Un bigote a su lado
Ma?ana viene George W. Bush a la casa! Cuando lo he anunciado, ha habido un gran alboroto. "?Bieeen! ?Al fin un enemigo!", y otros v¨ªtores. La pol¨ªtica del buen talante satisface profundamente a todos, pero en pol¨ªtica nunca est¨¢ de m¨¢s un enemigo. Bush es perfecto para eso.
Mi primera conversaci¨®n con ¨¦l fue un poquillo tensa, tras mi decisi¨®n de traer las tropas de Irak. La voz del presidente de los Estados Unidos tiene algo de vicetiple, pero eso no le restaba un ¨¢pice de solemnidad al momento:
-Esc¨²chame, bien, Sapatero Rodr¨ªgues, te hablar¨¦ en verso para que me entiendas peor y claramente:
"Las rosas son rojas
y el cielo es azul.
T¨² retiras las tropas
porque un... porque un...".
A Bush no le sal¨ªa la rima, pero una voz que me resultaba familiar le apunt¨®:
-... porque un cerdo eres t¨².
-?Eso! Porque un cerdo eres t¨². Gracias, ?nsar. Eres mi mejor amigo.
-Estoy trabajando en ellou.
Realmente, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar sabe cumplir su palabra cuando quiere: Bush siempre tendr¨ªa un bigote a su lado. Prosegu¨ªa Bush:
-Eres un cabronazo, un cerdo y no me gustas -encadenaba los improperios en sentido descendente. Algo l¨®gico, si bien se mira, en quien est¨¢ acostumbrado a bombardear primero y preguntar despu¨¦s-. Y, sobre todo...
-Un traidor a tu pa¨ªs -dec¨ªa el bigote a su lado.
-Un traidor a mi pa¨ªs -repet¨ªa Bush.
-No, a tu pa¨ªs no, George. Al suyo, al suyo.
-?Y a m¨ª qu¨¦ me importa el suyo, ?nsar? -susurraba Bush.
-Es el m¨ªo, George.
-?Y a m¨ª qu¨¦ me importa tu pa¨ªs, ?nsar?
-Oye, George, menos bromas y no me discutas -dec¨ªa Aznar con su tono m¨¢s cortante-. O est¨¢s conmigo o est¨¢s con Sadam Husein. Comunista, terrorista, pancartero.
-?Ay, en la cabeza no, ay! Perdone un momento, se?or Sapatero Rodr¨ªgues. Tengo que resolver una cosa con un amigo, ay. Colin Powell telefonear¨¢ a Ana Palacio para acabar la conversaci¨®n.
-Es que Ana Palacio ya no es ministra de Espa?a, se?or Bush -quise aclararle-. Ahora esa conversaci¨®n no ser¨ªa de gran utilidad.
-No se preocupe. Ana Palacio nunca fue de gran utilidad. ??nsar, est¨¢te quieto!
-?Moratinos! -llam¨¦ a mi ministro de Exteriores en cuanto colgu¨¦.
-Dime, Presidente.
-Tengo una misi¨®n muy especial para ti. Ponte peluca, v¨ªstete con un pa?uelo de colores y balbucea algo incomprensible sobre la guerra de Irak. Tienes que convencer a Colin Powell de que eres Ana Palacio.
-Lo de balbucear no ser¨¢ dif¨ªcil, pero lo del pa?uelo y la peluca...
-No importa. Por tel¨¦fono no notar¨¢ la diferencia.
No volv¨ª a tener contacto con Bush hasta la cumbre de la OTAN de Estambul. All¨ª tuvimos nuestros famosos siete minutos y medio de gloria.
-?Qu¨¦ tal, George?
-Bien, ?y t¨²?
-Muy bien. ?Y t¨², qu¨¦ tal?
-Bien, ?y t¨²?
-Muy bien, ?qu¨¦ tal?
?La de veces que tuvimos que repetirlo para llegar a los siete minutos y medio! En fin, as¨ª es la pol¨ªtica internacional. Gracias a aquellos siete minutos, pudimos profundizar nuestra relaci¨®n hasta alcanzar la
epidermis.
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