El ¨²ltimo Per¨®n
Aun 30 a?os despu¨¦s de su muerte, el d¨ªa 30 de junio de 1974, Juan Domingo Per¨®n sigue siendo un personaje inapresable.
A diferencia de Evita, que expon¨ªa con firmeza y transparencia todo lo que era, y tambi¨¦n de su tercera esposa, Isabel, detr¨¢s de cuyo ser parec¨ªa que hubiera nada, Per¨®n siempre mantuvo a distancia de los dem¨¢s lo que realmente le pasaba por la cabeza.
Un s¨¢bado de marzo, en 1970, me dijo en su exilio de Madrid que a "los muchos vivos" que lo visitaban les hablaba "en el lenguaje que quer¨ªan o¨ªr". Per¨®n era el perfecto reflejo, entonces, del lenguaje de los otros.
?C¨®mo saber, as¨ª, cu¨¢l era el de ¨¦l?
De las muchas versiones de peronismo que lo han sucedido, todas son genuinas, aunque difieran tanto como la del ex presidente Carlos Menem y la del actual, N¨¦stor Kirchner: todas expresan alg¨²n aspecto del inagotable Per¨®n.
Entre 1944 y 1952, fue un gobernante autoritario y, a la vez, sensible a las transformaciones sociales que exig¨ªa la posguerra. Postul¨® la idea de una "naci¨®n en armas", lo que equival¨ªa a pensar en una dependencia perpetua de la vida civil a la amenaza constante de la guerra. Estimul¨® centenares de leyes que devolvieron la dignidad a los trabajadores y a los sectores m¨¢s postergados de la sociedad, pero a la vez exigi¨® la sumisi¨®n absoluta de la comunidad a las ¨®rdenes de su partido, abrumando al pa¨ªs con una propaganda incansable y censurando casi todas las voces opositoras, excepto las pocas que se expresaban en el Congreso y en una prensa debilitada.
Tras la muerte de Evita, lo aquej¨® cierta molicie y hast¨ªo de poder (como lo prueban las cartas ¨ªntimas que envi¨® desde el exilio a la joven amante que hab¨ªa dejado atr¨¢s). O quiz¨¢ imagin¨® que su poder estaba por encima de cualquier l¨ªmite, como se advierte en su enfrentamiento casi suicida con la Iglesia cat¨®lica a fines de 1954.
El golpe que lo derroc¨® en 1955, conocido como "la revoluci¨®n libertadora", fue un error fatal para las instituciones argentinas, no s¨®lo porque se alz¨® contra un Gobierno que, al menos formalmente, era democr¨¢tico, sino porque a esas alturas el presidente estaba derrumb¨¢ndose solo.
A Argentina le habr¨ªa costado muy caro si aquel Per¨®n de 1955, tan cercano al delirio, hubiera llegado al fin de su mandato, pero quiz¨¢ le cost¨® m¨¢s todav¨ªa la violaci¨®n del orden constitucional, al que sucedieron un inesperado fusilamiento en masa de civiles por razones pol¨ªticas, planteos interminables de jefes militares que se cre¨ªan llamados por la providencia y golpes de Estado tan frecuentes que, en los a?os sesenta, acostarse con un gobernante de facto y levantarse con otro era una imagen de rutina.
El ostracismo, la distancia y el obligatorio silencio -interrumpido s¨®lo por mensajes clandestinos- dignificaron la figura de Per¨®n. Quince a?os despu¨¦s de la ca¨ªda, sus partidarios de izquierda imaginaron que era capaz de imponer en la Argentina un Gobierno socialista, olvidando que, durante los primeros tiempos de su exilio, Per¨®n hab¨ªa sido hu¨¦sped de reg¨ªmenes desp¨®ticos -Alfredo Stroessner de Paraguay, Anastasio Somoza de Nicaragua, Marcos P¨¦rez Jim¨¦nez de Venezuela, Rafael Le¨®nides Trujillo de la Rep¨²blica Dominicana, Francisco Franco de Espa?a- y que se hab¨ªa cruzado con esos tiranos cartas en las que les propon¨ªa armar un frente antimarxista si regresaba al poder en la Argentina.
