Lean un libro
La semana es interesante, pero se convierte en vor¨¢gine. Trato de relacionar acontecimientos para sacar conclusiones, pero ¨¦stos son tantos y con tantos perfiles que, como en otras muchas ocasiones, me resulta dif¨ªcil destacar las que pueden ser m¨¢s significativas en la coyuntura que vivimos.
Espa?a, como los 24 pa¨ªses de la Uni¨®n Europea, est¨¢ inmersa en la campa?a electoral para elegir al nuevo Parlamento. La participaci¨®n me parece tibia y el inter¨¦s de la ciudadan¨ªa reducido, a pesar de la trascendencia de este ¨®rgano de representaci¨®n democr¨¢tica de la Europa Ampliada. No es un problema solo nuestro, sino de todos los europeos. No estamos siendo capaces de involucrar a la gente en unas elecciones clave para enfrentar los desaf¨ªos de la Europa del siglo que empieza.
He participado, con Juan Luis Cebri¨¢n y el autor, en la presentaci¨®n de un libro realmente impresionante: Contra todos los enemigos, de Richard Clarke, que fue, hasta su reciente dimisi¨®n, un hombre clave en materia de seguridad y lucha contra el terrorismo internacional en la Casa Blanca. M¨¢s interesante como personaje, porque en estas tareas ha pasado por cuatro Administraciones, desde Reagan a Bush (W.), pasando por el viejo Bush y Clinton. Un hombre que estaba en la sala de m¨¢quinas en el momento en que se producen los atentados a las Torres Gemelas y al Pent¨¢gono, cuando se decide la intervenci¨®n en Afganist¨¢n y cuando se monta la estrategia para invadir Irak.
Al tiempo, el aniversario del Desembarco de Normand¨ªa facilita la complicada visita de Bush y un clima de entendimiento, desde la rectificaci¨®n parcial del unilateralismo, que lleva a la Resoluci¨®n consensuada del Consejo de Seguridad para abrir una etapa diferente en Irak. Como era de esperar, Naciones Unidas -la llamada Comunidad Internacional- se imbrica en la b¨²squeda de una salida para la cat¨¢strofe que se ha producido en Irak y Oriente Medio. Pero s¨®lo puede hacerlo a medias. Las fuerzas de ocupaci¨®n son las que son, aunque ahora aparezcan como invitadas. El Gobierno de Irak, que invita, es provisional y resultado de la ocupaci¨®n misma. No es f¨¢cil. Aunque te¨®ricamente sea menos malo que lo actual, es imprevisible lo que vaya a ocurrir.
Empiezo a relacionar. El libro de Clarke, la Resoluci¨®n del Consejo y nuestros debates sobre las elecciones europeas. La vieja Europa, tan denostada por los art¨ªfices de esta cat¨¢strofe, ten¨ªa raz¨®n, pero no relevancia ni unidad, para evitarla. El tr¨ªo de las Azores fue adelante hasta meternos en este drama del que ahora reconoce que no sabe c¨®mo salir. Pero no queda ah¨ª la cosa, porque aun reconociendo la raz¨®n esgrimida por los que se opon¨ªan a esta aventura, nuestra Europa, la que vamos a votar el domingo, sigue teniendo un problema de relevancia, o de irrelevancia, para influir decisivamente en esa regi¨®n convulsa de Medio y Pr¨®ximo Oriente (nuestros vecinos). No me consuela que tampoco sea relevante la Liga ?rabe, aunque me preocupe gravemente, porque ahora estoy pensando en Europa y en su papel en el mundo.
Y vuelvo al libro. Puede verse con claridad meridiana, la naturaleza de la amenaza: el terrorismo internacional y la proliferaci¨®n de armas de destrucci¨®n masiva. El diagn¨®stico es serio y la estrategia para combatir las amenazas, tambi¨¦n. Podemos ver, a continuaci¨®n, el error cometido en la estrategia de la guerra preventiva y unilateral contra Irak. La inexistencia de una relaci¨®n de causa a efecto entre la amenaza y la respuesta. Fallos de inteligencia, de coordinaci¨®n de servicios, pero, sobre todo, fallos pol¨ªticos.
