Im¨¢genes de la infamia
Durante mucho tiempo -al menos seis decenios-, las fotograf¨ªas han sentado las bases sobre las que se juzgan y recuerdan los conflictos importantes. El museo de la memoria es ya sobre todo visual. Las fotograf¨ªas ejercen un poder incomparable en determinar lo que recordamos de los acontecimientos, y ahora parece probable que en definitiva la gente por doquier asociar¨¢ la vil guerra preventiva que Estados Unidos ha librado en Irak el a?o pasado con las fotograf¨ªas de la tortura de los prisioneros iraqu¨ªes en la m¨¢s infame c¨¢rcel de Sadam Husein, Abu Ghraib.
El Gobierno de Bush y sus defensores se han empe?ado sobre todo en contener un desastre de relaciones p¨²blicas -la difusi¨®n de las fotograf¨ªas- m¨¢s que en enfrentar los complejos cr¨ªmenes pol¨ªticos y de mando que revelan estas im¨¢genes. En primer lugar, el reemplazo de la realidad con las propias fotograf¨ªas. La reacci¨®n inicial del Gobierno consisti¨® en afirmar que el presidente estaba indignado y asqueado con las im¨¢genes: como si la falta o el horror recayera en ellas, no en lo que exponen. Tambi¨¦n se evit¨® la palabra "tortura". Es posible que los prisioneros hayan sido objeto de "maltrato", en ¨²ltima instancia de "humillaciones": eso era lo m¨¢s que se estaba dispuesto a reconocer. "Mi impresi¨®n es que las acusaciones hasta ahora han sido de 'maltrato', lo cual me parece que es distinto en sentido t¨¦cnico a tortura", afirm¨® en una conferencia de prensa el ministro de Defensa, Donald Rumsfeld. "Y, por tanto, no pronunciar¨¦ la palabra 'tortura".
Bush se ha empe?ado sobre todo en contener un desastre de relaciones p¨²blicas m¨¢s que en afrontar los complejos cr¨ªmenes pol¨ªticos y de mando que revelan estas im¨¢genes
La definici¨®n de tortura
Las palabras alteran, las palabras a?aden, las palabras quitan. Que se evitara tenazmente la palabra "genocidio" mientras m¨¢s de 800.000 tutsis de Ruanda eran masacrados en unas cuantas semanas por sus vecinos hutus hace diez a?os, demostr¨® que el Gobierno estadounidense no ten¨ªa intenci¨®n alguna de hacer algo al respecto. Negarse a llamar tortura lo que sucedi¨® en Abu Ghraib -y en otras c¨¢rceles de Irak y Afganist¨¢n, y en el Campamento Rayos X de la bah¨ªa de Guant¨¢namo- es tan indignante como negarse a llamar genocidio lo sucedido en Ruanda. ?sta es la definici¨®n usual de tortura que consta en las leyes y tratados internacionales de los que Estados Unidos es signatario: "Todo acto por el cual se inflijan intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean f¨ªsicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero informaci¨®n o una confesi¨®n". (La definici¨®n proviene de la Convenci¨®n Contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, de 1984, y est¨¢ presente m¨¢s o menos con las mismas palabras en leyes consuetudinarias y tratados previos, desde el art¨ªculo tercero com¨²n a las cuatro convenciones de Ginebra de 1949 hasta numerosos convenios recientes sobre derechos humanos, como el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Pol¨ªticos y las convenciones europeas, africanas e interamericanas de derechos humanos). En la convenci¨®n de 1984 se declara expresamente que "en ning¨²n caso podr¨¢n invocarse circunstancias excepcionales, tales como estado de guerra o amenaza de guerra, inestabilidad pol¨ªtica interna o cualquier otra emergencia p¨²blica, como justificaci¨®n de la tortura". Y todos los convenios sobre tortura especifican que ¨¦sta incluye los tratos que pretenden humillar a las v¨ªctimas, como abandonar a los prisioneros desnudos en celdas y corredores.
