La huella del luto (del 11-S al 11-M)
1. ?Por qu¨¦, dos a?os y medio despu¨¦s, Nueva York sigue marcada por el 11-S, mientras que Madrid (y Espa?a en general) parecen haber elaborado el duelo por el 11-M en tres meses? La pregunta surgi¨® en una conversaci¨®n con Margarita Gutman y Michael Cohen, dos profesores de la New School de Nueva York. La zona cero no ha dejado de ser lugar de peregrinaje. Los proyectos para tan sacralizado espacio han sido objeto de intenso debate ciudadano. La espesa nube de polvo que aquel d¨ªa cubri¨® la punta de Manhattan todav¨ªa no se ha disipado: el 11-S est¨¢ presente prolong¨¢ndose, adem¨¢s, en la densa atm¨®sfera de la guerra. Nueva York vive permanentemente en el post 11-S.
En Madrid, los trabajadores de Renfe han pedido que se quitara el t¨²mulo de homenaje a las v¨ªctimas porque trabajar con su presencia -el recuerdo permanente del horror- se les hac¨ªa insoportable. Los heridos que quedan en los hospitales han dejado de ser noticia. El debate pol¨ªtico ha derivado hacia la bronca de una Comisi¨®n de Investigaci¨®n que no est¨¢ a la altura que la tragedia deber¨ªa exigir. El 11-M empez¨® a desaparecer con la derrota del Partido Popular. La mayor¨ªa de libros de urgencia que han sido publicados tienen m¨¢s que ver con los tres d¨ªas que siguieron al 11-M que con el tr¨¢gico acontecimiento en s¨ª. Fueron los tres d¨ªas que encauzaron los efectos pol¨ªticos, culturales y sentimentales del trauma.
2. La magnitud del acontecimiento no era la misma. La significaci¨®n de los dos pa¨ªses, de las dos ciudades, tampoco. En palabras de Ren¨¦ Girard, el 11-S fue "el retorno con fuerza de lo real, la explosi¨®n en un cielo sereno, un aviso que sorprendi¨® al mundo entero". La irrupci¨®n de lo real pone en evidencia la enorme dificultad de aceptar nuestra humanidad. Y el recurso es elevarse por encima de ella con el discurso de lo humano y lo inhumano, obviando que nada inhumano es ajeno a la especie. El 11-M ten¨ªa precedente. Mientras el 11-S estaba en el terreno de lo impensable, el 11-M ya entraba dentro de lo posible.
Nueva York -su poder simb¨®lico es tal que los atentados de Washington quedaron enseguida en segundo plano- fue atacada desde el aire. Los invasores vinieron desde el cielo, que es de donde caen las peores amenazas: aquellas que llegan sin rostro y sin origen. Estados Unidos descubri¨® que era vulnerable, algo impensable para un pueblo que, al haber entrado tarde en la historia pero con mucha fuerza, se siente excepcional, portador de un encargo especial de redenci¨®n del mundo. Hasta Vietnam, nunca hab¨ªan perdido una guerra, y la crisis moral que esta derrota produjo fue enorme. Recuperadas las ambiciones imperiales, el m¨¢s invulnerable de los pa¨ªses, el que hab¨ªa dominado el siglo XX sin un solo ataque exterior a su territorio continental, se encontr¨® de pronto al enemigo atacando el centro de su universo. El Imperio estaba minado: los terroristas hab¨ªan preparado el golpe durante a?os, sus armas eran aviones norteamericanos. Las Torres Gemelas, doblemente atacadas con toda impunidad, eran como una met¨¢fora del american way of life bajo el fuego: toda una cultura -una manera de estar en el mundo- en llamas. Los terroristas murieron en los atentados. Nadie pudo detenerlos y entregarlos a la justicia en lo que de reparadora tiene siempre esta imagen. Y se tuvo que buscar una figura en la que concentrar todas las iras: Osama Bin Laden. Una figura lejana que no hac¨ªa sino aumentar la sensaci¨®n de vulnerabilidad y desasosiego. ?C¨®mo la principal naci¨®n del mundo pod¨ªa ser desafiada desde las agrestes monta?as de una de las naciones m¨¢s atrasadas?
Madrid es la capital de un pa¨ªs que lleva 40 a?os en lucha con el terrorismo. Antes de la masacre del 11-M, mil personas hab¨ªan muerto en Espa?a por la violencia terrorista. Desconcert¨® la dimensi¨®n y la autor¨ªa, pero lo dem¨¢s era desgraciadamente muy cotidiano. Este pa¨ªs ha llorado muchos muertos. Al no ser ETA, creci¨® el miedo: a la natural inquietud que provoca encontrarse con un enemigo nuevo se sum¨® la agobiante constataci¨®n de que los terroristas se hab¨ªan mezclado entre la gente para hacer el atentado y pod¨ªan seguir entre nosotros. Muy pronto empezaron las detenciones. Pero la inmolaci¨®n del n¨²cleo duro del comando en un apartamento de Legan¨¦s aument¨® el desconcierto. Ante el peor de los enemigos, siempre cabe pensar que hay un valor compartido que puede hacer posible la comunicaci¨®n: el sentido de supervivencia. Cuando el otro renuncia a sobrevivir se convierte en un extra?o, a nuestros ojos deja de ser hombre en la medida en que no podemos compartir siquiera la m¨¢s elemental referencia com¨²n de la realidad: la voluntad de vivir, como individuos y como especie.