Se empez¨® menospreciando la amenaza real, tanto en su origen como en su naturaleza, a pesar de la tragedia del 11 de septiembre. Y, aprovechando el estado de ¨¢nimo que provoc¨® el brutal ataque, se manipul¨® la informaci¨®n para montar una estrategia de guerra cuyo prop¨®sito nada ten¨ªa que ver con la verdadera amenaza. La desesperaci¨®n de personas como el autor del libro, que, como la vieja Europa, ten¨ªa raz¨®n pero no se la daban, lo llev¨® a la frustraci¨®n, primero, a la dimisi¨®n despu¨¦s, para relatar lo ocurrido, finalmente, con objeto de que sirviera para restablecer la verdad y corregir esta err¨¢tica aventura.
Cuando lo ha hecho, la respuesta ha sido denigrarlo, imput¨¢ndole deslealtad o prop¨®sitos oscuros de servicio a los adversarios pol¨ªticos de la Administraci¨®n republicana. Como derramar champ¨¢n franc¨¦s por los sumideros de Washington para denigrar la postura de ese pa¨ªs.
Aqu¨ª nos pasa lo mismo. No hay argumentos, sino descalificaciones. Todo el d¨ªa se habla de mentiras en la retirada de nuestras tropas de un conflicto en el que nunca debieron estar. Cinismo o ceguera, se trata de ocultar la mentira de esta guerra y sacarse de encima la responsabilidad por las catastr¨®ficas consecuencias para todos.
Se discute sobre la relevancia de Espa?a, ayer y hoy, en relaci¨®n con el conflicto. Pero lean el libro y ver¨¢n que los que nos sacaron del rinc¨®n de la historia no aparecen ni en una nota a pie de p¨¢gina. Como en el extenso libro de Blix, el jefe de los inspectores de Naciones Unidas no menos frustrado por las mentiras de esta guerra. El se?or que sacaba pecho de lata imperial no est¨¢.
?Es relevante la decisi¨®n de Zapatero? Para los espa?oles no cabe duda, como lo fue la de Aznar meti¨¦ndonos en la guerra en medio de la alegr¨ªa de sus diputados y la tristeza de los ciudadanos. Para la Comunidad Internacional puede haber sido relevante como una piedra arrojada en un estanque. No m¨¢s, ni menos. La de Aznar en las Azores ten¨ªa la dimensi¨®n de romper la unidad europea y alinearse sumisamente con una estrategia equivocada y peligrosa. Comparen.
Pero, de nuevo una llamada de atenci¨®n para no enga?arnos. Si tuvi¨¦ramos la intenci¨®n de ser relevantes en este mundo globalizado que nos ha tocado vivir, s¨®lo podr¨ªamos serlo construyendo una Europa Pol¨ªtica unida y fuerte, capaz de desarrollar una pol¨ªtica exterior y de seguridad, leal con sus aliados -no sumisa-, pero coherente, ante todo, con los valores y los intereses que son los nuestros como europeos.
Cada uno, por separado, grandes, peque?os o medianos, significamos muy poco. Juntos podemos hacer algo consistente. Por eso sobran nacionalismos trasnochados y confusi¨®n.?C¨®mo escuchar con paciencia a los que dicen que entregamos soberan¨ªa a Francia y Alemania, cuando acaban de entregarse de hoz y coz a la estrategia de la Administraci¨®n de Bush?
Son incapaces de comprender que compartir soberan¨ªa con los dem¨¢s europeos no es perderla, sino fortalecerla para ser ¨²tiles a los ciudadanos que compartimos ese espacio p¨²blico valioso que llamamos Europa. Son incapaces de reconocer que la amistad con Estados Unidos no puede basarse en el sometimiento incondicional -como hac¨ªa Franco-, porque no s¨®lo renunciamos a nuestra soberan¨ªa, sino que impedimos la construcci¨®n de una Europa con un papel en el mundo que nos la d¨¦.
En ese juego est¨¢bamos y el nuevo Gobierno intenta cambiarlo. Es pronto para saber si tendr¨¢ ¨¦xito o no. No hay que precipitarse en el autobombo tan querido a los que salieron. Pero como Don Quijote en la aventura de las damas barbudas y Clavile?o, nadie puede negar, al d¨ªa de hoy, la bondad del prop¨®sito.
Lean el libro, por favor, que no llevo comisi¨®n. ?Ah! Y vayan a votar el domingo, que nos jugamos mucho m¨¢s de lo que parece o de lo que somos capaces de explicar.
Felipe Gonz¨¢lez es ex presidente del Gobierno espa?ol.
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