Tres medallas de oro y una corona
En la terraza de un bar de la plaza del Duomo, frente a la fachada barroca de la catedral de Siracusa, construida por Andrea Palma, me dediqu¨¦ a poner en pr¨¢ctica el principio de Arqu¨ªmedes: empujaba con el dedo hacia el fondo del whisky el cubito de hielo, que enseguida volv¨ªa a la superficie del vaso con un impulso proporcional al peso del licor que desplazaba. Arqu¨ªmedes naci¨® aqu¨ª mismo, en la calle de al lado. Invent¨® m¨¢quinas de guerra, se sinti¨® capaz de mover el mundo con una palanca, pero no pudo impedir ser degollado por el ej¨¦rcito romano de Marcelo durante el asalto a la ciudad, que lo pill¨® en casa pensando en la esfera y el cilindro. Por suerte para la humanidad, su compromiso no estaba con las armas, sino con la f¨ªsica y la geometr¨ªa. La carrera que dio desnudo por las calles de la ciudad anunciando el principio por el cual sus piernas flotaban dentro de la ba?era, fue la m¨¢s ol¨ªmpica que cabe imaginar. Termin¨® en este exacto lugar donde yo estaba tom¨¢ndome un whisky con hielo, frente a la catedral de Santa Luc¨ªa.
Arqu¨ªmedes, capaz de mover el mundo con una palanca, no pudo impedir ser degollado
Ante todos se realiz¨® el prodigio. La joven Luc¨ªa se convirti¨® en estatua de m¨¢rmol
Dionisio ensalz¨® a Asierques con versos reservados a los campeones ol¨ªmpicos
Ayer, el camarero del bar Eureka se empe?¨® en contarme la historia de esta santa, que era tan convulsa como la de cualquier diosa del Olimpo. La madre de la bella muchacha Luc¨ªa padec¨ªa de un flujo de sangre muy pertinaz y despu¨¦s de visitar sin ¨¦xito a todos los sanadores de Siracusa, su hija, que era cristiana clandestina, le recomend¨® que implorara el remedio a santa Ageda, patrona de Catania, abogada contra los males de mujer. As¨ª lo hizo la madre. Ante sus s¨²plicas, santa Ageda entr¨® en acci¨®n y a la se?ora se le cort¨® la p¨¦rdida que la ten¨ªa con una anemia al borde de la muerte, y para agradecer ese milagro, la madre de Luc¨ªa comenz¨® a repartir sus bienes entre los pobres, no s¨®lo viandas, mantas y vestidos, sino tambi¨¦n joyas y tierras. A su hija esta caridad le parec¨ªa muy bien, e incluso la alentaba, pero el novio con el que Luc¨ªa se iba a casar vio que se estaba quedando sin dote y trat¨® de cortar esta nueva sangr¨ªa de aquella pareja de manirrotas.
Cuando el gal¨¢n lleg¨® a la conclusi¨®n de que no hab¨ªa forma de pararlas, quiso vengarse y, lleno de despecho, pidi¨® audiencia al tirano de Siracusa para delatar a su novia, Luc¨ªa, diciendo que era cristiana. La belleza de la muchacha causaba envidia y tambi¨¦n deseos impuros en algunas gentes de la ciudad, lo mismo bajo la luz del sol cuando iba con el c¨¢ntaro a la fuente de Aretusa como en la penumbra de las catacumbas de san Juan, que eran las antiguas minas de piedra de los griegos, donde se refugiaba para celebrar el culto prohibido a un nazareno junto con ne¨®fitos de su misma fe. El mayor castigo ser¨ªa vulnerar su hermosura.
- ?Se sabe si era virgen? - le pregunt¨¦ al camarero.
- Por supuesto. Era una virgen de primera. En el santoral esa virtud es la que m¨¢s se cotiza. Es como una medalla ol¨ªmpica a la hora de tener puesto en el podio del altar -contest¨®.
- ?No fue sometida a ning¨²n martirio?
- El tirano la conden¨® a morir a hierro, pero antes quiso entregarla a los bajos instintos de los hombres en el prost¨ªbulo de la ciudad -dijo el camarero.
- ?Y santa Ageda de Catania no acudi¨® en su ayuda, ya que hab¨ªa curado el flujo de su madre?
-Naturalmente. Hizo para ella un milagro espectacular.
En la plaza del Duomo, frente al templo de Minerva, se hab¨ªa montado el tinglado del juicio. La joven Luc¨ªa estaba de pie, vestida de blanco, con la cabellera rubia recogida en trenzas sobre su larga nuca, que esta vez no iba a ser segada por el hacha, sino mancillada por el deseo carnal. Cuando el tirano emiti¨® la sentencia de llevarla al prost¨ªbulo, el primero que se prest¨® a arrastrar a la virgen Luc¨ªa fue su novio, mientras otros varones del p¨²blico esperaban su turno relami¨¦ndose como simios muy l¨²bricos. El novio la agarr¨® del brazo y tir¨® de ella, pero no consigui¨® moverla ni un solo paso. Otros hombres libidinosos se prestaron a secundarle. Primero fueron cuatro, luego m¨¢s los que trataban de empujarla hacia el lupanar sin conseguirlo y el grupo de voluntarios fue aumentando hasta llegar a cien. Luc¨ªa permaneci¨® inm¨®vil. Ninguna fuerza de este mundo parec¨ªa capaz de mover sus pies descalzos y ni quisiera la palanca de Arqu¨ªmedes lo hubiera conseguido, hasta ese punto era s¨®lida la santidad de la bella muchacha.
