Mi partido favorito
Desde hace unos a?os, en cuanto se acerca una nueva cita electoral, llega inexorablemente a mi buz¨®n propaganda de un partido de izquierdas, ¨²nica y exclusivamente de ese partido, nunca de otro que no sea ¨¦l, propaganda de un partido al que no he votado nunca. Ya desde la primera vez que recib¨ª sus cartas, me sent¨ª muy honrado y orgulloso de que hubieran reparado en m¨ª, de que hubieran sabido ver con tanta perspicacia que, aunque no les hab¨ªa votado hasta entonces, pod¨ªa hacerlo en cualquier momento, pues si hab¨ªa un ciudadano con una verdadera tendencia a votarles ese era, sin lugar a dudas, yo. Si hasta entonces no me hab¨ªa atrevido a hacerlo, era porque ten¨ªa la impresi¨®n de que yo no era como la mayor¨ªa de los militantes de ese partido y que votarles ser¨ªa simple y llanamente un gesto de intromisi¨®n en un terreno que me era ajeno. Y, adem¨¢s, porque ten¨ªa p¨¢nico a ser rechazado despectivamente por ellos, miedo de que me preguntaran extra?ados: "?Y c¨®mo es eso, c¨®mo es que te haces pasar por uno de los nuestros?". No votaba a ese partido sino a otro, tambi¨¦n de izquierdas y donde ten¨ªa amigos, no votaba a ese partido por miedo a pasar la verg¨¹enza de ser descubierto y tener que responder a acusaciones de cinismo y tener que explicar, bajo dedos acusatorios, por qu¨¦ me hab¨ªa adentrado en un espacio que no era el m¨ªo.
Pero un buen d¨ªa dejaron su propaganda en mi buz¨®n y qued¨¦ impresionado, cre¨ª entender que por fin hab¨ªan reparado en que, por mi trayectoria y convicciones pol¨ªticas sobradamente expuestas en p¨²blico, yo era de los suyos, yo era -para qu¨¦ darle m¨¢s vueltas- su militante ideal. Sin embargo, el d¨ªa en que lleg¨® la hora de votar no me atrev¨ª, como en anteriores ocasiones, a darles mi confianza, digamos que fui vencido por la inercia de votar al otro partido de izquierdas, en el que cada vez ten¨ªa m¨¢s amigos. Adem¨¢s, ese d¨ªa de las votaciones llov¨ªa, y una inmensa melancol¨ªa se apoder¨® de m¨ª. Es dif¨ªcil cambiar de voto cuando llueve, pens¨¦. Naturalmente, a partir de aquel d¨ªa pas¨¦ una temporada en la que a veces me invad¨ªa un remordimiento por lo que hab¨ªa hecho y siempre acababa llegando a la conclusi¨®n de que, para evitarme m¨¢s desasosiegos, la pr¨®xima vez que hubiera elecciones les votar¨ªa a ellos, y punto.
Lleg¨® de nuevo el tiempo de las elecciones y a mi buz¨®n volvi¨® a llegar la propaganda de mi partido favorito, vi que segu¨ªan sabiendo que yo era de los suyos y que s¨®lo absurdas melancol¨ªas me hab¨ªan separado hasta entonces de ellos. Comenc¨¦ a lanzarles gui?os en todas mis actividades, a mostrar mi conexi¨®n con sus ideas, no me estaba nunca de manifestar ante quien fuera mi ligaz¨®n moral y completa con sus planteamientos pol¨ªticos. Pero de nuevo, a la hora de votarlos, me olvid¨¦ de ellos. Aun as¨ª, siguieron envi¨¢ndome su propaganda, y hasta me pareci¨® ver que a cada votaci¨®n esa propaganda aumentaba de volumen. Ning¨²n otro partido se molestaba en escribirme, como si supieran d¨®nde ten¨ªa mis verdaderas convicciones de izquierda y mi voto. En las ¨²ltimas elecciones, han redoblado su confianza en m¨ª y yo no he hecho lo mismo, llevado por una sigilosa alegr¨ªa perversa, que he descubierto que habita en m¨ª desde hace tiempo. Me alegra dar una falsa imagen a los que quiero en este mundo, tal vez porque me tranquiliza saber que yo soy el abyecto y no ellos, que est¨¢n cargados de tan buenas intenciones que hasta me env¨ªan su propaganda, sin saber que, aunque creo en ellos, no contestar¨¦ nunca a sus cartas y busco morir habiendo ofendido y colmado de las peores opiniones acerca de m¨ª mismo a los que realmente son los m¨ªos.
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