La emoci¨®n del fracaso
Aunque trate de disimularse, hace tiempo que los Juegos Ol¨ªmpicos en cuanto tales, no interesan pr¨¢cticamente a nadie. Concretamente, desde Barcelona 92 lo importante del acontecimiento ol¨ªmpico ha dejado de ser el contenido deportivo para pasar a centrarse en el contenedor: administrativo, urban¨ªstico, arquitect¨®nico, policial, medi¨¢tico.
Sin excepciones, tras 1992, todas las Olimpiadas han venido siendo juzgadas menos por los c¨®mputos logrados en las piscinas, en las pistas o en las barras, que en los despachos, los bancos y las pantallas. Como las Exposiciones Universales del siglo XIX falsamente prorrogadas hasta nuestros d¨ªas, los JJOO se han revelado ceremoniales de otra ¨¦poca y carecen de valor interior. De hecho las anotaciones de Atenas 2004 apenas alcanzan relevancia alguna porque, en efecto, el deporte trasnacional, como el comercio internacional, han dejado de impresionar en s¨ª y s¨®lo cuentan como espect¨¢culos.
Ciertamente los campeones ol¨ªmpicos consiguen tiempos y resistencias in¨¦ditas pero ?qui¨¦n puede todav¨ªa interesarse por las pobres prestaciones f¨ªsicas de la especie? El verdadero suceso se encuentra en otra parte: en las instalaciones aparatosas o fant¨¢sticas, en las desbordantes reformas urbanas, en los dise?os o materiales que visten los deportistas, en las novedades tecnol¨®gicas de las transmisiones o en la misma org¨ªa de la corrupci¨®n.
Ni el coraz¨®n patri¨®tico, confundido ahora con el alistamiento de ex¨®ticos extranjeros nacionalizados que farfullan nuestra lengua, ni la consecuci¨®n de una marca, son capaces de ofrecer un aceptable nivel de emoci¨®n. Siendo justos, lo m¨¢s atractivo de estos JJOO proviene ahora de su n¨²cleo m¨¢s anacr¨®nico. O bien: su m¨¢ximo valor procede de su supremo disvalor. Un record m¨¢s no revelar¨¢ nada demasiado sensacional pero la derrota de un atleta por una mil¨¦sima, tras mil d¨ªas de preparaci¨®n, da lugar a un perfecto reality show.
Lo peculiar de Atenas 2004 consiste pues en que, a diferencia de la vulgar cultura vigente que aclama el ¨¦xito s¨²bito tras el esfuerzo m¨ªnimo, esos Juegos llegan a difundir el fracaso s¨²bito tras el esfuerzo m¨¢ximo. Al final de cada prueba emerge un obvio campe¨®n pero, a la vez, a su espalda, una intrigante comunidad de desesperados que pugnaron durante a?os por la ¨ªnfima opci¨®n de vencer. Pocas cosas m¨¢s populares que el deporte de masas pero, a la vez, no hay elitismo m¨¢s exquisito que el de estos atletas anulados en la nataci¨®n fallida por un solo mil¨ªmetro de menos o eliminados por un soplo de velocidad. Una abstracci¨®n lleva a la otra y si los Juegos Ol¨ªmpicos siguen justific¨¢ndose ser¨¢, sin duda, por la potencia de subversi¨®n que conlleva la visi¨®n del esfuerzo colosal sin recompensa alguna, la denodada repetici¨®n de la tarea sin soluci¨®n bastante, el pundonor ilimitado sin el menor reconocimiento del comercio o del honor.
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