe de la casa real, el general Sabino Fern¨¢ndez Campos, el cual subraya su coincidencia con P¨ªo Moa, uno de los mayores apologistas del golpe militar y de la dictadura que implant¨®) muy alejado de la experiencia y cotidianidad de la mayor¨ªa de las clases populares (v¨¦ase la excesiva opulencia de la boda real), sino que tambi¨¦n act¨²a como inhibidor de la recuperaci¨®n de la historia real de nuestro pa¨ªs, recuperaci¨®n sin la cual no se puede establecer una cultura aut¨¦nticamente democr¨¢tica, estableciendo los valores republicanos en los que tal cultura se basa. No existe hoy en Espa?a conocimiento por parte de la juventud de lo que fue la II Rep¨²blica, la etapa m¨¢s progresista de Espa?a en la primera mitad del siglo XX, de lo que fue el golpe fascista militar, de lo que fue la dictadura, de lo que signific¨® una transici¨®n inmod¨¦lica, del enorme sacrificio que supuso para millones de espa?oles que lucharon por la democracia y que hoy tienen que tolerar que se hable bien de Franco (en tantos y tantos monumentos franquistas en nuestro suelo), teniendo que saludar la bandera mon¨¢rquica, cuyo ¨²nico cambio con la del r¨¦gimen anterior ha sido la mera eliminaci¨®n de los s¨ªmbolos fascistas, teniendo que aceptar, por otro lado, la ridiculizaci¨®n, cuando no la prohibici¨®n, de los s¨ªmbolos republicanos. V¨¦ase si no la reacci¨®n cuando el Gobierno australiano toc¨® el himno republicano que fue cantado por millones de espa?oles en la ¨¦poca m¨¢s modernizadora del pa¨ªs; ello cre¨® una enorme agresividad por parte del establishment pol¨ªtico y medi¨¢tico conservador sin que hubiera voces importantes de las izquierdas mayoritarias que defendieran tal himno y lo que represent¨®.
Y otro indicador de este respeto excesivo hacia las instituciones conservadoras -tales como la Monarqu¨ªa y la Iglesia cat¨®lica- por parte de grandes sectores de las izquierdas es que todav¨ªa hoy el Estado espa?ol financia clases de religi¨®n, dadas por profesores nombrados por la Iglesia, que no describen objetivamente el papel negativo que la Iglesia tuvo en Espa?a (liderando durante la dictadura la represi¨®n en contra de los maestros que ense?aron valores democr¨¢ticos, laicos y republicanos), sino que promueven la religi¨®n, haci¨¦ndolo de tal manera que tal ense?anza se convierte en mera propaganda religiosa. ?C¨®mo puede hoy un Estado democr¨¢tico financiar propaganda religiosa y subvencionar a la Iglesia cat¨®lica, una instituci¨®n enormemente conservadora, que nunca ha pedido perd¨®n al pueblo espa?ol (como tampoco lo ha pedido la Monarqu¨ªa o las fuerzas armadas) por haber apoyado a la dictadura? En realidad, todos estos hechos muestran que la Transici¨®n inmod¨¦lica supuso en realidad la abertura del Estado conservador espa?ol a las izquierdas en lugar del establecimiento de un Estado aut¨¦nticamente democr¨¢tico, sin miedos e inhibiciones, que permitiera el debate, an¨¢lisis, cr¨ªtica e incluso denuncia de aquellos intereses y poderes f¨¢cticos que redujeron el enorme potencial que nuestros pueblos tienen en Espa?a.
Soy consciente del papel positivo que jug¨® el rey Juan Carlos en el intento fallido del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 y que significa un distanciamiento hacia su propio pasado, comprometi¨¦ndose con la democracia, punto clave para explicar su popularidad (aupada enormemente por los medios de informaci¨®n y persuasi¨®n del pa¨ªs). De ah¨ª que sea tambi¨¦n consciente de que la petici¨®n de establecer en Espa?a una Rep¨²blica hoy pueda leerse como poco realista y como un mero gesto testimonial. Ahora bien, lo que s¨ª es realista, necesario y urgente es exigir un cambio en la relaci¨®n entre la sociedad y la Monarqu¨ªa, considerando al jefe de Estado como responsable a la ciudadan¨ªa, perdiendo este servilismo tan extendido en nuestro pa¨ªs hacia el Monarca, recuperando la cultura republicana tan necesaria hoy en nuestro pa¨ªs, sin subterfugios y otras racionalizaciones insostenibles como referirse al Monarca como el primer republicano del pa¨ªs y otras inexactitudes que traducen el desconocimiento de lo que es y significa ser republicano. La Monarqu¨ªa no puede ser un obst¨¢culo para recuperar la memoria hist¨®rica y la cultura democr¨¢tica que el pa¨ªs necesita y todav¨ªa no tiene.
Vicen? Navarro es catedr¨¢tico de Ciencias Pol¨ªticas en la Universitat Pompeu Fabra.
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