Odio y tabaco
A veces, en momentos de gran ternura o desvelo, me pregunto por la suerte de los fumadores. Como en todas las mayor¨ªas, hay entre ellos personas sumamente valiosas, si bien resulta desalentador comprobar lo mucho que utilizan la falacia pat¨¦tica de los rom¨¢nticos. Lo quejicas que son. Y siempre descontentos.
En la fenomenolog¨ªa del fumador hay dos extremos, atemperados por una gama de tipos intermedios. Los extremistas de la auto-compasi¨®n son esos que te dicen, cuando al rechazar un cigarrillo a?ades, por cortes¨ªa, que no eres fumador: "Ah, t¨² s¨ª que tienes suerte. Si yo pudiera,...". Practican la cultura de la queja consigo mismos, y no es raro que les asomen las l¨¢grimas al comunicarles que t¨² nunca has fumado, aunque tienes otros vicios. "No es lo mismo, esta mierda es lo peor. ?T¨² no llevar¨¢s fuego, verdad?". Se odian por d¨¦biles, se arrepienten cada ma?ana de haber fumado el d¨ªa anterior, confiesan haber perdido el paladar y el h¨¢lito. Pero miran a todos lados angustiados si las tiendas van a cerrar y s¨®lo les queda el ¨²ltimo en el paquete.
Al otro extremo est¨¢n los intransigentes con el no-fumador, los perdonavidas. Esos taxistas madrile?os que chascan la lengua mosqueados si el cliente les pide que esperen al final de la carrera para encender el cigarro que han sacado sin pedir permiso. Los fumadores de barra que miran con una mezcla de superioridad y reproche cuando uno, con tal de tomarse el aperitivo sin m¨¢s olorantes y contaminantes de los que por s¨ª lleva la ensaladilla rusa, se aparta mansamente de la humareda. "En los bares y restaurantes siempre se ha fumado, y eso no se puede prohibir, o ir¨¢n todos a la ruina". Es la voz de los explotadores de un privilegio que nadie les ha concedido. Lo tienen hist¨®ricamente otorgado por dejadez, por costumbre, pero la historia de la humanidad consiste en rectificarla, en mejorarla, en devolver a los oprimidos los derechos m¨¢s b¨¢sicos de los que un d¨ªa se les priv¨® y quitarles a los abusones todo aquello que de forma ileg¨ªtima creyeron irrenunciablemente suyo. En el tabaco est¨¢ llegando ese momento de justicia hist¨®rica, y de ah¨ª mi honda preocupaci¨®n por el porvenir de tantos conciudadanos aquejados de una u otra extremosidad fumadora.
?Qu¨¦ pasar¨¢ aqu¨ª cuando se proh¨ªba realmente fumar en todos los lugares comunes donde hay gente que no lo hace? ?Est¨¢n los fumadores preparados ps¨ªquicamente, por no decir f¨ªsicamente, para la ley que se avecina? Las estad¨ªsticas mienten. Casi todo Madrid fuma. Una noticia del Abc daba la cifra de un 37,6% de j¨®venes fumadores constantes en la Comunidad madrile?a, que sub¨ªa al 43,8% para quienes reconoc¨ªan fumar "con relativa frecuencia". Mentira. Hoy en d¨ªa, s¨®lo si vas a Barajas tienes garantizado que tu compa?ero de viaje, joven o anciana, no te va a envenenar con la combusti¨®n de su nicotina. Volar se ha convertido en el ¨²nico reducto civilizado del hombre moderno, pues tampoco, como es sabido, se puede en los vuelos intoxicar sonoramente con el m¨®vil. Qu¨¦ misericordia da, eso s¨ª, ver a los viajeros, aun antes de quitarse el cintur¨®n de seguridad del avi¨®n, proceder ansiosos al encendido de su telefonino, seguido poco despu¨¦s del de un cigarrillo.
Otra estad¨ªstica que para m¨ª que se queda corta es una le¨ªda en EL PA?S: el 75% de los espacios p¨²blicos libres de humo incumple la ley antitabaco. Bajen ustedes al metro de Madrid, donde la ansiedad del fumador cunde al 100%. Naturalmente que est¨¢ prohibido en toda la red, pero ya al comprar el billete te llegan, atravesando la mampara antirrobo, las primeras vaharadas. Los seguratas fuman, los conductores fuman y, cuando el tren aparece por el t¨²nel, los viajeros apuran la ¨²ltima bocanada, como el condenado antes de pasar a la silla el¨¦ctrica. Los andenes del metro madrile?o son cementerios de colillas.
?Qu¨¦ har¨¢n, Dios m¨ªo, mis amigos fumadores? El Ayuntamiento, la Comunidad, el Gobierno de la naci¨®n, la Comisi¨®n Europea, el Tribunal Internacional de La Haya; todas esas fuerzas, tal vez con ayuda de la OTAN, van a lograr que en un futuro cercano el fumador fume s¨®lo en provecho suyo y no en estropicio de los dem¨¢s. Ese d¨ªa s¨ª que nos van a atufar las quejas.
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