Penes
Parece que Bush se ha hecho con la pistola de Sadam Husein y que se la ense?a, henchido de satisfacci¨®n, a todo el mundo. Dada la habilidad demostrada por este hombre en el manejo de las galletas, los paraguas y las bicicletas, alguien deber¨ªa decirle que las carga el diablo y, de paso, explicarle que la pistola es un s¨ªmbolo f¨¢lico. A ver si se entera de que ese objeto que tantas satisfacciones le produce es una representaci¨®n del pene de su enemigo. No digo que se lo devuelva, pero como los penes tambi¨¦n los carga el diablo, lo mejor que pod¨ªa hacer es entreg¨¢rselo a los jueces del caso y santas pascuas. Si alguien no frena a este dirigente mundial, acabar¨¢ comi¨¦ndose a bocados el h¨ªgado o el coraz¨®n de sus contrarios (una pr¨¢ctica guerrera obsoleta, al menos en nuestro entorno cultural) en un programa basura de la tele.
Imagina uno a Bush despert¨¢ndose a media noche para abrir el caj¨®n de la mesilla y tomar entre sus manos tr¨¦mulas la pistola de Sadam. Quiz¨¢ haya tenido la tentaci¨®n de dispararla para comprobar si proporciona el mismo placer sexual que el lanzamiento de un misil. Una pistola mata menos, pero es m¨¢s manejable. Cabe en la palma de la mano, y puedes controlar el momento de la eyaculaci¨®n. Los misiles proporcionan un orgasmo brutal, s¨ª, pero exigen la participaci¨®n de demasiada gente y al final no sabes si te has corrido t¨² o Blair. Precisamente, la eyaculaci¨®n precoz tiene mucho que ver con la falta de control caracter¨ªstica de las armas grandes. Tal vez en esas noches de insomnio Bush ha envidiado la delicadeza ven¨¦rea de la pistola frente a la ferocidad del B-52.
El caso es que, seg¨²n dicen las cr¨®nicas, lejos de sentir verg¨¹enza por manosear en p¨²blico la pistola de Sadam, parece que le alegra la vida. Los caminos del sexo son inextricables. No hay dos personas que alcancen la satisfacci¨®n del mismo modo. Nos preguntamos si, cuando Bush juega con el arma de su enemigo, contempla al mismo tiempo todo ese porno duro que sus soldados le hacen llegar desde el Irak que democratizan a punta de l¨¢tigo. De ser as¨ª, no nos enga?emos, el origen de esta guerra no son los principios morales, ni siquiera el petr¨®leo: es la impotencia sexual.
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