El milagro se realiz¨® frente al templo de Minerva. Viendo ahora que el templo pagano est¨¢ dedicado a santa Luc¨ªa como patrona de Siracusa, cualquiera puede imaginar qui¨¦n gan¨® este desaf¨ªo. ?Por qu¨¦ ni cien hombres pudieron moverla? Ante los ojos de todo el mundo se realiz¨® el prodigio. La joven Luc¨ªa se hab¨ªa convertido en una estatua de m¨¢rmol cuyas ra¨ªces llegaban a alcanzar el fundamento de la ciudad. Fue un gran milagro de santa Ageda, pero yo prefiero considerarlo como una prueba m¨¢s del principio de Arqu¨ªmedes.
El impulso hacia la superficie desde el fondo de los siglos tambi¨¦n lo hab¨ªa experimentado aquella catedral. El principio de Arqu¨ªmedes no s¨®lo se realiza con los l¨ªquidos. Los elementos b¨¢sicos de la vida siempre terminan por salir a flote, sobre todo los cr¨ªmenes perfectos y algunos amores fuertes que se hayan ocultado, las piedras sagradas, las ra¨ªces de los ¨¢rboles junto con todas las pasiones. Esta catedral primero hab¨ªa sido un templo dedicado a la diosa Atenea por el rey Gel¨®n, en el siglo VI antes de Cristo, y, siguiendo el m¨¦todo arqueol¨®gico de la tarta de chocolate, sobre su basamento se levant¨® otro templo en honor a Minerva, cuando esta deidad se puso de moda; luego su f¨¢brica fue aprovechada sucesivamente para el culto cristiano, para mezquita musulmana y finalmente pas¨® por los distintos ¨®rdenes de la arquitectura hasta quedar en catedral barroca. La fachada lateral que da al norte a¨²n conserva en pie las primitivas columnas d¨®ricas del templo pagano con sus metopas y triglifos. Sobre la piedra antigua hab¨ªa flotado la virginidad de aquella bella muchacha de Siracusa, que hoy es su patrona.
En esta plaza del Duomo tambi¨¦n se celebr¨® otro juicio singular, que en este caso fue una prueba de santidad pagana. Siglos antes de que el emperador Teodosio, convertido al cristianismo, suprimiera definitivamente los juegos ol¨ªmpicos, en el a?o 391 de nuestra era, a instancia de un obispo cerril que los consideraba una manifestaci¨®n pagana, hubo un atleta de pies no muy ligeros, llamado Asiarques, que hab¨ªa participado en una conspiraci¨®n contra el tirano Dionisio y ¨¦ste le conden¨® a muerte. La sentencia capital coincidi¨® con la llamada de los heraldos convocando a los juegos ol¨ªmpicos. Asiarques pidi¨® que se aplazara su ejecuci¨®n hasta que ¨¦l regresara a Siracusa coronado con unas ramas de acebuche. Prometi¨® que dejar¨ªa en prenda a un amigo para que fuera ejecutado en su lugar si ¨¦l no volv¨ªa.
-No existe en toda la magna Grecia un amigo as¨ª -dijo el tirano.
-Yo tengo uno. Se llama Pinthias.
El tirano se negaba a creer que hubiera alguien que se prestara a ir a prisi¨®n sustituyendo a un amigo con el riesgo de morir decapitado, por eso, lleno de curiosidad, acept¨® la apuesta, aunque sab¨ªa que si Asiarques regresaba de Olimpia vencedor el pueblo lo aclamar¨ªa y le ser¨ªa muy dif¨ªcil deshacerse de ese enemigo. Sin dudarlo un instante, Pinthias, que era un fil¨®sofo pitag¨®rico, acept¨® unir su destino al de su amigo. Se present¨® a los jueces de Dionisio para sustituir en el cadalso al atleta por quien hab¨ªa apostado. Entre las gentes de Siracusa se estableci¨® la controversia: unos consideraban una locura comprometer la vida por un amigo, otros admiraban semejante haza?a moral, muy superior a ganar una carrera en Olimpia. Pinthias fue hecho prisionero en las caverna llamada la Oreja de Dionisio y el reo Asiarques parti¨® con la condena a muerte colgada de la mente en una trirreme cargada de atletas, poetas y artistas rumbo al Peloponeso. Los juegos duraban siete d¨ªas, a los que hab¨ªa que a?adir los que se invert¨ªan en las dos traves¨ªas por mar.