Cualesquiera que sean las acciones que emprenda este Gobierno para contener los da?os a causa de las crecientes revelaciones de torturas a prisioneros en Abu Ghraib y otros lugares -procesos, juicios militares, inhabilitaciones deshonrosas, renuncia de altos cargos militares y de los funcionarios del Gabinete responsables, e importantes compensaciones a las v¨ªctimas-, es probable que la palabra "tortura" siga estando vedada. El reconocimiento de que los estadounidenses torturan a sus prisioneros refutar¨ªa todo lo que este Gobierno ha procurado que la gente crea sobre las virtuosas intenciones estadounidenses y la universalidad de sus valores, lo cual es la esencial justificaci¨®n triunfalista del derecho estadounidense a emprender acciones unilaterales en el escenario mundial en defensa de sus intereses y seguridad.
Incluso cuando el presidente fue al fin obligado, mientras el perjuicio a la reputaci¨®n del pa¨ªs se extend¨ªa y ahondaba en todo el mundo, a enunciar la palabra "perd¨®n", el foco del arrepentimiento a¨²n parec¨ªa la lesi¨®n a la pretendida superioridad moral estadounidense, a su objetivo hegem¨®nico de traer "la libertad y la democracia" al ignaro Oriente Pr¨®ximo. S¨ª, el se?or Bush afirm¨®, de pie junto al rey Abdulah II de Jordania el 6 de mayo en Washington, que lamentaba "la humillaci¨®n que han sufrido los prisioneros iraqu¨ªes y la humillaci¨®n que han sufrido sus familias". Aunque, continu¨®, "lamento igualmente que la gente no comprendiera, al ver estas im¨¢genes, el aut¨¦ntico car¨¢cter y coraz¨®n de Estados Unidos".
Que el empe?o estadounidense en Irak quede compendiado en estas im¨¢genes debe de parecer, entre los que hallaron alguna justificaci¨®n para una guerra que en efecto derroc¨® a uno de los tiranos monstruosos del siglo XX, injusto. Una guerra, una ocupaci¨®n, es inevitablemente un enorme entramado de acciones. ?Qu¨¦ hace que algunas sean y otras no sean representativas? La cuesti¨®n no es si la tortura fue obra de unos cuantos individuos (en lugar de "todos") -todas las acciones las realizan individuos-, sino si fue sistem¨¢tica. Autorizada. Condonada. Fue todo lo antedicho. El punto no es si la mayor¨ªa o una minor¨ªa de estadounidenses ejecutan tales acciones, sino si la naturaleza de las pol¨ªticas que propugna este Gobierno y la jerarqu¨ªa desplegada a fin de consumarlas hace que estas acciones resulten m¨¢s probables.
As¨ª consideradas, las fotograf¨ªas somos nosotros. Es decir, son representativas de las singulares pol¨ªticas de este Gobierno y de las corrupciones fundamentales del dominio colonial. Los belgas en el Congo, los franceses en Argelia, cometieron atrocidades id¨¦nticas y sometieron a los despreciados y renuentes nativos con torturas y humillaciones sexuales. A?¨¢dase a esta corrupci¨®n generalizada la desconcertante y casi absoluta falta de preparaci¨®n de los dirigentes estadounidenses en Irak para hacer frente a las realidades complejas de un pa¨ªs tras su "liberaci¨®n", es decir, su conquista. Y a?¨¢danse las doctrinas globales del Gobierno de Bush, a saber, que Estados Unidos se ha enfrascado en una guerra sin fin (contra un enemigo proteico llamado "terrorismo") y que aquellos detenidos en esta guerra son, si el presidente lo decide as¨ª, "combatientes ilegales" -una pol¨ªtica que enunci¨® Donald Rumsfeld desde enero de 2002- y, por tanto, en "sentido t¨¦cnico", como afirm¨® Rumsfeld, "no tienen derechos" que ampare la Convenci¨®n de Ginebra, y se tiene la receta perfecta para las crueldades y los cr¨ªmenes cometidos contra miles de prisioneros sin cargos ni asesor¨ªa legal en c¨¢rceles gestionadas por estadounidenses y establecidas desde los atentados del 11 de septiembre de 2001.
