Sergio Ram¨ªrez y la revoluci¨®n sandinista
Hace 25 a?os, los (mayoritariamente) j¨®venes rebeldes del ej¨¦rcito sandinista entraron en Managua. Hab¨ªa ca¨ªdo la petrificada dictadura del clan Somoza, inaugurada en 1933 por el pater familias Anastasio Somoza Debayle y continuada por sus delfines Luis y Anastasio j¨²nior. Tacho padre fue el asesino de C¨¦sar Augusto Sandino, el heroico luchador por una causa que parec¨ªa imposible: la independencia de Nicaragua, territorio ocupado de hecho por los Estados Unidos de Am¨¦rica desde 1909 y elevado a protectorado por el astuto e ir¨®nico Franklin D. Roosevelt: "Somoza es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta".
La revoluci¨®n sandinista recibi¨® la bendici¨®n del entonces presidente Jimmy Carter, pero, naturalmente, fue objeto de una pol¨ªtica de sabotaje implacable por parte del presidente Ronald Reagan. Asimismo, internacionalmente, el sandinismo gan¨® entusiastas apoyos (el m¨ªo, desde luego) y rechazos igualmente fervorosos. De haber seguido el apoyo de Carter, ?habr¨ªan los sandinistas llevado a cabo en paz su programa de reformas sociales? ?O el radicalismo revolucionario le era inherente al Gobierno de Managua, independientemente de la pol¨ªtica seguida por los EE UU? Nadie vivi¨® estas cuestiones con mayor intensidad cr¨ªtica que mi amigo Sergio Ram¨ªrez, vicepresidente de la Nicaragua sandinista de 1979 a 1990.
Franco y reservado. C¨¢ndido y sagaz. Directo y calculador. Lib¨¦rrimo y disciplinado. Devoto de su mujer, sus hijos, sus amigos. Intransigente con sus enemigos. Elocuente en el foro. Discreto en la intimidad. Firme en sus creencias ¨¦ticas. Flexible en su acci¨®n pol¨ªtica. Religioso en su dedicaci¨®n literaria.
Un hombre de complejidad extrema, disfrazada por la tranquila bonhom¨ªa externa y revelada por el ¨¢nimo creativo en constante ebullici¨®n. En rigor, la vida de Ram¨ªrez posee dos grandes laderas: la pol¨ªtica y la literaria. No se entiende la primera sin la segunda, aunque ¨¦sta, la vocaci¨®n literaria, acabe por imponerse a aqu¨¦lla, la actuaci¨®n p¨²blica.
Cuando visit¨¦ por primera vez Managua en 1984, en medio del fervor de la fiesta revolucionaria, lo primero que me llam¨® la atenci¨®n fue el car¨¢cter inacabado de la ciudad. Los destrozos del gran terremoto del a?o 1972 no hab¨ªan sido reparados -ni por la dictadura somocista antes ni por la revoluci¨®n sandinista ahora-. La catedral era una ruina. Las calles no ten¨ªan nomenclatura. La ciudad le daba la espalda a1 lago. Lo usaba, adem¨¢s, para vaciar en ¨¦l las aguas negras.
Pregunt¨¦ a diversos funcionarios del sandinismo el porqu¨¦ de este abandono. La respuesta estaba en sus miradas antes que en sus palabras. Nicaragua estaba en guerra. La peque?a naci¨®n centroamericana, tantas veces invadida y humillada por los gobiernos de los Estados Unidos de Am¨¦rica, se defend¨ªa nuevamente contra el Coloso del Norte. E1 respaldo constante de Washington al dictador Somoza y sus delfines se hab¨ªa convertido en feroz oposici¨®n, ciega y arrogante, contra la modesta afirmaci¨®n de independencia del r¨¦gimen sandinista. Visit¨¦, con Sergio Ram¨ªrez, con la admirable Dora Mar¨ªa T¨¦llez, los hospitales llenos de ni?os mutilados y civiles heridos, v¨ªctimas de la Contra, dirigida y armada por Washington.
?C¨®mo no estar con este heroico grupo de hombres y mujeres que hab¨ªan cambiado para siempre la ruta hist¨®rica -dictadura, humillaci¨®n- de Nicaragua con una promesa de dignidad, por lo menos de dignidad? Bastaba esto para no indagar demasiado en pecados o pecadillos subordinados a dos cosas. Las pol¨ªticas internas de 1a revoluci¨®n; la campa?a alfabetizadora, en primer lugar. Y sus pol¨ªticas externas: la afirmaci¨®n de la soberan¨ªa frente a los EE UU. Sergio Ram¨ªrez lo dice con belleza, nostalgia y anhelo: "Inspirados en un enjambre de sue?os, m¨ªstica, lucha, devoci¨®n y sacrificio, quer¨ªamos crear una sociedad m¨¢s justa...". ?ste era el fin. Ram¨ªrez cuestiona hoy los medios: "... pretendimos crear un aparato de poder que tuviera que ver con todo, dominarlo e influenciarlo todo".
