Idolatr¨ªa de la diversidad
Las modas intelectuales son una recurrente plaga que supongo universal (al menos en la modesta porci¨®n del universo que yo conozco) e inevitable. Lo cual no las hace menos fastidiosas ni en algunos casos menos da?inas. Lo peor de ellas es que frecuentemente sirven para adoptar un lema doctrinal tan evidentemente compartido que nos dispensa de ulteriores reflexiones o cautelas. En este mismo diario ha publicado recientemente Vicente Verd¨² un par de excelentes art¨ªculos sobre c¨®mo en Espa?a cuestiones sumamente debatidas en otros pa¨ªses como el matrimonio homosexual, la violencia dom¨¦stica, la energ¨ªa nuclear y no s¨¦ cu¨¢ntas m¨¢s quedan vigorosamente zanjadas en uno u otro sentido con s¨®lo atribuir una incurable tendencia reaccionaria o subversiva al oponente. La etiqueta pol¨ªtica hace innecesaria por imposible la argumentaci¨®n social. Si uno es de izquierdas o de derechas, ya se sabe que debe pensar lo que sobre cada oferta del ajuar del mundo han decidido los m¨¢s simplificadores en cada clan, lo mismo que la multinacional cinematogr¨¢fica vende junto al gran estreno comercial la morralla de serie B o Z que quiere ver igualmente colocada en las pantallas. El que objeta o pretende calibrar, autom¨¢ticamente parece pasarse al bando contrario.
Una de las modas ideol¨®gicas hoy m¨¢s acendradas es celebrar la diversidad como la mayor de las riquezas culturales humanas, por lo cual debe ser protegida y potenciada cuanto sea posible, so pecado reaccionario de perversa globalizaci¨®n. Los chantres de la diversidad brotan a cada paso y a cada f¨®rum, aqu¨ª cultivando la diversidad que existe, all¨¢ subrayando la que parece un tanto desva¨ªda o no suficientemente apreciada e incluso invent¨¢ndola valientemente donde por culpable negligencia no la hay todav¨ªa. Cuando se les escucha, se dir¨ªa que s¨®lo la confirmaci¨®n de la diversidad humana es protecci¨®n eficaz contra el racismo y la xenofobia que tanto nos afligen. Lo cual no deja de ser parad¨®jico, porque nadie es tan sensible a la evidente diversidad humana como los racistas y xen¨®fobos, hasta el punto de que se la toman tan en serio que por un color de epidermis o una variaci¨®n ling¨¹¨ªstica est¨¢n dispuestos a negar a sus convecinos la ciudadan¨ªa plena e incluso la pertenencia optimo iure a la especie humana...
Que la apariencia f¨ªsica, los modos culturales y la posici¨®n social de los seres humanos son muy diversos es cosa que nadie en su sano juicio puede contestar. Y que tal pluralismo no resta a nadie ni un ¨¢pice de humanidad plena deber¨ªa ser igualmente evidente, aunque haya habido (o a¨²n perduren) doctrinas abominables que lo cuestionen. Durante gran parte de la modernidad, la batalla del pensamiento progresista ha consistido en reivindicar la igualdad fundamental de los humanos m¨¢s all¨¢ de sus diferencias de epidermis, genealog¨ªas, sexo, creencias o costumbres. En tal planteamiento revolucionario contra el discriminatorio mundo tradicional, la igualdad es precisamente lo que debe ser reivindicado frente a la diferencia, porque esta ¨²ltima es sencillamente un hecho mientras que aqu¨¦lla es un derecho y, por tanto, una conquista. De ah¨ª que los considerados com¨²nmente avances sociales hayan consistido durante un par de siglos en pasos hacia la igualdad efectiva de los tenidos por irreductiblemente diferentes: sufragio general y no s¨®lo censitario, similares derechos pol¨ªticos y laborales para las mujeres y los hombres, educaci¨®n general para todo el mundo, abolici¨®n de las castas y de la jerarquizaci¨®n de la sociedad en razas superiores e inferiores, seguridad social garantizada por igual a todos los ciudadanos, etc¨¦tera. Sin duda, tambi¨¦n derecho para todos a que cada cual pueda creer, valorar o expresarse como desee dentro del marco de leyes que protegen de agresiones a los dem¨¢s. Pero ¨¦ste se trata de un mismo y ¨²nico derecho a la diferencia que a nadie excluye, no de una diferencia de derechos como siempre han querido los privilegiados, racistas o machistas.