As¨ª pues, ?la cuesti¨®n central no son las propias fotograf¨ªas, sino la revelaci¨®n de lo ocurrido a los "sospechosos" arrestados por Estados Unidos? No: el horror mostrado en las fotograf¨ªas no puede aislarse del horror del acto de fotografiar, mientras los perpetradores posan, recre¨¢ndose, junto a sus cautivos indefensos. Los soldados alemanes en la II Guerra Mundial fotografiaron las atrocidades cometidas en Polonia y Rusia, pero las instant¨¢neas en que los verdugos se colocan junto a las v¨ªctimas son muy infrecuentes, como puede apreciarse en un libro de reciente publicaci¨®n, Photographing the Holocaust (Fotografiar el Holocausto), de Janina Struk. Si existe algo comparable a lo expuesto en estas im¨¢genes, ser¨ªan algunas de las fotograf¨ªas de las v¨ªctimas negras de linchamientos efectuadas entre el decenio de 1880 y los a?os treinta, que muestran la sonrisa de estadounidenses pueblerinos bajo el cuerpo desnudo y mutilado de un hombre o una mujer colgado de un ¨¢rbol. Las fotograf¨ªas de linchamientos eran recuerdos de una acci¨®n colectiva cuyos participantes sintieron su conducta del todo justificada. As¨ª son las fotograf¨ªas de Abu Ghraib.
Si hubiera alguna diferencia, ser¨ªa la creada por la creciente ubicuidad de las acciones fotogr¨¢ficas. Las im¨¢genes de los linchamientos correspond¨ªan a su car¨¢cter de trofeo: efectuadas por un fot¨®grafo cuyo fin era reunirlas y almacenarlas en ¨¢lbumes, convertirlas en tarjetas postales, exhibirlas. Las fotograf¨ªas que hicieron los soldados estadounidenses en Abu Ghraib reflejan un cambio en el uso que se hace de las im¨¢genes: menos objeto de conservaci¨®n que mensajes que han de circular, difundirse. La mayor¨ªa de los soldados poseen una c¨¢mara digital. Si anta?o fotografiar la guerra era terreno de los periodistas gr¨¢ficos, en la actualidad los soldados mismos son todos fot¨®grafos -registran su guerra, su esparcimiento, sus observaciones sobre lo que les parece pintoresco, sus atrocidades-, se intercambian im¨¢genes y las env¨ªan por correo electr¨®nico a todo el mundo.
Cada vez hay m¨¢s registros de lo que la gente hace, por su cuenta. Al menos, o sobre todo en Estados Unidos, el ideal de Andy Warhol de rodar hechos reales en tiempo real -si la vida no est¨¢ montada, ?por qu¨¦ deber¨ªa montarse su registro?- se ha vuelto la norma de millones de transmisiones por Internet, en las que la gente graba su jornada, cada cual en su propio reality show. Aqu¨ª me ten¨¦is: despertando, bostezando, desperez¨¢ndome, cepill¨¢ndome los dientes, preparando el desayuno, enviando a los chicos al colegio. La gente plasma todos los aspectos de su vida, los almacena en archivos de ordenador, y luego los env¨ªa por doquier. La vida familiar acompa?a al registro de la vida familiar; incluso cuando, o sobre todo cuando, la familia est¨¢ en medio de la crisis y el descr¨¦dito. Sin duda, la incesante entrega a la videograbaci¨®n dom¨¦stica mutua, en conversaci¨®n o en mon¨®logo, durante muchos a?os, fue el material m¨¢s asombroso de Capturing the Friedmans (2003), el documental de Andrew Jarecki sobre una familia de Long Island implicada en acusaciones de pederastia.
La vida er¨®tica es, para cada vez m¨¢s personas, lo que se puede capturar en las fotograf¨ªas o el v¨ªdeo digital. Y acaso la tortura resulta m¨¢s atractiva, a fin de registrarla, cuando tiene un cariz sexual. Sin duda es revelador, a medida que m¨¢s fotograf¨ªas de Abu Ghraib se presentan a la luz p¨²blica, que las fotograf¨ªas de las torturas se intercalan con im¨¢genes pornogr¨¢ficas: de soldados estadounidenses manteniendo relaciones sexuales entre ellos, as¨ª como con prisioneros iraqu¨ªes, y de la coerci¨®n ejercida sobre estos presos para que ejecuten, o simulen, actos sexuales rec¨ªprocos. De hecho, el tema de casi todas las fotograf¨ªas de torturas es sexual. (Salvo la imagen, ya can¨®nica, del individuo obligado a permanecer de pie sobre una caja, encapuchado y al que le brotan cables, quiz¨¢ advertido de que si cae ser¨¢ electrocutado). Con todo, las im¨¢genes de prisioneros atados muchas horas en posiciones dolorosas, o forzados a permanecer de pie otras tantas, con los brazos en alto, son m¨¢s o menos infrecuentes. No hay duda de que se consideran como tortura: basta ver el terror en el rostro de la v¨ªctima. Pero casi todas las im¨¢genes parecen formar parte de una m¨¢s amplia confluencia de la tortura con la pornograf¨ªa: una joven que gu¨ªa a un hombre desnudo con una correa es cl¨¢sica imaginer¨ªa dominatriz. Y cabe preguntarse en qu¨¦ medida las torturas sexuales infligidas a los internos de Abu Ghraib hallaron su inspiraci¨®n en el vasto repertorio de imaginer¨ªa pornogr¨¢fica disponible en Internet y que pretenden emular las personas comunes que en la actualidad se transmiten a s¨ª mismas por la Red.
