Desdicha
En la calle Sierpes de Sevilla suele estar una mujer tetrapl¨¦jica sentada en una silla de ruedas que mueve con un motor. Con la cabeza inclinada hacia la izquierda vende unos cupones que no son los de los ciegos. Un d¨ªa lleg¨® un parapl¨¦jico empujando las ruedas de su silla a gran velocidad, se acerc¨® a ella y le dio un beso en la boca. Una semana m¨¢s tarde iban cogidos de la mano; con su motor, la mujer tiraba de las dos sillas.
Una historia as¨ª conmueve con sentimientos y emociones diversas que salen al exterior con una sonrisa, con simpat¨ªa e incluso alegr¨ªa. Sin embargo, el amor, por complejo de sea, lo puede sentir todo el mundo en las circunstancias m¨¢s adversas y no hay motivo para que provoque sorpresa. Lo que sorprende es ver a una tetrapl¨¦jica y, o, un parapl¨¦jico; una sorpresa que, por el contrario, nos provoca malestar, miedo, sentimiento de irrealidad y de culpa, y, por ¨²ltimo, deseo de olvidarlo lo m¨¢s r¨¢pido posible. Quiz¨¢ sea por eso, y porque en ese momento se comprende que nuestras desdichas son, por lo menos, improcedentes, por lo que el beso de amor entre ellos nos absuelve y nos consuela.
La historia de amor se cuenta, un sentimiento entra?able y feliz; pero verlos solos vendiendo cupones es otra cosa. Si hay mayores que procuran olvidarlo pronto, hay j¨®venes que se sumergen en una euforia m¨¢s o menos artificial para no enterarse de nada que les moleste, para vivir s¨®lo el para¨ªso. Y esa evasi¨®n es una carencia importante en su educaci¨®n, porque el dolor se debe vivir conscientemente desde peque?o. Con el dolor se aprenden realidades de uno mismo y de los dem¨¢s, se comprende mejor el mundo en el que vivimos y puede germinar en la decisi¨®n de tomar parte activa para mejorarlo.
La desdicha no es s¨®lo lloros y lamentos; en ella cabe el amor, por ejemplo, y es un buen fertilizante para el pensamiento, para aclarar las oscuridades confusas en las que nos movemos como aut¨®matas. En la familia y en la ense?anza se debe hablar sobre la aflicci¨®n en general, y en particular, se debe discutir para que desaparezca o para que se asuma. Hay que explicar la vida con los tropiezos y con la claridad de una realidad coherente.
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