La soledad de Marion Jones
La cuestionada norteamericana se clasifica para la final con profesionalidad, pero sin entusiasmo
Marion Jones tiene la mirada triste y el aire resignado de una mujer que se siente sola. Se clasific¨® para la final de longitud con profesionalidad, pero sin entusiasmo. Atr¨¢s han quedado los a?os de fama, t¨ªtulos y alegr¨ªa, cuando brillaba como pocas atletas lo han hecho. Era r¨¢pida y optimista. Transmit¨ªa buenas vibraciones a los aficionados. Los periodistas la persegu¨ªan porque no hab¨ªa estrella m¨¢s grande. Hace cuatro a?os, en Sidney, no encontraba rivales en la pista y las portadas. Ahora quieren convertirla en una apestada. Los mismos periodistas que se peleaban por entrar en su c¨ªrculo de favoritos la dedican terribles columnas. Son los mismos que la declaraban ejemplar porque, sin duda, era una velocista limpia de sospechas. Son los mismos que la atacan sin piedad tras el caso Balco.
El mundo de Jones es un escenario de traiciones. Su ex marido, C. J. Hunter, la delat¨® como consumidora de toda clase de sustancias posibles. Su ex entrenador, Trevor Graham, envi¨® al laboratorio de la Agencia Antidopaje de Estados Unidos la jeringuilla que conten¨ªa restos de THG, el indetectable anabolizante de dise?o que se consum¨ªa en dosis masivas por varios de los atletas m¨¢s conocidos del pa¨ªs. Todas las revelaciones condenaban a Jones. Sin embargo, nunca ha dado positivo. Y, en su caso, la presunci¨®n de inocencia no existe. Los periodistas la atacan con sa?a. Los directores de las grandes reuniones de verano rechazan su presencia con un cinismo intolerable -los grandes m¨ªtines est¨¢n llenos de atletas con un largo historial de dopaje. El atletismo pretende convertirla en una apestada.
La soledad y la tristeza de Jones se advierten inmediatamente. Ha perdido la chispa de felicidad que le caracterizaba. Su mundo se ha reducido a ella y su entrenador, Don Pfaff, un canadiense que se hizo popular como director del equipo de atletismo de la Universidad Estatal de Luisiana. En Atenas, s¨®lo saltar¨¢ longitud. No logr¨® clasificarse en los trials estadounidenses para los 100 y los 200 metros. Casi mejor que no lo hiciera. No escuch¨® una sola palabra de ¨¢nimo. Sus reproches a los periodistas, a los mismos que le bailaban el agua meses atr¨¢s, provocaron el rechazo virulento del gremio. Se clasific¨® para la longitud y no concedi¨® una entrevista. Desde entonces, silencio y especulaciones. Aunque los responsables del equipo consideran la posibilidad de incluirla en los relevos de 4x100 metros, la opini¨®n p¨²blica est¨¢ en contra. No cuesta nada arremeter contra Jones. Est¨¢ sola.
Hab¨ªa que verla en la pista, durante la ronda de clasificaci¨®n para la final de longitud. Ni un gesto de alegr¨ªa. Nada. Alrededor, la expectaci¨®n del morbo. Alg¨²n silbido y poco m¨¢s. Cabizbaja, Jones se movi¨® entre las dem¨¢s sin ganas de hablar con nadie. O nadie quiere hablar con ella. Nadie presume su inocencia, pero Jones la proclama por todas partes. Nunca ha dado positivo, al contrario que su ex marido. Es curioso que ella sea criticada y su anterior entrenador, Graham, tenga el status de una celebridad tras la victoria de Justin Gatlin, uno de los velocistas de su cuadra, en la final de los 100 metros.
Jones actu¨® en la pista bajo una presi¨®n enorme. Fall¨® en su primer intento. Pis¨® de lleno la plastilina. Necesitaba saltar m¨¢s de 6,65 metros. Nunca ha sido una saltadora fiable. A alguna gran marca han sucedido saltos infantiles. En Atenas se ha apreciado una mejora. En su segundo salto se qued¨® a 20 cent¨ªmetros de la plastilina, pero vol¨® hasta los 6,70. Clasificada. Un asomo de sonrisa apareci¨® en su cara. Luego, ante los periodistas, se limit¨® a decir: "He vuelto".
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