Durmiendo con tu enemigo
Conocemos al hombre con el que nos acostamos? No, amigas m¨ªas. Creemos que lo conocemos. Hagan la prueba: obs¨¦rvenlo mientras duerme, ?qu¨¦ hay en ese cerebro? Muchas cosas que se nos escapan. ?Sue?a con nosotras, como nos asegura a la ma?ana siguiente en el desayuno cuando, con cierta ansiedad, le interrogamos? ?Es tal vez esa erecci¨®n que emerge poderosa en mitad del sue?o una consecuencia del llamado cient¨ªficamente "reflejo prost¨¢tico" o ¨¦se fue un t¨¦rmino que acu?¨® un ur¨®logo para justificarse ante su se?ora, que observaba inquieta los cambios producidos en el cuerpo de su esposo a las horas m¨¢s inopinadas, las seis, las siete de la ma?ana, horas en las que las criaturas no tienen el cuerpo para nada, y sin embargo aquel ur¨®logo ten¨ªa unas erecciones de padre y muy se?or m¨ªo? Nunca lo sabremos, amigas, la medicina, como todo, est¨¢ en manos de los hombres. Yo conf¨ªo en que las ur¨®logas den algo de luz a tan controvertido asunto. Pero no era de erecciones de lo yo quer¨ªa hablar. No s¨®lo por el sexo se conoce a un hombre, tambi¨¦n est¨¢n otras partes de su car¨¢cter. No tan importantes, pero s¨ª significativas. Perd¨®nenme si por una vez relato un asunto personal pero creo que las lectoras pueden sentirse identificadas. Yo cre¨ªa conocer a mi santo cuando le dec¨ªa a Evelio, ante el af¨¢n de ¨¦ste de comprarnos la casa para hacer un Caprabo, que mi santo no vender¨ªa su retiro espiritual ni por todo el oro del mundo. Evelio me dec¨ªa que todo el mundo tiene un precio y yo le dec¨ªa a Evelio que mi santo no. Que mi santo era de esos hombres ¨ªntegros, de los que no aceptan dinero que pueda mancharle las manos ni regalos de los que pueda avergonzarse. Y conste que yo no lo dec¨ªa como una virtud, porque a cuenta de esta moralina fatal mi santo y yo nos hemos perdido m¨¢s de un negociete suculento que ha ca¨ªdo en manos de otro (escritor). Yo soy m¨¢s pr¨¢ctica, lo reconozco. El caso es que Evelio se present¨® en mi casa ayer a la hora de la siesta. En las ciudades, donde reina la incomunicaci¨®n, las visitas avisan con veinte d¨ªas antes de presentarse, y en los pueblos, donde la gente es tan entra?able, las visitas se presentan cuando les sale a las visitas de los huevos. Yo me qued¨¦ en el jard¨ªn porque no quer¨ªa asistir a ese duelo de titanes y para que mi santo no pensara que exist¨ªa cierta connivencia entre Evelio y yo para liquidar la ya m¨ªtica casa del pueblo. Tanto tiempo pas¨¦ esperando que me qued¨¦ dormida debajo de la higuera donde se tir¨® el pedo Valentina. Cuando me despert¨¦, Evelio estaba all¨ª. Me dijo: "Ha aceptado. Le he hecho una propuesta que no ha podido rechazar". Pens¨¦ que era un sue?o en el que sal¨ªa Evelio citando una frase de El Padrino, pero no, era el Evelio real, y no es que Evelio quisiera imitar a Don Corleone, es que Evelio es as¨ª de chulo de natural. Busqu¨¦ a mi santo y lo encontr¨¦ en el garaje, ten¨ªa en sus manos la mochila de fumigaci¨®n. ?Qu¨¦ has hecho?, le dije. Y ¨¦l dijo: "Ya no la voy a necesitar ?Cu¨¢nto crees que me dar¨¢n por esto?". Y su sonrisa era extra?a. Me record¨® a Mario Conde. En su ¨¦poca.
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