ETA, a 10 a?os del alto el fuego del IRA
El 31 de agosto de l994, hace hoy una d¨¦cada, el IRA, la organizaci¨®n terrorista m¨¢s activa en Europa desde finales de los sesenta, anunciaba un hist¨®rico "cese completo de las actividades militares". En el aniversario de tan importante decisi¨®n, resultan pertinentes algunas reflexiones sobre el final del terrorismo en Irlanda del Norte. ?Cu¨¢les han sido las causas de semejante cambio estrat¨¦gico? ?Ha sido la negociaci¨®n pol¨ªtica el desencadenante de este nuevo escenario? ?Ha conseguido el IRA sus ambiciones a trav¨¦s del terrorismo? Las respuestas a estos interrogantes ofrecen relevantes lecciones para un fen¨®meno terrorista como el de ETA, cuya esperanzadora decadencia todav¨ªa no se ha traducido en su completa desaparici¨®n. El motivo radica en que la experiencia del IRA nos muestra c¨®mo un grupo terrorista etnonacionalista es capaz de abandonar la violencia a pesar de no haber conseguido sus objetivos, siendo esta decisi¨®n consecuencia del fracaso y de la debilidad de la organizaci¨®n, provocada por la eficacia de distintas medidas antiterroristas, y no de la satisfacci¨®n de importantes concesiones a quienes han perpetrado el terrorismo. Por tanto, y al contrario de lo que opinan algunos observadores en nuestro pa¨ªs, la derrota del terrorismo ha sido la condici¨®n necesaria para que comenzara a abrirse el camino de la pacificaci¨®n. Conviene resaltarlo, ya que amplios sectores del nacionalismo vasco manifiestan que el final de ETA s¨®lo vendr¨¢ tras el reconocimiento de importantes aspiraciones nacionalistas que satisfagan al grupo terrorista a pesar de no suponer la total materializaci¨®n de sus objetivos. Esta interpretaci¨®n, que compone la esencia del denominado plan Ibarretxe, ignora que las organizaciones terroristas acostumbran a identificar las concesiones que se derivan de su violencia como una confirmaci¨®n de la eficacia del terrorismo incentivando por ello su persistencia. De ah¨ª que el cese de la violencia del IRA se produjera sin contraprestaciones pol¨ªticas de magnitud en un contexto de seria debilidad del grupo terrorista que, tras interiorizar y asumir su ineficacia, opt¨® por abandonar la t¨¢ctica que predominantemente utiliz¨® durante a?os.
Es interesante comprobar que el debilitamiento de ETA es incluso mayor que el del IRA cuando el grupo irland¨¦s concluy¨® su violencia. En esas condiciones se aprecian respuestas muy diferentes por parte de los actores involucrados en el proceso que debe desembocar en el final del terrorismo. Por un lado se observa que tanto el nacionalismo democr¨¢tico en el norte como en el sur de Irlanda evitaron radicalizar sus reivindicaciones a modo de est¨ªmulo para el grupo terrorista, actor que s¨ª vari¨® sustancialmente su actitud relegando el absolutismo ideol¨®gico que le gui¨® hasta entonces. Contr¨¢stese, por ejemplo, la posici¨®n del primer ministro irland¨¦s, Bertie Ahern, descartando en 2002 la participaci¨®n del Sinn F¨¦in en el Gobierno de la naci¨®n mientras el IRA exista, con las alianzas que desde el nacionalismo vasco se prometen a los representantes pol¨ªticos de ETA en un supuesto escenario de "ausencia de violencia". Un a?o antes el nacionalismo en el norte de Irlanda rechaz¨® un pacto electoral propuesto por el Sinn F¨¦in argumentando que ello profundizar¨ªa las divisiones entre las comunidades norirlandesas. Comp¨¢rese c¨®mo mientras Gerry Adams aceptaba que en el sur de Irlanda "el Sinn F¨¦in es tratado como un paria por los l¨ªderes de todos los dem¨¢s partidos pol¨ªticos", en cambio el nacionalismo democr¨¢tico en el Pa¨ªs Vasco propugna que el resto de las formaciones acomoden sus agendas a ciertos intereses nacionalistas con el pretexto de que as¨ª se incentivar¨¢ a los terroristas a detener su campa?a. Patxo Unzueta sintetizaba los peligros de esta estrategia: "Desde Lizarra, el mensaje es que en cuanto el Gobierno reconozca la autodeterminaci¨®n, ETA pliega, y que, por ello, es urgente un acuerdo para superar el marco auton¨®mico en un sentido soberanista; es decir, que los no nacionalistas avalen en una mesa de di¨¢logo unos cambios que acerquen el nacionalismo a su programa m¨¢ximo. Eso s¨ª que es desplegar una estrategia de inter¨¦s particular aprovechando el terrorismo. Si ETA pliega, bien, y si no, queda el consuelo de los avances en la construcci¨®n nacional, porque nadie va a sugerir devolver lo conquistado" (EL PA?S, 7 de junio de 2001).
