Fantasma de mi coraz¨®n
Las actrices que a lo largo de la vida uno llega a adorar me recuerdan siempre los versos de mi infaltable Rub¨¦n Dar¨ªo en los que clama, extraviado en los desiertos del alma: pretextos de mis rimas, fantasmas de mi coraz¨®n, evocando a las mujeres apenas entrevistas y perdidas para siempre. Pero de todas maneras, despu¨¦s de mucha b¨²squeda, se elige por fin a uno de esos fantasmas que habr¨¢ de reinar entre las brumas del deseo, la fascinaci¨®n y la memoria. El fantasma de mi coraz¨®n es Meryl Streep.
A los doce a?os, porque me hab¨ªa convertido en proyeccionista del cine al aire libre que mi t¨ªo ?ngel Mercado ten¨ªa en mi pueblo natal de Masatepe, mi templo de los fantasmas era aquella caseta de tablas que surg¨ªa de la cumbrera de la vieja casa de adobes, como un palomar, desde la que vigilaba la proyecci¨®n a trav¨¦s de las ventanillas que daban al corral donde el p¨²blico se congregaba, y que se cerraban con postigos movibles clavados a un fiel para que el haz de luz de un aparato no estorbara al que lo repon¨ªa.
La suma de imperfecciones menores es la que dice al coraz¨®n que ese fantasma de labios exang¨¹es es adorable, y el aura del pecado que la envuelve hace lo dem¨¢s
Viejos fantasmas sin reposo. Fantasmas como diosas. Ten¨ªan en la pantalla una belleza tan perfecta que resultaba aterradora, Rita Hayworth la m¨¢s perfecta de todas, y por eso nunca dej¨¦ de tener compasi¨®n por aquella June Allyson con cara de eterna colegiala del mont¨®n. Hab¨ªa otras a las que pod¨ªa perdon¨¢rseles no ser tan bellas, Judy Garland que se adornaba con el fasto de los escenarios henchidos de colores en que cantaba, altares de Hollywood para diosas menores. Y estaba Joan Crawford, que ten¨ªa una boca demasiado grande, pero una majestad a¨²n m¨¢s grande, y Bette Davis, de ojos demasiado saltones, que pod¨ªan quedarse habitando en el olimpo, aunque no llevaran al v¨¦rtigo.
Muchos a?os m¨¢s tarde, y mucho cine de por medio, fue que hall¨¦ en mi camino a Meryl Streep. Entr¨® en mi coraz¨®n sin tener tampoco una belleza aterradora. Y como suele suceder con los amores lun¨¢ticos, yo sab¨ªa que estaba desde siempre all¨ª, esperando por su trono, cuando la vi asomarse detr¨¢s de Robert de Niro en El cazador, y luego en las disputas matrimoniales de Kramer contra Kramer al lado de Dustin Hoffman, su primer Oscar. Pero el rayo vino a m¨ª en La mujer del teniente franc¨¦s, con un melanc¨®lico deslumbre.
Ella era Sara, la protagonista ind¨®cil, alej¨¢ndose como una llama oscura por la pasarela de aquel muelle que se adentraba en un mar de bruma, y luego se volv¨ªa a mirarte envuelta en su capa. Todo estaba en aquella mirada transgresora, la amante que se hab¨ªa atrevido a amenazar un compromiso matrimonial sellado bajo las reglas del riguroso orden familiar victoriano.
No era Meryl Streep como la Sara que yo imaginaba cuando a?os atr¨¢s le¨ª la novela de John Fowles, y es que uno imagina siempre a las amantes clandestinas, o a las ad¨²lteras de las novelas, como due?as de una belleza que en s¨ª misma ya es un pecado. Encarnadas, o descarnadas en el cine, fantasmas de papel que se convierten en temblorosos fantasmas de celuloide. Greta Garbo como Ana Karenina, Jennifer Jones como Madame Bovary, suicidas que vivieron conmigo en la caseta de proyecci¨®n.
Cuando en esa escena del muelle Sara vuelve la cabeza cubierta con la caperuza, lo atractivo de Meryl Streep pugna por abrirse paso en un rostro que al s¨²bdito alerta, sentado en la butaca al amparo de la oscuridad, le resulta alejado de las proporciones de la perfecci¨®n, quiz¨¢s algo largo, las mejillas levemente hundidas, tal vez prominente la barbilla. Demasiado alta de talla, a lo mejor, un tanto desgarbada. Pero la suma de esas imperfecciones menores es la que dice al coraz¨®n que ese fantasma de labios exang¨¹es es de todos modos adorable, y el aura del pecado que la envuelve hace lo dem¨¢s.
Una actriz tan vers¨¢til como ella, due?a de m¨¢s de cincuenta pel¨ªculas, y de talento tan deslumbrante como para ser comparada con Katharine Hepburn, puede seducirte de no pocas maneras. Aclamada por fingir los acentos de cualquier idioma, como el de la refugiada polaca Sophie Zatkowska en La decisi¨®n de Sophie, o el de la escritora danesa Isak Dinesen en Memorias de ?frica, tambi¨¦n es capaz de transmutarse en la vagabunda alcoh¨®lica de Tallo de hierro junto a Jack Nicholson.
