El m¨ªstico que cay¨® hacia lo alto
Uno. Comienza Tierno Bokar, el nuevo espect¨¢culo de Peter Brook, y todo parece se?alizar la instalaci¨®n en el para¨ªso: la luminosidad blanca y naranja, el humor fresco y amable, el gusto por la narraci¨®n pura, la m¨²sica como una peque?a serpiente de agua moteada por el sol. Hay una explosi¨®n de inocencia arc¨¢dica cuando los muchachos de un poblado africano en la colonia francesa cruzan las vallas de la legaci¨®n para averiguar si la mierda de los blancos es negra, y hunden sus manos felices en la basura para rastrear tesoros nunca vistos, latas de conserva, misteriosas hojas de afeitar, fragmentos de loza, vestigios de una civilizaci¨®n ignota. En un rinc¨®n del poblado, pero siempre en el centro, se alza como un t¨®tem el sabio Tierno Bokar (Sotigui Kouyat¨¦, el inolvidable Pr¨®spero de Brook), un m¨ªstico de coraz¨®n limpio y mirada transparente. Bokar parece un Sim¨®n del Desierto, un feliz anacoreta rodeado de disc¨ªpulos, cuya vida se reparte "entre la estera y la mezquita, entre los amigos y la meditaci¨®n". Cada ma?ana, tras la plegaria, Bokar habla de Dios y sus atributos, y el Narrador (Habib Dembel¨¦) le define con esta sola frase: "Bastaba estar a su lado para recuperar, al rato, la calma y el vigor perdidos". Bokar no es ning¨²n c¨¢ndido. Sabe y proclama que "Dios es la confusi¨®n de las inteligencias humanas", es decir, que est¨¢ mucho m¨¢s all¨¢ de cualquier reducci¨®n l¨®gica, y que en el mundo siempre hay, como poco, tres verdades: "Mi verdad, tu verdad, la Verdad". Sobre ese conflicto entre verdades girar¨¢ la funci¨®n.
Cuando creemos estar instalados en un para¨ªso atemporal de luces claras y relatos dichosos, Brook empieza a ensombrecer los colores de su paleta. Con su inmensa maestr¨ªa para el cambio de tono abre una ventana turbia en el lienzo, un relato dentro del relato, un largo flash-back para contarnos el calvario de Hamallah (Djeneba Kon¨¦), detonado por un cisma religioso que choca contra todas nuestras barreras racionales. A primera vista, el cisma de Hamallah parece un rid¨ªculo McGuffin, una insensata discusi¨®n teol¨®gica sobre si un canto suf¨ª ha de repetirse once o doce veces, pero por cosas as¨ª, por un s¨ª o por un no, han estallado las peores guerras desde que el mundo es mundo, como la funci¨®n no tardar¨¢ en mostrarnos: Hamallah podr¨ªa ser un pitag¨®rico refugiado en Tarento, custodio del poder esot¨¦rico de los n¨²meros, o un cabalista toledano que postula una nueva interpretaci¨®n talm¨²dica, o un hermano gn¨®stico del Zen¨®n de Opus Nigrum.
Acaba el flash-back y empieza a correr la sangre entre clanes enfrentados. Bokar no quiere pronunciarse sobre el cisma hasta que no hable con Hamallah, hasta que no le conozca: su viaje y posterior ca¨ªda hacia lo alto sustentan la ins¨®lita segunda parte del espect¨¢culo.
Dos. Hay algo casi conradiano en la peripecia de Tierno Bokar: el sabio apol¨ªneo que parece flotar entre el cielo y la tierra, que aconseja a sus disc¨ªpulos mantenerse alejados de irresolubles conflictos terrenales, va a sentir una poderos¨ªsima atracci¨®n ante Hamallah, ese hombre dispuesto a perderlo todo por una idea aparentemente rid¨ªcula. A los 62 a?os, Bokar decide abandonar su estera y sus meditaciones para encontrarse con un espejo s¨²bito, una sombra blanca: cuando Hamallah le abre las puertas de su casa, Bokar comprueba que visten igual, caminan igual, sienten igual. Hay una escena maravillosa, que dura apenas un minuto pero cubre toda una noche, la noche de la revelaci¨®n: Bokar y Hamallah caminan en c¨ªrculos en la oscuridad, cada uno con su peque?a linterna, hablando, en susurros, de algo que jam¨¢s conoceremos. El Narrador retoma luego el relato para contarnos el final de la historia. El gobernador franc¨¦s (Bruce Myers), un Pilatos a las ¨®rdenes de Petain, exige a Hamallah que "deponga su actitud": es un hereje que escandaliza a los ortodoxos y provoca des¨®rdenes p¨²blicos. Condenado a la "deportaci¨®n perpetua" para doblegar su ¨¢nimo, morir¨¢ en un hospital de Montlu?on. Bokar seguir¨¢ sus pasos. Como en el poema de Kavafis, le llega el d¨ªa de pronunciar su Gran No, del que nunca se arrepentir¨¢, aunque ese Gran No le pierda para siempre. Bokar pierde el afecto y el respeto de su clan por abrazar la causa de una verdad en la que tal vez ni siquiera cree: le basta haber percibido el aura de convicci¨®n y la voluntad de despojamiento de un creyente m¨¢s fuerte para abocarse a un reto ante el que medirse, una lucha en la que vencerse.
Peter Brook ha levantado su nuevo espect¨¢culo a partir de los textos de Amadou Hampat¨¦, compilador de las ense?anzas de Tierno Bokar en su libro Le sage de Bandiagara, adaptado dram¨¢ticamente por Marie-H¨¦l¨¨ne Estienne. Un Brook m¨¢s cerca que nunca de su maestro Gurdjieff, que ya asom¨® la nariz en Je suis un ph¨¦nom¨¨ne, y, curiosamente, muy pr¨®ximo a la estructura m¨ªtica del Mahabharata: la luz y el aire del para¨ªso, el cielo enrarecido del conflicto entre clanes, la noche de la ca¨ªda; tres actos y tres ritmos pautados por la extraordinaria m¨²sica de c¨ªtaras y tambores de Toshi Tsuchitori y Antonin Stahly, y, como no, por un reparto que parece estar cont¨¢ndonos su propia historia.
Tierno Bokar es una f¨¢bula mucho m¨¢s compleja y oscura de lo que aparenta, y un manifiesto absolutamente a contracorriente de nuestro momento. Hay que ser muy valiente para hablarnos desde una espiritualidad tan densa y omnipresente; una espiritualidad casi militante y, por si fuera poco, isl¨¢mica, que tan dif¨ªcil lo tiene para atravesar nuestros o¨ªdos taponados por fundamentalismos, burkas y ablaciones. Quiz¨¢ por todo eso, tras los respetuosos aplausos (Brook es mucho Brook) de la noche del estreno en el Mercat parec¨ªa flotar entre el p¨²blico una cierta incomodidad, una colectiva mueca entre c¨ªnica y fatigada, como si les hubieran estado contando la versi¨®n africana del cuento de Fray Escoba. A Greene, el Graham Greene de El fin del romance, le habr¨ªa fascinado Tierno Bokar.
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