3. El 11-S, la prensa americana practic¨® una radical autocensura: no se mostr¨® una sola imagen de las v¨ªctimas. El 11-M, la prensa espa?ola public¨® duras im¨¢genes de muertos y heridos. ?Tiene que ver aquella censura con la prolongaci¨®n del duelo? ?Tiene que ver esta exhibici¨®n del horror con la rapidez con que ha sido despedido el duelo? Sin im¨¢genes de los cuerpos calcinados de los conciudadanos, el imaginario del dolor se concentraba en el emblema: las Torres Gemelas en llamas. El s¨ªmbolo creaba espacio de dolor compartido. La ausencia de im¨¢genes despersonaliz¨® las v¨ªctimas, convirti¨¦ndolas en una sola gran v¨ªctima. En la sociedad individualista por excelencia, el duelo se hizo comunitario. El patriotismo americano fue una vez m¨¢s el punto de encuentro de los individuos perdidos en la jungla. Pero tambi¨¦n el punto de apoyo para la huida hacia la guerra de un Bush convencido de que ten¨ªa derecho a una respuesta sin l¨ªmites.
La visi¨®n del terror en la carne de los conciudadanos provoc¨® una explosi¨®n de solidaridad en una ciudad, Madrid, que qued¨® anonadada. La televisi¨®n trae a menudo estas im¨¢genes del horror, pero, generalmente, envueltas en un halo de lejan¨ªa. Pero la visi¨®n se hace insoportable cuando se trata del vecino con el que puedes haber compartido el tren. Aparece esta rara culpabilidad que siente el superviviente por el alivio de haberse salvado. Instintivamente, se quiere apartar cualquier se?al que abra el c¨¢liz de la rememoraci¨®n. Quiz¨¢s porque en el universo europeo los lazos de proximidad son m¨¢s estrechos, los rituales del dolor pertenecen mayormente a lo privado y los rituales p¨²blicos son m¨¢s pol¨ªticos. No fue en una catedral -como Estados Unidos-, sino en la calle -en una manifestaci¨®n convocada desde el poder (que la ciudadan¨ªa hizo suya)-, que tuvo lugar el primer gran acto colectivo para compartir el sufrimiento y expresar el rechazo. Los ritos religiosos colectivos apelan a una verdad consoladora, los ritos pol¨ªticos generan divisi¨®n cuando cunde la idea de que la verdad se ha extraviado. Y fue el voto masivo -el compromiso con la democracia- la respuesta p¨²blica que dieron los ciudadanos, mientras luchaban con el dolor y el desasosiego. Las im¨¢genes de algunos heridos yendo a votar expresan perfectamente este doble registro propio del laicismo pol¨ªtico europeo.
El equilibrio entre el deber de reconocimiento a las v¨ªctimas y el olvido necesario para retomar la senda de la vida (y encontrar despu¨¦s la verdadera posibilidad de la memoria) es muy precario. Los pueblos -como las personas- reaccionan a la tragedia y sobreviven como pueden.
4. Estados Unidos, ante la imposibilidad de juzgar a los terroristas, opt¨® por la guerra como respuesta. Y se fue a Afganist¨¢n, primero; a Irak, despu¨¦s. La guerra pudo satisfacer a los que necesitaban que su pa¨ªs recordara su condici¨®n de potencia. Y algunos, al ver que el Estado pon¨ªa en marcha a su enorme potencial b¨¦lico, se sintieron m¨¢s amparados. Pero produjo divisi¨®n. Especialmente cuando de Afganist¨¢n se salt¨® a Irak. Y la divisi¨®n gener¨® culpabilidades. La difusi¨®n de los malos tratos a prisioneros iraqu¨ªes dio una vuelta de tuerca m¨¢s al desconcierto: la v¨ªctima, de pronto, se sent¨ªa convertida en verdugo. La estela del 11-S parece no detenerse nunca. La sobreactuaci¨®n del Estado con medidas de seguridad excepcionales hizo crecer en algunos sectores sentimiento de bunkerizaci¨®n. La pesadilla contin¨²a. La crisis que se abri¨® el 11-S no quiere cerrarse.
En Espa?a hubo elecciones tres d¨ªas despu¨¦s del atentado. Fue una circunstancia del calendario que unos consideran fortuita y otros, calculada por los terroristas. La ciudadan¨ªa reaccion¨® con un voto masivo. Y se produjo un acto de exorcismo que alivi¨® a la colectividad. La muerte pol¨ªtica de Aznar tuvo algo de ejercicio ritual por el que el pueblo transfiri¨® su profundo malestar a un chivo expiatorio. Fue, parad¨®jicamente, el ¨²ltimo servicio de Aznar. La gente de Espa?a ten¨ªa necesidad de creer que entraba en un tiempo nuevo. La retirada de las tropas de Irak acab¨® de simbolizar que se hab¨ªa pasado p¨¢gina. Y la ciudadan¨ªa se sinti¨® confortada. Quiso creer que empezaba un tiempo nuevo. Y precisamente porque el 11-M ha sido vivido a la vez como estruendo del pasado y tragedia fundacional del futuro, hay una cierta voluntad de dar el trance por acabado.
Sin embargo, todo luto debe elaborarse. Los que se elaboran con precipitaci¨®n acostumbran a dejar marcas ocultas que aparecen m¨¢s tarde; los que se elaboran con excesiva lentitud provocan conductas de riesgo de consecuencias incalculables.
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