Vivir es ser fotografiado, poseer el registro de la propia vida, y, por tanto, seguir viviendo, sin reparar, o aseverando que no se repara, en las continuas cortes¨ªas de la c¨¢mara; o detenerse y posar. Actuar es participar en la comunidad de las acciones registradas como im¨¢genes. La expresi¨®n de complacencia ante las torturas infligidas a v¨ªctimas indefensas, atadas y desnudas es s¨®lo parte de la historia. Hay una complacencia primordial en ser fotografiado, a lo cual no se tiende a reaccionar hoy d¨ªa con una mirada fija, directa y austera (como anta?o), sino con regocijo. Los hechos est¨¢n en parte concebidos para ser fotografiados. La sonrisa es una sonrisa dedicada a la c¨¢mara. Algo faltar¨ªa si, tras apilar a hombres desnudos, no se les pudiera hacer una foto.
Sonrisa digital
Al mirar estas im¨¢genes, cabe preguntarse: ?c¨®mo puede alguien sonre¨ªr ante los sufrimientos y la humillaci¨®n de otro ser humano? ?Situar perros guardianes frente a los genitales y las piernas de prisioneros desnudos encogidos de miedo? ?Violar y sodomizar a los prisioneros? ?Forzar a prisioneros con capucha y grilletes a masturbarse o a cometer actos sexuales entre ellos? Y da la impresi¨®n de que es una pregunta ingenua, pues la respuesta es, evidentemente: las personas hacen esto a otras personas. La violaci¨®n y el dolor infligido a los genitales est¨¢n entre las formas de tortura m¨¢s comunes. No s¨®lo en los campos de concentraci¨®n nazis y en Abu Ghraib cuando lo gestionaba Sadam Husein. Los estadounidenses tambi¨¦n lo han hecho y lo siguen haciendo, cuando se les dice o se les incita a sentir que aquellos sobre los cuales ejercen un poder absoluto merecen el maltrato, la humillaci¨®n, el tormento. Cuando se les lleva a creer que la gente a la que torturan pertenece a una religi¨®n o raza inferior y despreciable. Pues la significaci¨®n de estas im¨¢genes no consiste s¨®lo en que se ejecutaron estos actos, sino en que, adem¨¢s, sus perpetradores no supusieron nada condenable en lo que muestran las im¨¢genes. Y lo m¨¢s detestable, pues se pretend¨ªa que las fotos circularan y mucha gente las viera, es que todo eso hab¨ªa sido divertido. Y esta noci¨®n de esparcimiento es, por desgracia -y contrariamente a lo que el se?or Bush le cuenta al mundo-, cada vez m¨¢s parte "de la verdadera naturaleza y el coraz¨®n de Estados Unidos".
Es dif¨ªcil evaluar la creciente aceptaci¨®n de la brutalidad en la vida estadounidense, pero las pruebas est¨¢n por doquier, desde los videojuegos de asesinatos que son el espect¨¢culo principal de los chicos -?cu¨¢nto tardar¨¢ en llegar el videojuego Interroga a los terroristas?- hasta la violencia ya end¨¦mica en los ritos grupales de la juventud en un acceso de euforia. Los cr¨ªmenes violentos est¨¢n a la baja, si bien ha aumentado el f¨¢cil regodeo en la violencia. Desde los rudos vej¨¢menes infligidos a los alumnos reci¨¦n llegados en numerosos bachilleratos de las urbanizaciones estadounidenses -retratados en la pel¨ªcula de Richard Linklater Dazed and confused (J¨®venes desorientados) (1993)- hasta las novatadas rituales con brutalidades f¨ªsicas y humillaciones sexuales institucionalizadas en las escuelas, universidades y equipos deportivos, Estados Unidos se ha convertido en un pa¨ªs en el que las fantas¨ªas y la ejecuci¨®n de la violencia se tienen por un buen espect¨¢culo, por diversi¨®n.
