?Un Estatut posible?
?De qu¨¦ se trata, de trabajar por un Estatut posible o por un Estatut imposible? ?sta es la pregunta que deber¨ªan contestar con lealtad las diversas formaciones pol¨ªticas catalanas, una vez se complete el ciclo de los congresos. La pregunta puede formularse de otra manera: ?los partidos pol¨ªticos buscar¨¢n compartir un Estatut que permita avances significativos o trabajar¨¢n pensan
do no tanto en el resultado como en los beneficios electorales que cada cual pued
a obtener a corto plazo? Por la mala fama que tienen los partidos -hoy estamos ante la paradoja de que opinar mal de los partidos pol¨ªticos forma parte de la correcci¨®n pol¨ªtica- esta pregunta puede parecer ret¨®rica. Todos sabemos que s¨®lo piensan en sus intereses, y ¨¦stos tienen una expresi¨®n contante y sonante en votos. Precisamente por esto, la respuesta no es tan evidente. Es razonable pensar que una mayor¨ªa de ciudadanos espera que los partidos trabajen conjuntamente por un Estatut mejor. Con lo cual, al que rompa la baraja, sea por limitar al m¨¢ximo los cambios o por entrar en una subasta soberanista que haga imposible el consenso, puede costarle caro. A menudo, el que rompe paga.
Fue entrada ya la d¨¦cada de 1990 que se empez¨® a hablar de la de la conveniencia de reformar el Estatut. S¨®lo en el ¨²ltimo tramo de su larga trayectoria, por exigencias de campa?a electoral, plante¨® la reforma del Estatut. Si todos apostaban por la reforma, CiU no pod¨ªa ser menos. Si antes no lo hab¨ªa hecho no era s¨®lo por una evaluaci¨®n de las relaciones de fuerzas que le hac¨ªa pensar que no conseguir¨ªa una mayor¨ªa viable. Pujol, a pesar de haber anunciado su intenci¨®n de reformar el Estatut en su primer discurso de investidura (1980), siempre crey¨® que en las circunstancias actuales de relaci¨®n entre Espa?a y Catalu?a era mucho mejor la pol¨ªtica de negociaci¨®n y regateo d¨ªa a d¨ªa, que la aventura de una reforma del Estatut que forzosamente ser¨ªa limitada. Y as¨ª actu¨® siempre.
Maragall, que a¨²n no ten¨ªa el gui¨®n de la Generalitat en sus manos, hizo en su campa?a electoral de la reforma del Estatut -las instituciones han de renovarse cada generaci¨®n- bandera central de su propuesta, y ahora se encuentra en el momento de gestionarla. Si el PP hubiera repetido victoria, el gui¨®n estaba cantado: las fuerzas pol¨ªticas catalanas -con la excepci¨®n de los populares- hubiesen redactado un Estatut que habr¨ªa adquirido amplios apoyos en Catalu?a y se hubiera estrellado en el Parlamento espa?ol. Un agravio que habr¨ªa enconado seriamente las relaciones y que, probablemente, habr¨ªa fortalecido al Gobierno catal¨¢n. Y digo probablemente porque alg¨²n d¨ªa los electores se cansar¨¢n de premiar derrotas y exigir¨¢n resultados a nuestros dirigentes.
Pero el que gobierna es el PSOE. Zapatero ha abierto el proceso de reforma constitucional. De modo que hay, por primera vez, un reconocimiento del Gobierno espa?ol para avanzar en materia de Estatut y de Constituci¨®n. ?Hasta d¨®nde? Si nos atenemos al ¨²ltimo documento escrito, la ponencia marco del Congreso del PSOE, la reforma del Estatut "debe llevarse a cabo conforme a la Constituci¨®n y respetar sus previsiones". Estos textos de ambig¨¹edad calculada, a la hora de la verdad sirven de poco. Porque parece claro que el PSOE -el propio Zapatero lo ha dicho algunas veces- pone la Constituci¨®n como l¨ªmite (aunque no se sabe si antes o despu¨¦s de reformarla, teniendo en cuenta que los estatutos van por delante en el calendario) y que el PSC ha presionado para obtener una f¨®rmula que permita interpretar que basta con respetar las previsiones de la Constituci¨®n para las reformas estatutarias. Es decir, con obtener una mayor¨ªa cualificada en el Parlamento espa?ol.
Dado que no parecen darse las condiciones para una l¨®gica de ruptura con Espa?a, porque no hay indicios de que sea mayoritaria en el electorado catal¨¢n, una reforma posible es aquella que aprovecha la disposici¨®n del actual Gobierno para obtener los mejores resultados sin romper las reglas del juego y los equilibrios institucionales.
Por sentido com¨²n, parece que ¨¦ste deber¨ªa ser el objetivo. Cada cual tiene su programa de m¨¢ximos, pero todos saben que en pol¨ªtica democr¨¢tica se avanza paso a paso. No parece que la sociedad catalana aplaudiera con entusiasmo un enfrentamiento de ruptura institucional con el Estado espa?ol. Una mirada atenta a la secuencia de los resultados en Catalu?a de una elecci¨®n a otra es bastante iluminadora en este sentido. Esta realidad deber¨ªa entrar en juego antes de que los partidos tengan la tentaci¨®n de reducir el debate del Estatut a una partida de desgaste entre ellos. Si se dice que hay cosas que deben estar por encima de la lucha partidista, ¨¦sta es una de ellas.
?CiU y Esquerra Republicana llevar¨¢n al debate sobre el Estatut su pugna por la patente del nacionalismo y convertirlo en una subasta sin l¨ªmites? ?O, como sue?an algunos, este debate ha de servir para un reencuentro de CiU y Esquerra para expulsar a los socialistas del templo de la Generalitat?
Los socialistas afrontan este episodio con ls ventajas e inconvenientes de estar en los dos gobiernos. Si todo lo que se avance se les puede atribuir, tambi¨¦n se les puede imputar todo lo que no se consiga, y ¨¦sta es la tentaci¨®n que puede mover a sus adversarios: cargar sobre ellos un fracaso posible. CiU, en pleno desconcierto, parece haber escogido el camino de la radicalizaci¨®n verbal, m¨¢s f¨¢cil y menos laborioso que el de la reconstrucci¨®n de su espacio pol¨ªtico. Es una apuesta de alto riesgo, porque no hay razones objetivas para que quienes les abandonaron por considerarles d¨¦biles en la fe nacionalista vuelvan al redil. Esquerra siempre gritar¨¢ m¨¢s. Aunque, como se ha demostrado en su congreso, tiene un complicado camino por delante entre el populismo de Carod -que se ha acentuado alarmantemente desde que dej¨® el Gobierno- y el institucionalismo de Puigcerc¨®s. En los partidos convencionales, cuando la direcci¨®n pierde una votaci¨®n en una cuesti¨®n estrat¨¦gica acostumbra a dimitir o a pedir que se formule una alternativa. En los asamblearios, por lo que parece, las votaciones no tienen efectos secundarios. A no ser que Carod interprete el apoyo al asamblearismo como un ¨¦xito suyo y un fracaso de qui¨¦nes dec¨ªan "tener el partido en las manos".
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