La escuela del mundo
Los espectros son los habitantes m¨¢s fecundos cuando hablamos de arte. Para una ¨¦poca como la nuestra, rendida a lo inmediato y que mide s¨®lo con lo tangible, resulta dif¨ªcil de aceptar la vida propia, exuberante incluso, de las sombras y los rastros. Pero lo que llamamos arte apenas podr¨ªa comprenderse sin la estimulante presencia de fantasmas que deambulan, fragmentarios, oblicuos, secretos, por los intersticios de las obras que consideramos reales y palpables. La no escrita es la parte m¨¢s importante de la historia del arte, de manera que ¨²nicamente ahondando en sus cap¨ªtulos subterr¨¢neos acertar¨ªamos a comprender su aut¨¦ntico rumbo.
Este verano, el Museo Albertina de Viena se hace eco de uno de esos cap¨ªtulos en la exposici¨®n Miguel ?ngel y su ¨¦poca, una muestra de dibujos del artista y, a su alrededor, de Leonardo da Vinci, Rafael, Correggio y Giulio Romano, entre otros. Aunque el n¨²mero de dibujos no es excesivo, la calidad, como puede suponerse con tales nombres, es extraordinaria, admirablemente representativa del mejor momento del disegno florentino. Pero, aun as¨ª, lo que se ve no hace justicia a lo que se oye en el fondo invisible de estas l¨¢minas, al rumor que a trav¨¦s de los siglos nos traslada al origen de un episodio ¨²nico en su espectralidad y en sus poderosas consecuencias.
Si pudi¨¦ramos realmente o¨ªr lo que vemos en las salas del museo vien¨¦s, nos remontar¨ªamos a dos batallas estruendosas que, sin embargo, permanecen mudas en los libros precisamente por su car¨¢cter espectral: La batalla de Cascina, que nunca fue pintada por Miguel ?ngel, y La batalla de Anghiari, que nunca fue terminada por Leonardo, ech¨¢ndose a perder muy pronto. Un fantasma frente a otro fantasma, que nos evocan el insuperable espacio concebido para la Sala de los Quinientos del Palazzo Vecchio de Florencia. Jam¨¢s una obra realizada tuvo tanto influjo.
Giorgio Vasari es el cronista excepcional de esta parad¨®jica traves¨ªa. A Leonardo, que hab¨ªa pintado no hac¨ªa mucho la Mona Lisa y ten¨ªa un momento dulce en la contradictoria relaci¨®n con su patria, le encarg¨® el proyecto el gonfalonero de Justicia, Piero Soderini. El tema elegido fue la victoria de las tropas florentinas mandadas por Michele Attendolo sobre los milaneses del duque Filippo Maria Visconti en la batalla de Anghiari de 1440. Fiel a su gusto por la experimentaci¨®n, que tambi¨¦n contribuy¨® al deterioro de La ?ltima Cena, Leonardo quiso colorear la pared al ¨®leo, por lo que, al parecer, prepar¨® una mezcla tan espesa con el prop¨®sito de encolar la pared que la pintura empez¨® a chorrear hasta el punto de obligarle a abandonar la obra. Un non finito m¨¢s en la trayectoria de Leonardo.
Quedan restos del gran cart¨®n preparado por el artista antes del fracasado traslado al fresco. Son dibujos que actualmente se conservan en Venecia, Windsor y Budapest. En ellos podemos apreciar todav¨ªa la huella de las extraordinarias escenas imaginadas por Leonardo y que, a juzgar por el relato biogr¨¢fico de Vasari, causaron una aut¨¦ntica conmoci¨®n en quienes las vieron, sea en el chorreante fresco del Palazzo Vecchio, sea en el cart¨®n preparatorio luego abandonado por el propio pintor. En adelante, la pintura renacentista se enfrentar¨ªa a un modo distinto de tratar el movimiento de las figuras al que Leonardo hab¨ªa exigido, seg¨²n leemos en los apuntes del Tratado de pintura, que fuera la "expresi¨®n externa del alma". A excepci¨®n de escasos dibujos, hace siglos que los guerreros leonardescos ya no tienen espectadores, pero el impacto de esos espectros, gracias al aprendizaje de varias generaciones de artistas, creci¨® sin cesar.