Se nos repite mil veces que la diversidad de manifestaciones de lo humano es una "riqueza". Y puede ser cierto, siempre que se entienda que nos referimos a la diversidad que respeta la igualdad humana esencial y no a la que comporta diferencias discriminatorias del trato que merecen entre s¨ª las personas, por muy "tradicionales" y peculiares de cualquier "identidad cultural" que sean tales jerarquizaciones. Es una riqueza lo que se nos brinda como oferta no obligatoria y voluntaria, por tanto, lo que permite a cada cual decidir lo que desea comer, a qu¨¦ dios quiere venerar y con qu¨¦ juegos prefiere entretenerse, no lo que le fuerza sin remedio a someterse a los ¨ªdolos tribales. Resumiendo, nos enriquece lo que podemos sin da?ar a nadie escoger... y tambi¨¦n en su caso descartar.
Pero ello no debe hacernos olvidar que la verdadera riqueza humana estriba en nuestra semejanza fundamental y no en aquello que nos hace superficialmente distintos. Es lo que tenemos en com¨²n m¨¢s all¨¢ de culturas y folclores lo que nos permite entendernos, colaborar en empresas m¨²ltiples, convivir bajo las mismas leyes, compadecernos de los que sufren e intentar remediar los males que afectan al planeta que todos habitamos. El hecho de que todos los humanos poseamos un lenguaje y seamos seres simb¨®licos es m¨¢s importante y enriquecedor que la diferencia de nuestros idiomas: gracias a tal semejanza podemos traducir y comprender las palabras del otro, compartiendo el universo significativo propiamente humano y as¨ª podemos ense?arnos verdades unos a otros, descubrir las necesidades que a todos nos afligen y proponer soluciones generales que a nadie discriminen o minusvaloren. Las culturas no establecen barreras infranqueables ni est¨¢n cerradas unas a otras, acabadas y completas en s¨ª mismas, como quieren algunos archimandritas del multiculturalismo pervertido. Como se?ala el antrop¨®logo Marvin Harris, "todas las culturas consisten en una mescolanza de elementos derivados de otras culturas, como resultado del contacto directo o indirecto y de la difusi¨®n, algo que es tan cierto de Grecia como de Egipto. Es indudable que cuanto m¨¢s desarrollada y compleja es una sociedad, en mayor grado su cultura (y subculturas) refleja la influencia de contactos de difusi¨®n cercanos y alejados, y mayor ser¨¢ a su vez la influencia cultural de dicha sociedad". Uno de los lemas repetidos por Bertrand Russell fue: "Recuerda tu humanidad y olvida todo lo dem¨¢s". Corrij¨¢mosle si es preciso, diciendo que no se deben olvidar las formas y modos en que se manifiesta nuestra humanidad... pero dejando bien claro siempre que no debemos anteponerlas a la humanidad misma que compartimos.
Hace un par de meses, en Bucarest, visit¨¦ una primorosa iglesita ortodoxa. En el tabl¨®n de anuncios se convocaba a un seminario abierto que deb¨ªa celebrarse esa misma tarde en el min¨²sculo y delicioso claustro del templo. Su tema: "El don de distinguir el bien del mal". Ojal¨¢ supiese yo rumano, pens¨¦, para poder asistir con provecho a tal reuni¨®n porque ¨¦sa es la ¨²nica diferencia que de veras me interesa: las dem¨¢s me parecen, en el mejor de los casos, juegos florales, y en el peor, supersticiones neur¨®ticas. Envidio a quien posea ese don precioso, porque ¨¦l s¨ª que conoce la diversidad que importa, la que nos enriquece sin borreguismos folcl¨®ricos. El resto no es literatura, como dijo en otro contexto Verlaine, sino simple idolatr¨ªa.
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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