La escena del crimen
Publicada el pasado mes de junio en las p¨¢ginas de Cultura para ilustrar una noticia sobre el museo Jeu de Paume de Par¨ªs, esta foto de Guy Bourdin (1928-1991) fue la sorpresa gr¨¢fica del d¨ªa. Una vez le¨ªdo el peri¨®dico, volv¨ª a buscar la p¨¢gina en la que la hab¨ªa visto con la sensaci¨®n de regresar a la escena del crimen. ?Pero cu¨¢l era el crimen? A¨²n hoy no lo s¨¦, pero s¨ª s¨¦ que al frecuentar esta imagen, como al releer una novela de Simenon, penetraba en una atm¨®sfera moral distinta a la de la vida cotidiana. Un d¨ªa, hace a?os, iba por la calle a la hora de la siesta, cuando al pasar junto a un portal escuch¨¦ algo que me llam¨® la atenci¨®n. Hac¨ªa un calor insufrible y la luz del sol resultaba cegadora. El portal, sin embargo, era oscuro y fresco. Entr¨¦ en ¨¦l, llam¨¦ al ascensor como si me dirigiera a alg¨²n piso, y mientras fing¨ªa esperar distingu¨ª entre las sombras a una mujer que acunaba un cochecito de beb¨¦ vac¨ªo mientras cantaba una nana que daba miedo o¨ªr. Cuando la mirada de la mujer y la m¨ªa se cruzaron, no pude continuar disimulando y regres¨¦ a la calle a paso r¨¢pido. La escena no hab¨ªa durado m¨¢s de un minuto, pero yo hab¨ªa quedado atrapado dentro de aquella burbuja de anormalidad de la que no conseguir¨ªa salir el resto del d¨ªa, quiz¨¢ el resto de mi vida.
Tal vez contin¨²o tambi¨¦n dentro del escaparate de la foto, a este lado, donde no se me ve. Soy uno de los maniqu¨ªes que el fot¨®grafo no ha sacado porque no conven¨ªa a su encuadre. Vivo ah¨ª, desnudo, junto a esas mujeres desnudas de largos brazos y labios abultados cuyas manos se prolongan en unos dedos capaces de llegar al alma sin rasgar la piel. Vivimos ah¨ª ellas y yo, en un mundo que tiene la elegancia antigua del blanco y el negro, pero somos m¨¢s reales que las dos mujeres de verdad que pasan por delante del escaparate y que parecen presas de una rigidez acartonada que contrasta con nuestra severa flexibilidad. Sus manos son peque?as, mezquinas, casi cuesta encontrarles los dedos, y se ocultan tras las gafas de sol porque su mirada carece de la viveza de la nuestra. Frente al macrocosmos del exterior, elegimos el microcosmos sin alma del lado de ac¨¢, donde la sombra es fresca y la luz goza de matices que no existen afuera.
La extra?eza que nos produc¨ªa esta foto de Bourdin, y que nos hac¨ªa regresar una y otra vez a la p¨¢gina donde se hab¨ªa publicado como se regresa a la escena del crimen, es del mismo tipo que la que nos produce una buena p¨¢gina de literatura policiaca. En las buenas novelas de este g¨¦nero, el asesino siempre es el lector. Las leemos porque queremos saber de d¨®nde nace nuestro impulso criminal, porque queremos saborear, siquiera por delegaci¨®n, el placer de matar a otro cuyo mecanismo existencial es id¨¦ntico al nuestro. Queremos saber qu¨¦ rayos pasa por nuestra cabeza antes de asfixiar, de disparar, de empujar a alguien a las v¨ªas del tren. Queremos saber tambi¨¦n c¨®mo se vive con eso dentro. Y miramos a los maniqu¨ªes de los escaparates para comprobar lo bellos que ¨¦ramos antes de que Dios nos insuflara el alma. ?ramos tan bellos como estas mujeres de madera ajenas al movimiento de la calle. Esta fotograf¨ªa de Bourdin fue realizada para el calendario Vogue de julio de 1985. Parece una novela.
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