Una luchadora contra el odio inter¨¦tnico
Marguerite Barankitse, de origen tutsi, administra tres aldeas de Burundi que acogen a 10.000 personas sin hogar
Marguerite Barankitse no puede contener las l¨¢grimas cuando recuerda el d¨ªa en el que presenci¨® el asesinato de 72 personas. Antes hab¨ªa visto la muerte, pero no la muerte violenta. Fue el 24 de octubre de 1993, pocas semanas despu¨¦s de que el ej¨¦rcito de Burundi se sublevara tras la inesperada elecci¨®n del primer jefe de Gobierno de origen hutu en la historia del pa¨ªs. "El odio inter¨¦tnico nunca fue conmigo", asegura esta mujer, de origen tutsi, pero "por encima de cualquier otra condici¨®n, burundesa". Por ello, cuando vio llegar a un ej¨¦rcito tutsi dispuesto a matar a sus amigos hutus, se hundi¨®. De la masacre del 24 de octubre consigui¨® salvar a 25 chavales que escondi¨® r¨¢pidamente. "Nos abrigamos todos con unas cortinas y fuimos a pasar la primera noche en un cementerio. Al d¨ªa siguiente, acudimos a la secci¨®n local de C¨¢ritas Alemania", relata Barankitse.
Ayer Barankitse estuvo hablando ante centenares de personas en el F¨®rum de las Culturas de Barcelona, y no para explicar los horrores de la guerra de los Grandes Lagos, sino para transmitir lo que se ha convertido en su "proyecto vital". Con la ayuda de la ONG germana logr¨® montar un centro para acoger, educar y dar las atenciones sanitarias que necesitaban los 25 ni?os que pudo proteger de la matanza. Lo que empez¨® siendo una peque?a comunidad que llam¨® Casa Shalom hoy se ha convertido en pr¨¢cticamente tres aldeas enteras de Burundi que albergan a m¨¢s de 10.000 personas sin hogar. All¨ª ya no hay s¨®lo ni?os. Tambi¨¦n j¨®venes soldados que deciden arrojar sus armas y buscar refugio en estos pueblos, mujeres que han sido violadas y otras muchas que se han quedado sin familia tras las matanzas que sacudieron sus localidades.
Confiesa Barankitse que no ten¨ªa ning¨²n plan. Hoy s¨ª se ha marcado uno: "Mi intenci¨®n es crear una nueva generaci¨®n en Burundi". Para ello recorre el mundo buscando los apoyos financieros necesarios para un proyecto muy ambicioso que incluye "a todo el que se sienta vulnerable". "Acogemos a los ni?os de la calle y les ense?amos una profesi¨®n. Algunos han decidido cursar estudios universitarios, y uno lleg¨® a hacerlo en Italia. Luego vuelven y se incorporan al proyecto para ayudarme, porque nosotros no sentimos que seamos una organizaci¨®n, sino una familia. Yo soy la madre, claro", tercia con una sonrisa.
Cada uno de los complejos que ha creado dispone de escuelas conectadas a Internet, restaurantes, cines, granjas y centro sanitario. Ahora acaba de inaugurar otro centro en la capital, Bujumbura, que ha llamado Casa Amani, que significa "paz" en suahili. No se propone sustituir al Gobierno de su pa¨ªs. Sin embargo, sostiene que no est¨¢ dispuesta a ver c¨®mo Burundi sigue los planes estructurales que marcan las instituciones financieras internacionales y que suponen una reducci¨®n de las inversiones en los servicios p¨²blicos.
"Se habla mucho de desarrollo, pero lo cierto es que el Gobierno de Burundi s¨®lo invierte el 2% de sus presupuestos para educaci¨®n. Los hijos de los ricos se van a estudiar a Europa, donde no se les acepta como titulados y tienen que acabar pidiendo limosna por la calle. Las familias pobres, no pueden ni plantearse la formaci¨®n de sus hijos. ?Es eso desarrollo?", denuncia.
Le cambia la cara cuando se le pregunta por el proceso de paz de su pa¨ªs, que en principio deber¨ªa culminar a finales de a?o. Su rostro pinta una sonrisa agridulce al contestar: "Somos optimistas, pero a¨²n as¨ª es una paz muy fr¨¢gil. El pa¨ªs est¨¢ enfermo y debemos darle mucha ternura". Concreta su postura, pero antes se detiene a pensar. "En mis pueblos hay m¨¢s de 100 ni?os que tienen sida. Pero el Gobierno no hace nada. El 20% de las criaturas mueren antes de los cinco a?os y tampoco hay respuesta", a?ade.
Sus preocupaciones financieras no terminan nunca. Ha de procurar m¨¢s de 15 toneladas de leche para los 216 beb¨¦s que acoge y para las madres que no pueden dar el pecho a sus hijos. Sus fuentes de financiaci¨®n son C¨¢ritas, Unicef y algunos gobiernos nacionales y locales que han mostrado su inter¨¦s por el proyecto. Es el caso del Ayuntamiento de M¨¦rida, que les ha asegurado 64.000 euros en medicamentos. El dinero lo consigue, sin duda, gracias a la difusi¨®n de su mensaje, que se basa en la construcci¨®n de una convivencia intercultural.
Su labor la ha llevado a recibir el Premio de los Ni?os del Mundo 2004 y el Premio de Derechos Humanos del Gobierno de Francia en 1998. Pero los viajes la incomodan. "Me alojan en hoteles caros y me llevan en avi¨®n, y eso me hace sentirme muy mal. Por la noche, voy a dormir y pienso que ser¨ªa mejor que este dinero se invirtiera directamente en mis poblados. Al final, pienso que quiz¨¢ es la forma de seguir creciendo", afirma.
Lo que s¨ª quiere dejar claro es que no quiere que nadie la confunda con "una diplom¨¢tica", sino que desea ser vista como una mujer que no pod¨ªa permitir que sus amigos se mataran entre ellos por motivo de su origen ¨¦tnico. Se ve con fuerzas de cambiar las mentalidades de la gente de su pa¨ªs. "Al fin y al cabo, Burundi es un pa¨ªs peque?o, de 7 millones de habitantes. Y en mis casas se han criado 10.000 ni?os que han convivido sin tener en cuenta a qu¨¦ etnia pertenecen. Estos d¨ªas, hemos otorgado 500 t¨ªtulos de propiedad de vivienda a varios de los chavales que se han hecho adultos. Creemos que ese es el camino", asegura. Tambi¨¦n sostiene que est¨¢ acostumbrada a los flashes de las c¨¢maras fotogr¨¢ficas y de televisi¨®n. Pero nada de lo que ha visto en el mundo industrializado la ha cambiado. "Soy mam¨¢ Maggie", bromea.
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