Conoc¨ª a Per¨®n en 1966 y volv¨ª a verlo muchas veces hasta 1972, cuando su secretario y astr¨®logo, Jos¨¦ L¨®pez Rega, parec¨ªa dominar la escena dom¨¦stica por completo, interrumpiendo a su jefe sin consideraci¨®n, aun en di¨¢logos de extrema delicadeza pol¨ªtica.
Sin embargo, la ilusi¨®n de que el ex presidente era v¨ªctima de un cerco de hierro tendido por su esposa y por su mayordomo -como sosten¨ªan los dirigentes de la juventud peronista de aquellos a?os- es una suprema ingenuidad. M¨¢s de una vez, en esos meses ¨²ltimos de la vida, Per¨®n reaccion¨® como el conservador autoritario que siempre hab¨ªa sido.
El ¨¦nfasis con que acus¨® a "los infiltrados de la ultraizquierda" de la matanza en Ezeiza, el 20 de junio de 1973 -cuando m¨¢s de un mill¨®n de personas acudi¨® a recibirlo al regresar de Espa?a-, y la ira con que orden¨® el arresto de una periodista por el delito de preguntar qu¨¦ har¨ªa el Gobierno para detener los atentados del fascismo vern¨¢culo, revelan la cara verdadera de Per¨®n con mucha m¨¢s claridad que su ret¨®rico discurso final, el 12 de julio de 1974, cuando se despidi¨® llev¨¢ndose en los "o¨ªdos la m¨¢s maravillosa m¨²sica", es decir, la aclamaci¨®n del pueblo argentino.
Ese ¨²ltimo Per¨®n no es una figura err¨¢tica: sabe lo que quiere, y sabe tambi¨¦n c¨®mo alcanzarlo. Casi todos los estudiosos del peronismo suelen ver al anciano general como una v¨ªctima indefensa de las manipulaciones de L¨®pez Rega. Pero, si se observa la historia sin prejuicios, se tiene la impresi¨®n de que quiz¨¢ L¨®pez Rega haya sido el instrumento que Per¨®n utilizaba para ejecutar acciones que no quer¨ªa ordenar por s¨ª mismo. Es dif¨ªcil explicar, si no, c¨®mo el entonces presidente convalid¨® la asonada policial que depuso al gobernador de C¨®rdoba en 1974, o no censur¨® con indignaci¨®n los primeros cr¨ªmenes de la Triple A, la siniestra organizaci¨®n que empez¨® a actuar cuando Per¨®n a¨²n viv¨ªa.
La elecci¨®n de su esposa, Isabel Mart¨ªnez, como candidata a la vicepresidencia tampoco fue improvisada ni, mucho menos, consecuencia de la presi¨®n dom¨¦stica.
En 1971, Per¨®n me dijo (a¨²n conservo el documento grabado): "Todos los d¨ªas preparo a mi mujer tanto en la esgrima como en los asuntos de Estado. Y no le puedo ocultar que la disc¨ªpula me est¨¢ saliendo muy buena".
Sin duda lo cre¨ªa, porque cuando se sinti¨® morir dej¨® en manos de aquella disc¨ªpula el destino del pa¨ªs que tanto lo desvelaba.
Descifrar a Per¨®n sigue siendo una tarea de S¨ªsifo. Su herencia se ha dividido en un delta de peque?as iglesias, todas las cuales se definen como la verdadera. El peronismo es inagotable, porque si uno de ellos fracasa, se levantar¨¢ otro prometiendo ser el mejor.
Quiz¨¢ ese delta se parezca a Per¨®n mismo: un hombre desgarrado por ideas adversarias que no pod¨ªa conciliar, y que muri¨® sin conocer la respuesta.
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