Voto y memoria en Europa
Hay muchas formas de votar. Conviene recordarlo ahora que tantos millones de europeos a los que nos impidieron votar durante d¨¦cadas, decidieron no votar por pereza, abulia o desinter¨¦s. Muchos votos en la vida de la Europa con sufragio han sido causa de vida o muerte. Piensen en quienes votaban cuando opciones pol¨ªticas te aseguraban la llegada a Buchenwald, cerca de Weimar, un lugar desaconsejable. Nunca te aseguraban la salida. Y son muchos los rincones del mundo en los que el voto, la voluntad pol¨ªtica, se pagan con prisi¨®n, represalia diversa o muerte segura.
Casos extremos son ahogarse, con padres, madres, hijos y nietos, para demostrar el desprecio hacia el infierno, fascista o comunista, del que se huye y en el ya toda vida parece haber dejado de ser medianamente compatible con la dignidad. Todos los comisarios y c¨®mplices de Fidel Castro en Cuba -un gran abrazo a Ra¨²l Rivero pese a todos ellos- pero tambi¨¦n aqu¨ª en Espa?a donde gozan de tanta comprensi¨®n sus secuaces, abogan por entender el voto como acto de sumisi¨®n a las ¨®rdenes del comandante supremo, portador de esa verdad com¨²n que genera un estigma definitivo en quien disiente, siendo ¨¦ste siempre un Rivero preso potencial. El obediente es siempre el correcto. Luego no serlo supone ser balsero incluso en pa¨ªses sin costa.
Pero tambi¨¦n puede votarse, cuando no es posible de otra manera, con los pies, sencillamente emigrando. Alemanes orientales y checos consiguieron hacer de tal manifestaci¨®n un voto tan inmenso e intenso que acab¨® con el r¨¦gimen del cual hu¨ªan y cambiaron el mundo en aquel a?o milagroso de 1989 en el que quienes realmente quer¨ªan votar nadaban o se ahogaban en las brutales corrientes del Danubio, entre riberas que son todas hoy nuestra Europa, la que deb¨ªa haber votado masivamente en estas elecciones que acabamos de recontar. Es dif¨ªcil ser m¨¢s contundente y expl¨ªcito en la desaprobaci¨®n del poder que con la decisi¨®n de huir de casa y romper el propio pasado deseando su inexistencia y no ya por pobreza y hambre sino por pura n¨¢usea hacia el poder y los miserables que lo ostentan.
Curiosas paradojas las que nos llevan a matar y morir por votar y cuando podemos hacerlo nos parece una ridiculez salvable el acudir a optar -esa gran palabra que es optar- sobre soluciones de calidad de vida de hijos y nietos con aquellos ciudadanos que no han olvidado, en Praga o en Madrid, en Varsovia o Lisboa, las ganas de votar que tuvimos alg¨²n d¨ªa en aquel pasado en el que cre¨ªamos en la pol¨ªtica y en la emoci¨®n compartida como gran ceremonia para mejorar las cosas, la vida.
No dan pena quienes desprecian derecho y deber de apoyar o no a aquellos pol¨ªticos que nos proponen reglas de vida com¨²n en el mayor proyecto social y pol¨ªtico jam¨¢s habido, esta Uni¨®n Europea, ilustrada y compasiva, efectiva y pr¨®spera como ninguna organizaci¨®n supranacional desde que tenemos memoria. Dan m¨¢s pena los honestos comerciantes de esta idea de construcci¨®n extraordinaria que no consiguen tener el menor eco entre sus conciudadanos y han de recurrir, en mediana vileza y siempre mecanismo calculador, a los recursos protonacionales en los que reafirmaci¨®n prepotente y revancha chata suelen ser motores principales. Es un milagro que hayamos llegado tan lejos en nuestra civilizaci¨®n, ¨²nica ella por su ¨¦xito rotundo y su belleza de prop¨®sitos. Y es incre¨ªble que tan pocos de los beneficiarios de esta gran historia de la generosidad y sabidur¨ªa que es Europa sean lo suficientemente ben¨¦volos ante la historia para entenderse a s¨ª mismos.
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