Pero no se transmuta en nadie a la hora de mostrar su sencillez. Despojada de los afeites de la impostura, su sencillez est¨¢ en la esencia de su seducci¨®n. Porque a¨²n seduce cuando se la ve comparecer delante de James Lipton en el programa de entrevistas Inside the Actor Studio, empezando por la manera en que aparece con la taza de caf¨¦ humeante en la mano, y con el mejor candor dice a manera de saludo: "Traje caf¨¦". Parece ser siempre la camarera que un d¨ªa fue en el Hotel Somerset de Somerville, en Nueva Jersey, el Estado donde naci¨®.
Cuando es Sophie, el personaje desdichado de La decisi¨®n de Sophie, que arrastra desde el campo de concentraci¨®n de Auschwitz las cadenas de su pasado de horrores no resueltos, se convierte de verdad en reina atormentada de ese tr¨ªo amoroso rondado por la locura, y otra vez por la tragedia, Sophie entre Nathan el perturbado y Stingo el adolescente, Meryl Streep entre Kevin Kline y Peter MacNicol, un tr¨ªo tal como William Styron debi¨® haberlo imaginado en aquel verano de incendio en Brooklyn.
Y es, como deb¨ªa ser, la baronesa Blixen-Finecke de Memorias de ?frica, reina de corazones tambi¨¦n frente al azar, esposa ad¨²ltera que igual que Madame Bovary renuncia al tedio y elige el esp¨ªritu de la libertad como una forma de rebeli¨®n, otro tri¨¢ngulo que va a desembocar ahora en tragedia, ella entre Klaus Maria-Brandauer y Robert Redford, un tr¨ªo tal como Isak Dinesen, la autora del libro, debi¨® haberlo ella misma vivido.
Pero es tambi¨¦n la mujer que atrapada en la quietud dom¨¦stica escucha un d¨ªa que el destino toca a su puerta, el destino en forma de una simple promesa de felicidad que implica, sin embargo, la transgresi¨®n. Y de baronesa que tiene en sus manos las riendas de una hacienda en Uganda, y deja ¨ªrsele de las manos las riendas del destino, se convierte en Molly, la esposa com¨²n y corriente de Enamorarse. La perfecta casada que mientras compra regalos de Navidad encuentra por azar a Frank, que luego ser¨¢ su amante, un casado tambi¨¦n com¨²n y corriente, Frank y Molly, Robert de Niro y Meryl Streep, una pareja clandestina inadvertida que juega con las casualidades, tal como O'Henry la hubiera imaginado en uno de sus cuentos.
Y mejor a¨²n para el adorador, que tambi¨¦n ha visto pasar los a?os sentado en su butaca, la metamorfosis de la elegida de su coraz¨®n en Francesa Jonson, la mujer madura de Los puentes de Madison, esa ama de casa perdida en la soledad rural que entra de manera inesperada en el adulterio, ella y ese Robert Kincaid, fot¨®grafo de puentes, encarnado por ese admirable Clint Eastwood que ha envejecido tanto, y tan bien, desde sus d¨ªas de p¨®lvora en el Lejano Oeste, una pareja como seguramente el novelista Robert James Waller la concibi¨®, la pareja salvada del olvido, que es como ser salvado de la muerte, por aquel amor oto?al.
Y el adorador se levanta de la butaca, y sabe que el fantasma de su coraz¨®n, convocado en la pantalla, ya nunca ser¨¢ tocado por el olvido.
Dos 'oscars'
Meryl Streep debut¨® en el cine con Julia
(1977), de Fred Zinnemann, una pel¨ªcula centrada en la lucha antifascista en la Alemania de los a?os treinta. Su ascenso al estrellato fue mete¨®rico. En 1978 obtuvo la primera de sus 13 nominaciones al Oscar por
El cazador,
y s¨®lo un a?o despu¨¦s consigui¨® su primera estatuilla por
Kramer contra Kramer
. Streep volvi¨® a ganar el galard¨®n con
La decisi¨®n de Sophie (1982) y vivi¨® la d¨¦cada de los ochenta entre las alabanzas que le valieron sus interpretaciones en filmes como Memorias de ?frica,
de Sidney Pollack;
Tallo de hierro
(1987), con Jack Nicholson, o
Un grito en la oscuridad
(1988). Tras participar en varias pel¨ªculas de poco ¨¦xito, como
La muerte os sienta tan bien
(1992) o
La casa de los esp¨ªritus
(1993), la carrera de Streep volvi¨® a repuntar con
Los puentes de Madison
(1995), de Clint Eastwood;
La habitaci¨®n de Marvin
(1996) y
Adaptation (El ladr¨®n de orqu¨ªdeas),
de 2002.
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