Lo que anta?o se apartaba como pornogr¨¢fico, como ejercicio de extremos anhelos sadomasoquistas -como en la ¨²ltima y casi insoportable pel¨ªcula de Pasolini, Sal¨® (1975), que exhibe org¨ªas de suplicios en un reducto fascista del norte italiano en las postrimer¨ªas de la ¨¦poca de Mussolini-, en la actualidad se normaliza, por los ap¨®stoles de los nuevos Estados Unidos belicosos e imperiales, como una animada travesura y desahogo. "Apilar hombres desnudos" es como una travesura de fraternidad universitaria, afirm¨® un oyente a Rush Limbaugh y a veinte millones de estadounidenses que escuchan su programa radiof¨®nico. Cabe preguntar si el que llam¨® hab¨ªa visto las fotograf¨ªas. No importa. La observaci¨®n, ?o acaso la fantas¨ªa?, es muy acertada. Lo que tal vez a¨²n pueda escandalizar a algunos estadounidenses fue la respuesta de Limbaugh: "?Exacto!", exclam¨®. "Justo lo que digo. No es muy distinto de lo que ocurre en una iniciaci¨®n de Skull and Bones. Vamos a arruinar la vida de unas personas por eso y a entorpecer nuestros esfuerzos militares y luego vamos a cascarlos a ellos en serio porque se lo pasaron bomba". "Ellos" son los soldados estadounidenses, los torturadores. Y Limbaugh continu¨®: "Vamos, a esta gente le est¨¢n disparando todos los d¨ªas. Estoy hablando de estas personas, de gente que lo est¨¢ pasando bien. ?Es que nadie recuerda lo que es una descarga emocional?".
Humillaci¨®n como diversi¨®n
Es probable que buena parte de los estadounidenses prefiera pensar que est¨¢ bien torturar y humillar a otros seres humanos -los cuales, en calidad de enemigos putativos o presuntos, han perdido todos sus derechos- que reconocer el disparate, la ineptitud y el timo de la aventura estadounidense en Irak. En cuanto a la tortura y la humillaci¨®n como diversi¨®n, parece que hay poco que oponer a esta tendencia mientras Estados Unidos se convierte en un Estado de guarniciones, en el que los patriotas se definen como respetuosos incondicionales del poder¨ªo militar y en el que se necesita el m¨¢ximo de vigilancia en el interior. Conmoci¨®n y pavor fue lo que nuestros militares prometieron a los iraqu¨ªes que se resistieran a los libertadores estadounidenses. Y conmoci¨®n y horror es lo que han transmitido los estadounidenses seg¨²n pregonan al mundo estas fotograf¨ªas: una pauta de conducta criminal que desaf¨ªa y desprecia manifiestamente las convenciones humanitarias internacionales. Hoy d¨ªa, los soldados posan, con pulgares aprobatorios, ante las atrocidades que cometen, y env¨ªan fotograf¨ªas a sus compa?eros y familiares. ?Deber¨ªa sorprendernos siquiera? La nuestra es una sociedad en la cual anta?o habr¨ªamos hecho lo imposible por ocultar los secretos de la vida privada, pero en la actualidad clamamos por una invitaci¨®n para revelarlos en un programa de televisi¨®n. Lo que estas fotograf¨ªas ilustran es tanto la cultura de la desverg¨¹enza como la reinante admiraci¨®n a la brutalidad contumaz.
