28-12-2003
Un d¨ªa algo gris, con nubes feas, como si lo hubi¨¦semos fotografiado con el dedo en la lente, y yo sentado aqu¨ª, comenzando esta cr¨®nica. Ahora hay un hilo de luz, tiemblan las hierbas del balc¨®n. Ventanas vac¨ªas, sombras geom¨¦tricas en las casas. Ropa colgada. Las personas viven as¨ª. ?Por qu¨¦ viven as¨ª? Todo tan quieto, una vieja sube una persiana, da la impresi¨®n de que me mira sin verme, desaparece en el interior de la casa. Viven as¨ª, encajan, en el asiento trasero, sillitas para sus hijos: no parecen alegres. Est¨¢n de vuelta por la noche, los alzan de las sillitas con muy poca paciencia. Un muchacho pasea a un perro, se detiene frente a un escaparate, rasc¨¢ndose. El perro aprovecha para rascarse tambi¨¦n, se rascan de la misma manera, uno y otro, deben de haber discutido entre ellos sobre c¨®mo se hace, comparando t¨¦cnicas, hasta llegar a una conclusi¨®n
Al referirse a ella dec¨ªa -Esa puta y mostraba los dientes con expresi¨®n de odio
-Es as¨ª
y una vez que se ha rascado el muchacho enciende un cigarrillo. Para mi sorpresa el perro no fuma, interesado en un neum¨¢tico al que el muchacho no presta atenci¨®n. No lo huele solamente: lo rodea, lo pondera, se demora pensando, da la impresi¨®n de que hay muchos neum¨¢ticos importantes en su pasado. El muchacho abandona el escaparate y mira el cielo con expresi¨®n de duda: ?llover¨¢, no llover¨¢? Lleva zapatillas y una gorra. Hace quince o diecis¨¦is a?os, a lo sumo, lo sentaban en una sillita en el asiento trasero. La sillita debe de estar todav¨ªa al fondo del garaje donde se acumulan cajas, una bicicleta oxidada, trastos viejos. La sombrilla de la playa, descolorida, con una de las varillas suelta. Las hierbas del balc¨®n, que nadie ha sembrado, siguen temblando. Casi todos los perros tienen un aire de preocupaci¨®n, parece que no han logrado resolver el problema de las damas
(las blancas juegan y ganan)
del peri¨®dico: all¨ª van ellos, a trav¨¦s de los d¨ªas, con su disgusto. La vieja de la persiana aparece con una plancha en la mano. Conoc¨ª en el hospital, hace mucho tiempo, a un hombre que mat¨® a su mujer con un plancha parecida. Cre¨ªa que ella se acostaba con otros. El hombre era un polic¨ªa jubilado. Medio inv¨¢lido, la mujer medio inv¨¢lida tambi¨¦n. Al referirse a ella dec¨ªa
-Esa puta
y mostraba los dientes con expresi¨®n de odio. No sab¨ªa el d¨ªa de la semana, no sab¨ªa d¨®nde estaba. Sab¨ªa que su mujer era
-Esa puta
y no le hac¨ªa falta ninguna noci¨®n m¨¢s. No le impusieron ninguna condena: la diabetes lo conden¨® a una trombosis y el tipo comenz¨® a tener dos mitades diferentes que no se ajustaban bien, un ojito medio vivo, un ojo apagado. Despu¨¦s se apag¨® tambi¨¦n el ojito medio vivo y la cama qued¨® vac¨ªa. Cuando me apague yo, no me pong¨¢is ninguna estilogr¨¢fica en el bolsillo, no me hace falta: escribir¨¦ con el dedo.
Ventanas vac¨ªas, sombras geom¨¦tricas en las casas, antenas parab¨®licas. El jefe de la Pide en Gago Coutinho, Angola, radioaficionado, ten¨ªa una. Aleccionaba a los prisioneros meti¨¦ndoles la picana el¨¦ctrica en las partes naturales, que era su forma de convencer a las personas de que ten¨ªa raz¨®n. La esposa, una espa?ola, se divert¨ªa colaborando en estos raciocinios. El muchacho del perro desapareci¨® rasc¨¢ndose, el neum¨¢tico sigue all¨ª. ?Qu¨¦ habr¨¢ de especial en esa rueda, seg¨²n los criterios del animal? Todo tan quieto. Un palacete a la derecha, con una palmera, gr¨²as a lo lejos. ?Por qu¨¦ se vive as¨ª? El polic¨ªa esper¨® en la cocina a que su mujer volviese de las compras, las pobres cosas de la bolsa se desparramaron por el suelo. El jefe de la Pide, gordo, me invitaba a cenar. Me trataba de se?or oficial, alardeaba de las sutilezas culinarias de su esposa, que no era gorda como ¨¦l, era delgaducha, con una boca sin labios. El ¨²nico momento en que me habl¨® del general Franco se santigu¨® llevada por la devoci¨®n y se bes¨® el pulgar. Una se?ora respetuosa, creyente. ?Qu¨¦ tendr¨ªa que ver Dios con el pulgar? Menos nubes feas ahora, la gr¨²a comenz¨® a moverse, pero en realidad estoy pensando en la tierra color ladrillo de ?frica. El enfermero negro en su casa con columnas. Se?or Jonat?o. Noches sin fin, con el motor a gas¨®leo de la electricidad en funcionamiento. Y mi compadre Ant¨®nio Mi¨²do Catolo ri¨¦ndose en un talud. Sus dientes blanqu¨ªsimos. Eu¨¢, se?ora de las posibilidades, danos aguardiente de palma, que no moriremos nunca.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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