La caverna llamada la Oreja de Dionisio ten¨ªa una sonoridad misteriosa. La espiral de sus paredes conduc¨ªa cualquier rumor por m¨ªnimo que fuera hacia la altura del ojo cenital que daba al exterior y all¨ª el tirano pod¨ªa enterarse de toda clase de maldiciones, conspiraciones o quejas que susurraran los cautivos. El tirano oy¨® esta oraci¨®n de Pinthias murmurada para su propio coraz¨®n: "Oh, dioses subterr¨¢neos, escuchad esta s¨²plica, en vuestra gran clemencia enviad a mi amigo un auxilio que le lleve a la victoria en Olimpia".
Los dioses no atendieron su petici¨®n, de forma que Asiarques result¨® derrotado en todas las pruebas y al cumplirse el tiempo de regreso a Siracusa vencido, el pueblo volvi¨® a dividir sus opiniones. Unos cre¨ªan que Asiarques se quedar¨ªa fugado en Olimpia para perderse en el bosque sagrado de Altis, otros pensaban que volver¨ªa a Siracusa en la trirreme para arrostrar la muerte. En la ciudad hab¨ªa algunos fil¨®sofos que segu¨ªan la teor¨ªa plat¨®nica y en los debates del ¨¢gora proclamaban que el caso de este atleta derrotado y condenado a muerte era el ejemplo de una dial¨¦ctica entre el honor, la moral, la est¨¦tica y el valor de la vida.
El d¨ªa del cumplimiento de la sentencia coincidi¨® con la llegada a Siracusa de los participantes en el juegos ol¨ªmpicos. La nave iba a atracar a media tarde en el puerto donde se hab¨ªa concentrado parte del p¨²blico para aclamar a los que llegaban vencedores. El resto de los habitantes de la ciudad estaban frente al templo de Minerva rodeando el pat¨ªbulo. Los verdugos ya hab¨ªan sacado al reh¨¦n Pinthias de la caverna, quien ahora se hallaba muy sereno sobre el catafalco esperando su suerte a la hora convenida, mientras la gente enfervorizada cruzaba apuestas letales. La distancia que separa el muelle del puerto y el templo de Minerva a trav¨¦s de diversas callejuelas empinadas pod¨ªa considerarse una prueba ol¨ªmpica, ya que ten¨ªa las medidas exactas de una carrera de obst¨¢culos.
Asierques fue el primero en desembarcar de la nave. Dio un gran salto sobre la borda y con zancadas r¨ªtmicas que desarrollaban en este atleta perdedor una velocidad insospechada recorri¨® en escasos minutos las quinientas yardas que le llevar¨ªan a la muerte. En el instante preciso en que el plazo expiraba lleg¨® Asierques a la plaza, que era la meta suprema de su existencia, y Pinthias contempl¨® a su amigo sonriendo desde lo alto del pat¨ªbulo cuando ya estaba a punto de entrar en su coraz¨®n el pu?al del verdugo. La extraordinaria demostraci¨®n de amistad conmovi¨® a todos los habitantes de Siracusa, pero ?qui¨¦n de los dos amigos hab¨ªa sido m¨¢s audaz en la entrega? Unos dec¨ªan que fue Pinthias al ofrecer su vida a cambio de nada; otros, que fue Asierques al cumplir su palabra de regresar hacia su destino, vencedor o derrotado. De pronto todo el p¨²blico comenz¨® a rugir invocando la victoria como si la plaza fuera la palestra. Los habitantes de Siracusa aclamaban al atleta perdedor considerando que la carrera que acababa de realizar hacia la muerte era la que distingu¨ªa a los verdaderos h¨¦roes. El tirano Dionisio baj¨® del estrado que se hab¨ªa preparado para presenciar la ejecuci¨®n, llam¨® a Asierques al pat¨ªbulo y all¨ª lo coron¨® con una rama de olivo. Ensalz¨® su nombre con los versos que P¨ªndaro reservaba a los campeones ol¨ªmpicos y a continuaci¨®n Asierques fue ejecutado. Luego le reserv¨® un entierro con honor entre olorosas hierbas y coronas de flores, envuelto en suave y delicado lino, seg¨²n se pod¨ªa leer en su estela funeraria.
All¨ª, en la plaza del Duomo, se hab¨ªan ganado tres medallas de oro, que siempre contar¨¢n en el palmar¨¦s de la historia: Arqu¨ªmedes corriendo desnudo detr¨¢s de la f¨ªsica y la geometr¨ªa, la bella Luc¨ªa resistiendo el peso de todos los vicios hasta convertir su carne mortal en m¨¢rmol rosa, el atleta Asierques aceptando la muerte como un destino unido a la amistad . Frente a la fachada barroca de la catedral de Siracusa me dedicaba a jugar a¨²n con el principio de Arqu¨ªmedes. Empujaba hacia el fondo del vaso el hielo del whisky pensando que alg¨²n d¨ªa tambi¨¦n mi coraz¨®n podr¨ªa salir a la superficie de las emociones enterradas y que mi mejor corona de olivo ser¨ªa poder navegarlas con la dulzura de las aguas azules que el mar J¨®nico me promet¨ªa cada ma?ana.
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