La noci¨®n de que las "disculpas" o las profesiones de "repugnancia" o "aborrecimiento" por parte del presidente y el ministro de Defensa son respuesta suficiente a la tortura sistem¨¢tica de los prisioneros revelada en Abu Ghraib es un ultraje a nuestro sentido moral e hist¨®rico. La tortura de prisioneros no es una aberraci¨®n. Es la consecuencia directa de una ideolog¨ªa global de lucha en la que "est¨¢s conmigo o en mi contra" y con la que el Gobierno de Bush ha procurado cambiar, de modo radical, la postura internacional de Estados Unidos y refundir muchas instituciones y prerrogativas nacionales. El Gobierno de Bush ha empe?ado al pa¨ªs en una doctrina b¨¦lica seudorreligiosa, de guerra sin fin; pues la "guerra contra el terror" no es m¨¢s que eso. Lo que ha sucedido en el nuevo imperio carcelario internacional que gestiona el ej¨¦rcito estadounidense excede incluso los escandalosos procedimientos de la isla del Diablo francesa o el sistema del Gulag de la Rusia sovi¨¦tica, ya que en el caso de la colonia penal francesa hubo, primero, juicios y sentencias, y en el del imperio penitenciario ruso, cargos de alg¨²n tipo y una sentencia que duraba a?os expl¨ªcitos. La guerra sin fin se emplea para justificar encarcelamientos sin fin: sin cargos, sin revelar el nombre de los prisioneros o sin facilidades para que se comuniquen con sus familias o abogados, sin juicios, sin sentencias. Los detenidos en el alegal imperio penitenciario estadounidense son "detenidos"; "prisioneros", una palabra recientemente obsoleta, podr¨ªa suponer que tienen derechos conferidos por las leyes internacionales y la ley de todos los pa¨ªses civilizados. Esta "Guerra Global Contra el Terror" -en la cual se han mezclado por decreto del Pent¨¢gono tanto la justificable invasi¨®n de Afganist¨¢n como el irreducible disparate en Irak- acarrea inevitablemente la deshumanizaci¨®n de todo aquel que el Gobierno de Bush declara posible terrorista: una definici¨®n indiscutible y que casi siempre se adopta en secreto.
Puesto que las imputaciones contra la mayor¨ªa de las personas detenidas en las prisiones iraqu¨ªes y afganas son inexistentes -el Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja informa de que entre el 70% y el 90% de los recluidos no parece haber cometido otro delito m¨¢s que el de encontrarse en el sitio y el momento inoportunos, capturados en alguna redada de "sospechosos"-, la justificaci¨®n principal para retenerlos es el "interrogatorio". ?Interrogarlos sobre qu¨¦? Sobre cualquier cosa. Lo que el detenido pueda llegar a saber. Si el interrogatorio es el motivo por el cual se detiene a los prisioneros indefinidamente, entonces la coerci¨®n f¨ªsica, la humillaci¨®n y la tortura resultan inevitables.
Acopio de informaci¨®n
Recu¨¦rdese: no nos referimos a una situaci¨®n extraordinaria, al escenario de una "bomba de efecto retardado", lo cual a veces se aduce como caso l¨ªmite para justificar la tortura de prisioneros que est¨¢n al tanto de un atentado inminente. Se trata del acopio de informaci¨®n no espec¨ªfica o general autorizado por militares estadounidenses y funcionarios civiles a fin de saber m¨¢s del indefinido imperio de malhechores sobre el que Estados Unidos casi nada sabe, en pa¨ªses acerca de los cuales es especialmente ignorante: en principio, toda "informaci¨®n" cualquiera podr¨ªa ser ¨²til. Un interrogatorio que no produjera informaci¨®n (no importa en qu¨¦ consista) se considerar¨ªa un fracaso. Por ello se justifica a¨²n m¨¢s la preparaci¨®n de los prisioneros para que hablen. Ablandarlos, presionarlos: ¨¦stos suelen ser los eufemismos de las costumbres bestiales que han cundido en las c¨¢rceles estadounidenses donde est¨¢n recluidos los "sospechosos de terrorismo". Al parecer, infortunadamente, poco m¨¢s que unos cuantos fueron "presionados" demasiado y murieron.
Las im¨¢genes no desaparecer¨¢n. Es la naturaleza del mundo digital en que vivimos. En efecto, parecen haber sido necesarias para que los dirigentes estadounidenses reconocieran que ten¨ªan un problema entre las manos. Con todo, el informe remitido por el Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja y otros informes period¨ªsticos y protestas de organizaciones humanitarias sobre los castigos atroces infligidos a los "detenidos" y "sospechosos de terrorismo" en las prisiones gestionadas por soldados estadounidenses han estado circulando durante m¨¢s de un a?o. Es improbable que el se?or Bush o el se?or Cheney, la se?ora Rice o el se?or Rumsfeld hayan le¨ªdo esos informes. Al parecer, las fotograf¨ªas fueron lo que reclam¨® su atenci¨®n, cuando resultaba ya patente que no pod¨ªan suprimirse; las fotograf¨ªas hicieron todo esto "realidad" para el presidente y sus c¨®mplices. Hasta entonces s¨®lo hubo palabras, que resulta m¨¢s f¨¢cil encubrir, y m¨¢s f¨¢cil olvidar, en la era de nuestra reproducci¨®n y diseminaci¨®n digital infinitas.