Cuando Leonardo hab¨ªa empezado ya sus experimentos en la gran sala del Consejo Miguel ?ngel finalizaba la aventura del David, que hab¨ªa estado esculpiendo protegido de la curiosidad por una valla que rodeaba el enorme bloque de m¨¢rmol. La estatua fue conducida a la ringhiera del Palazzo Vecchio en un artefacto de madera construido por los hermanos Sangallo el 8 de junio de 1504. Poco despu¨¦s, ahora hace 500 a?os, por tanto, recibi¨® el encargo del mismo gonfalonero Piero Soderini para completar, junto a Leonardo, los frescos de la Sala de los Quinientos. Podemos tener una p¨¢lida idea de la atm¨®sfera que debi¨® respirarse aquel a?o en el Palazzo Vecchio si hacemos caso a la rotunda opini¨®n de Vasari sobre las relaciones entre ambos artistas: "Un enorme desprecio mutuo".
A Miguel ?ngel le correspondi¨® otro triunfo florentino, esta vez frente a los pisanos en la batalla de Cascina, ocurrida en 1364. Como paso previo se encerr¨® en una habitaci¨®n del Hospital de los Tintoreros en San Onofrio para dibujar un enorme cart¨®n sobre el tema. Como ya hab¨ªa sucedido durante el esculpido del David y como luego suceder¨ªa, para exasperaci¨®n del Papa, cuando realizaba el G¨¦nesis de la Capilla Sixtina, Miguel ?ngel impidi¨® el acceso a sus dibujos hasta que pudieran, con posterioridad, pintarse al fresco seg¨²n el encargo del consejo ciudadano.
Pero La batalla de Cascina no pudo asistir a la fulminante destrucci¨®n de La batalla de Anghiari por la sencilla raz¨®n de que Miguel ?ngel, por causas poco claras, no traslad¨® los dibujos a la pared, como hab¨ªa sido acordado. El gran cart¨®n fue depositado en la Sala del Papa del convento de Santa Mar¨ªa Novella y despu¨¦s en el Palacio de los Medici de Via Larga. All¨ª fue abandonado, saqueado y, por fin, troceado para partir hacia distintos destinos europeos. En las Vite Vasari atribuye al pintor Baccio Bandinelli la responsabilidad del despedazamiento. Otro pintor, Rubens, fue con el tiempo propietario de cuatro de los ocho dibujos que ahora se muestran en el Museo Albertina de Viena.
Sin embargo, las repercusiones de esta obra inexistente fueron inmediatas. Si el movimiento de la pintura ya no ser¨ªa el mismo tras La batalla de Anghieri, La batalla de Cascina marcar¨ªa un punto de inflexi¨®n en el tratamiento del cuerpo humano, dotado de una energ¨ªa y una tensi¨®n in¨¦ditas. Miguel ?ngel dibuj¨® a los soldados pisanos ba?¨¢ndose desnudos en el r¨ªo Arno justo en el momento del ataque florentino: un instante privilegiado que favorec¨ªa el estudio anat¨®mico de figuras sometidas a un repentino remolino de sorpresa, desconcierto y lucha inminente. Como en toda la obra de Miguel ?ngel, el cuerpo humano se elevaba como una prioridad absoluta frente al resto de la naturaleza.
Quiz¨¢ el gonfalonero de Justicia Piero Soderini lleg¨® a desesperarse ante el desastroso fin de sus encargos mientras chorreaba la pintura de Leonardo y la de Miguel ?ngel ni siquiera llegaba a las paredes. Pero el poder de estos habitantes espectrales de la historia del arte ya era inevitable. Rafael viaj¨® exclusivamente a Florencia para estudiar y copiar los dibujos de Miguel ?ngel. Con el paso de los a?os se convertir¨ªan en una escuela ¨²nica ante la que desfilar¨ªan los ojos atentos de Andrea del Sarto, Sansovino, Berruguete, Pontormo o Rubens. Benvenutto Cellini cincel¨® el adjetivo m¨¢s rotundo: eran, dijo, "la escuela del mundo".
Rafael Argullol es escritor y fil¨®sofo.
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