Sin embargo, el ejemplo del IRA nos demuestra que una organizaci¨®n terrorista etnonacionalista puede concluir su violencia sin haber logrado sus aspiraciones, entre ellas la ansiada autodeterminaci¨®n. La propia ETA lo apreciaba en un Zutabe de 2001 en el que los terroristas vascos evaluaban del siguiente modo el Acuerdo de Viernes Santo aceptado por el IRA y el Sinn F¨¦in en 1998: "Al pueblo irland¨¦s en su totalidad se le niega el derecho de autodeterminaci¨®n, y por otro lado, el gobierno de los 26 condados [de la Rep¨²blica de Irlanda] deber¨¢ cambiar su constituci¨®n, renunciando a 6 condados [los de Irlanda del Norte], hasta que sus ciudadanos decidan otra cosa. Los irlandeses deber¨¢n aceptar la divisi¨®n de su pueblo." As¨ª lo corroboraba el propio Gerry Adams cuando aseguraba en marzo de 2000 que "la autodeterminaci¨®n para la poblaci¨®n de esta isla todav¨ªa tiene que conseguirse", exponiendo, por tanto, el equ¨ªvoco repetido por el Partido Nacionalista Vasco que identifica como causa del alto el fuego del IRA el "solemne reconocimiento del derecho a la autodeterminaci¨®n". Como los portavoces del IRA y del Sinn F¨¦in admiten, en absoluto se ha reconocido la autodeterminaci¨®n del pueblo irland¨¦s por la que han justificado su violencia. Al mismo tiempo, muchos son los activistas del IRA que definen como muy pobre el balance que pueden presentar despu¨¦s de tantos a?os de terrorismo, como pone de relieve la actual situaci¨®n en la regi¨®n. En primer lugar, es evidente que Irlanda del Norte contin¨²a bajo plena jurisdicci¨®n y soberan¨ªa del Reino Unido. Asimismo, desde octubre de 2002 permanece suspendida la limitada autonom¨ªa norirlandesa transferida tras el final de la violencia, sistema de gobierno ¨¦ste que en absoluto se correspond¨ªa con las pretensiones de autodeterminaci¨®n y unificaci¨®n del norte y el sur de Irlanda planteadas por el IRA. Mientras el unionismo norirland¨¦s ha aceptado sin alarmismo que Irlanda del Norte haya vuelto a ser administrada desde Londres, la ausencia de autonom¨ªa plantea otros problemas para los representantes del Sinn F¨¦in. Si ya resulta enormemente dif¨ªcil esconder el rotundo fracaso del IRA tras haber sido este grupo incapaz de conseguir sus prop¨®sitos mediante la violencia, a¨²n m¨¢s compleja es esta tarea cuando sus dirigentes ni siquiera disponen de una m¨ªnima autonom¨ªa con la que justificar en vano miles de muertes. Todo ello, no obstante, no ha provocado el retorno del terrorismo, exponi¨¦ndose as¨ª el error de quienes durante a?os insistieron en que la terminaci¨®n de la violencia exig¨ªa importantes transformaciones del marco jur¨ªdico y pol¨ªtico que no se han producido.
Debe indicarse que tanto en el caso de ETA como en el del IRA a menudo se subestima que sus dirigentes han elegido el terrorismo libremente tras descartar otros m¨¦todos. No es el terrorismo una simple expresi¨®n de protesta espont¨¢nea m¨¢s all¨¢ del control de los individuos que lo perpetran, ni una imposici¨®n o reacci¨®n inevitable a unas condiciones materiales e hist¨®ricas determinadas, sino una t¨¢ctica elegida entre un repertorio. De ah¨ª que se renuncie a la misma cuando los costes pol¨ªticos y humanos que de ella se derivan son elevados y cuando las expectativas de ¨¦xito desaparecen. Estos factores son los que en el IRA provocaron el cuestionamiento de la violencia que antecedi¨® al cambio de voluntad materializado en la conclusi¨®n de su campa?a y en la aceptaci¨®n de principios hasta entonces considerados como anatemas, entre ellos la entrega de armas y la participaci¨®n de una organizaci¨®n subversiva en el mismo sistema que intent¨® destruir. As¨ª pues, en el proceso de conclusi¨®n del terrorismo del IRA confluyeron tanto din¨¢micas internas que consolidaron en el propio grupo terrorista las cr¨ªticas hacia la continuidad de la violencia como adecuados comportamientos por parte de otros actores, esto es, partidos democr¨¢ticos y Estados, cuya firme respuesta fue la que llev¨® finalmente a la organizaci¨®n a juzgar su violencia como ineficaz. Parece ¨¦sta una l¨®gica v¨¢lida para nuestro ¨¢mbito, donde el terrorismo etarra puede argumentar una cierta eficacia mientras los representantes nacionalistas insistan en presentar como la clave para la consecuci¨®n de la paz el "acuerdo amable entre Espa?a y Euskadi" exigido por Ibarretxe en lugar de la erradicaci¨®n de esa amenaza terrorista que sigue impidiendo la convivencia entre los vascos. Por tanto, a 10 a?os del alto el fuego del IRA, el paralelismo entre ambos contextos constata la equivocaci¨®n de Ibarretxe al demandar al presidente del Gobierno "valent¨ªa, adem¨¢s de talante y sonrisas", para solucionar el conflicto vasco, pues es m¨¢s bien el nacionalismo democr¨¢tico el que debe exhibir ese valor tan imprescindible para la desaparici¨®n de ETA.
Rogelio Alonso es profesor de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad Rey Juan Carlos y autor de Matar por Irlanda. El IRA y la lucha armada (Alianza, 2003).
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