As¨ª pues, las fotograf¨ªas seguir¨¢n "asalt¨¢ndonos", como est¨¢n siendo inducidos a sentir muchos estadounidenses. ?Se acostumbrar¨¢ la gente a ellas? Algunos afirman que ya han visto "suficiente". No, sin embargo, el resto del mundo. La guerra sin fin: un torrente sin fin de fotograf¨ªas. ?Los editores de peri¨®dicos, revistas y televisiones estadounidenses discutir¨¢n ahora que mostrar otras m¨¢s, o mostrarlas sin recortar (lo cual, con algunas de las im¨¢genes m¨¢s conocidas, procura una visi¨®n diferente y en algunos casos m¨¢s horrorosa de las atrocidades cometidas en Abu Ghraib), ser¨ªa de "mal gusto" o una acci¨®n pol¨ªtica manifiesta? Por "pol¨ªtico" enti¨¦ndase: cr¨ªtico de la guerra sin fin del Gobierno de Bush. Pues no puede haber duda de que las fotograf¨ªas perjudican, como ha testificado el se?or Rumsfeld, la reputaci¨®n de "los hombres y mujeres honorables de las Fuerzas Armadas que con valent¨ªa, responsabilidad y profesionalismo est¨¢n protegiendo nuestras libertades en todo el mundo". Este perjuicio -a nuestra reputaci¨®n, nuestra imagen, nuestro ¨¦xito en cuanto potencia imperial- es lo que deplora sobre todo el Gobierno de Bush. C¨®mo es que la protecci¨®n de "nuestras libertades" -y en este punto se trata s¨®lo de la libertad de los estadounidenses, 5% de la poblaci¨®n del planeta- precisa del despliegue de soldados estadounidenses en cualquier pa¨ªs que le plazca ("en todo el mundo") es algo que dif¨ªcilmente se debate entre nuestros funcionarios elegidos. Estados Unidos se ve a s¨ª mismo como v¨ªctima potencial o futura del terror. Estados Unidos s¨®lo est¨¢ defendi¨¦ndose de enemigos implacables y furtivos.
La reacci¨®n ya se ha hecho sentir. Se aconseja a los estadounidenses no dejarse llevar por una org¨ªa de reproches. La publicaci¨®n continuada de las im¨¢genes est¨¢ siendo interpretada por muchos estadounidenses como una indicaci¨®n de que no tenemos derecho a defendernos. Al fin y al cabo, ellos (los terroristas, los fan¨¢ticos) comenzaron. Ellos -?Osama Bin Laden? ?Sadam Husein? ?Qu¨¦ importa?- nos atacaron primero. James Inhofe, republicano de Oklahoma y miembro del Comit¨¦ de las Fuerzas Armadas del Senado, ante el cual testific¨® el ministro de Defensa, confes¨® su certidumbre de no ser el ¨²nico miembro "m¨¢s indignado por la indignaci¨®n" que caus¨® lo que exponen las fotograf¨ªas. "Se sabe que estos prisioneros, explic¨® el senador Inhofe, "no est¨¢n ah¨ª por sanciones de tr¨¢fico. Si estos prisioneros est¨¢n en el bloque 1-A o 1-B es porque son asesinos, son terroristas, son insurgentes. Es probable que muchos tengan las manos manchadas de sangre estadounidense y aqu¨ª estamos preocupados sobre el trato que se les da a estos individuos". La culpa es de "los medios" -llamados habitualmente "medios liberales"-, que provocan, y seguir¨¢n provocando, m¨¢s violencia contra los estadounidenses en el mundo. "Ellos" se vengar¨¢n de "nosotros". Morir¨¢n m¨¢s estadounidenses. Por estas fotograf¨ªas. Y las fotos engendrar¨¢n m¨¢s fotos: "su" respuesta a las "nuestras".
Ser¨ªa un error manifiesto permitir que estas revelaciones sobre la connivencia militar y civil estadounidense para torturar en la "guerra mundial contra el terrorismo" se conviertan en la historia de la guerra de -y contra- las im¨¢genes. No es a causa de las fotograf¨ªas, sino a causa de lo que revelan que est¨¢ sucediendo, sucediendo por orden y complicidad de una cadena de mando que alcanza los m¨¢s altos niveles del Gobierno de Bush. Pero la distinci¨®n -entre fotograf¨ªa y realidad, entre pol¨ªtica y manipulaci¨®n- se puede desvanecer con facilidad. Eso es lo que espera este Gobierno que ocurra.
Tambi¨¦n v¨ªdeos
"Hay muchas m¨¢s fotograf¨ªas y v¨ªdeos -reconoci¨® el se?or Rumsfeld en su testimonio-. Si se difunden entre el p¨²blico, este asunto, evidentemente, empeorar¨¢". Empeorar¨¢ para el Gobierno y sus programas, presumiblemente, no para quienes son v¨ªctimas potenciales y actuales de la tortura. Los medios podr¨ªan censurarse a s¨ª mismos, como acostumbran. Pero, seg¨²n reconoci¨® el se?or Rumsfeld, es dif¨ªcil censurar a los soldados en ultramar que no escriben, como anta?o, cartas a casa que los censores militares pueden abrir para tachar los fragmentos inaceptables, sino que se desempe?an como turistas; en palabras del se?or Rumsfeld: "Nos sorprende que vayan por ah¨ª con c¨¢maras digitales tomando fotograf¨ªas incre¨ªbles, y luego las pasen, al margen de la ley, a los medios". Los esfuerzos del Gobierno por detener la marea de fotograf¨ªas se desarrollan en varios frentes. En la actualidad, el argumento est¨¢ adoptando un cariz legalista: las fotograf¨ªas se clasifican ahora como "pruebas" en causas futuras, cuyo resultado podr¨ªa verse afectado si son dadas a conocer al p¨²blico. Siempre se sostendr¨¢ que las im¨¢genes m¨¢s recientes, que, seg¨²n se informa, contienen horrendas im¨¢genes de violencia ejercida contra los prisioneros y humillaciones sexuales, no han de difundirse. El presidente del Comit¨¦ de las Fuerzas Armadas del Senado, el republicano John Warner, de Virginia, despu¨¦s de examinar con otros legisladores la muestra de diapositivas del 12 de mayo con m¨¢s horrendas im¨¢genes de humillaci¨®n sexual y violencia contra los prisioneros iraqu¨ªes, dijo que, en su "en¨¦rgica" opini¨®n, las fotograf¨ªas m¨¢s recientes "no deber¨ªan hacerse p¨²blicas. Me parece que podr¨ªan poner en riesgo a los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas mientras est¨¢n prestando su servicio en medio de grandes peligros".
Pero el impulso m¨¢s decidido para restringir la disponibilidad de las fotograf¨ªas provendr¨¢ del empe?o incesante en proteger al Gobierno de Bush y encubrir el desgobierno estadounidense en Irak; en equiparar la "indignaci¨®n" a causa de las fotograf¨ªas con una campa?a para socavar el poder¨ªo militar estadounidense y los prop¨®sitos que sirve en la actualidad. Del mismo modo en que muchos tuvieron por una impl¨ªcita cr¨ªtica de la guerra la transmisi¨®n televisada de fotograf¨ªas de soldados estadounidenses muertos en el curso de la invasi¨®n y ocupaci¨®n de Irak, se tendr¨¢ cada vez m¨¢s por antipatriota la propagaci¨®n de las nuevas fotograf¨ªas que mancillen a¨²n m¨¢s la reputaci¨®n -es decir, la imagen- de Estados Unidos.
Con todo, estamos en guerra. Una guerra sin fin. Y la guerra es el infierno. "No me importa lo que digan los abogados internacionales, vamos a machacarlos" (George W. Bush, 11 de septiembre de 2001). Vaya, s¨®lo nos estamos divirtiendo. En nuestra sala de espejos digital, las im¨¢genes no se desvanecer¨¢n. S¨ª, al parecer, una imagen dice m¨¢s que mil palabras. E incluso si nuestros dirigentes prefieren no mirarlas, habr¨¢ miles de instant¨¢neas y v¨ªdeos adicionales. Incontenibles.
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