Los sandinistas se sent¨ªan "con el poder de barrer con el pasado, establecer el reino de la justicia, repartir la tierra, ense?ar a leer a todos, abolir los viejos privilegios..., restablecer la independencia de Nicaragua y devolver a los humildes la dignidad". Era el primer d¨ªa de la creaci¨®n. Pero en el segundo d¨ªa, el drag¨®n norteamericano empez¨® a lanzar fuego por las narices. ?C¨®mo iba a ser independiente el patio trasero, la provincia siempre subyugada? La pol¨ªtica de Ronald Reagan hacia Nicaragua atribu¨ªa a los sandinistas fant¨¢sticas e improbables haza?as contra Norteam¨¦rica: el Ej¨¦rcito Sandinista de Liberaci¨®n Nacional, dijo Reagan por televisi¨®n, pod¨ªa llegar en cuarenta y ocho horas a Harlingen, Tejas, cruzando velozmente a Centroam¨¦rica, todo M¨¦xico y la frontera del r¨ªo Bravo. El agredido se convert¨ªa en agresor "potencial". No: la agresi¨®n real estaba en la guerrilla de la Contra, en los puertos nicarag¨¹enses minados, en el desprecio total de Washington hacia las normas jur¨ªdicas internacionales.
Nicaragua se vio obligada a defenderse. Pero, una vez m¨¢s, la cuesti¨®n se plante¨® de modo radical. ?Se defiende mejor a la revoluci¨®n con medidas que limitan la libertad o con medidas que la extienden? La revoluci¨®n sandinista intent¨® ambas cosas. Se equivoc¨® al amordazar peri¨®dicos e imponer dogmas, sobre todo econ¨®micos, que, con o sin agresi¨®n norteamericana, no habr¨ªan sacado a Nicaragua de la pobreza, sino que aumentar¨ªan la miseria. La reforma agraria fracas¨® porque no se escuch¨® a los interesados, los propios campesinos. No se les dio confianza suficiente a los que la revoluci¨®n quer¨ªa beneficiar. E, innecesariamente, se le retir¨® la confianza a quienes no se opon¨ªan, sino que diversificaban a la revoluci¨®n: la incipiente sociedad civil.
En cambio, la revoluci¨®n se impuso a s¨ª misma la unidad a toda costa. "Dividirnos era la derrota. Los problemas de la democracia, de la apertura, de la tolerancia, iban a arreglarse cuando dej¨¢ramos atr¨¢s la guerra". Antes de la pi?ata, hubo la pi?a: todos los sandinistas unidos contra los enemigos reales e imaginarios, presentes o potenciales. Pero "uno se equivoca pensando que las amistades pol¨ªticas tienen una dimensi¨®n personal, ¨ªntima". La unidad frente al mundo ocultaba las diferencias de car¨¢cter, agenda, sensibilidad y ambici¨®n dentro de ¨¦ste o cualquier otro grupo gobernante: revolucionario o reaccionario, estable o inestable. Al cabo, los dirigentes no s¨®lo dejaron de escucharse entre s¨ª. "Dejamos de escuchar a la gente". Los sandinistas, nos dice Ram¨ªrez, supieron entender a los pobres desde la lucha, pero no desde
e1 poder. Se rompi¨® el hilo entre el Gobierno y la sociedad.
El modelo escogido no ayud¨®. Reflexiona Ram¨ªrez: "Probablemente, con o sin la guerra, el sandinismo hubiera fracasado de todas maneras en su proyecto econ¨®mico de generar riqueza, porque el modelo que nos propusimos era equivocado". ?Habr¨ªa otro? Seguramente. ?Falt¨® previsi¨®n, imaginaci¨®n, informaci¨®n? Sin duda. Pero hoy que el mundo es incapaz de proponer un nuevo paradigma de desarrollo que evite los extremos del zool¨®gico marxista y de la selva capitalista, ?podemos criticarle a Nicaragua que no haya intuido prof¨¦ticamente que es posible un capitalismo autoritario exitoso, como e1 que hoy practica China? Mejor haberse equivocado antes y no ahora".
Es triste y dram¨¢tica la conclusi¨®n de Ram¨ªrez: el sandinismo perdi¨® las elecciones porque el pueblo ya le ten¨ªa miedo al Gobierno. "Una poblaci¨®n desgarrada, cansada de conflictos", derrot¨® al sandinismo en las urnas. Y ¨¦ste es, acaso, el singular triunfo de la revoluci¨®n nicarag¨¹ense: "La revoluci¨®n no trajo justicia para los oprimidos ni gener¨® riqueza ni desarrollo. En cambio, respet¨® la voluntad electoral del pueblo". Trajo democracia. Ni Lenin ni Mao ni Castro hubiesen soltado as¨ª el poder.
La revoluci¨®n trajo democracia y a1 cabo trajo corrupci¨®n. E1 c¨®digo de ¨¦tica que era el santo y se?a de los j¨®venes sandinistas fue destruido por los propios sandinistas. "Las fortunas cambiaron de manos y tristemente, muchos de los que alentaron el sue?o de la revoluci¨®n fueron los que finalmente tomaron parte en la pi?ata". Sergio Ram¨ªrez no se rebaj¨® a recoger los cacahuetes del poder. No se arrodill¨® ante el dinero. Ten¨ªa la fuerza de un proyecto propio, personal, irrenunciable: la literatura.
Sergio Ram¨ªrez, sin perder nunca su primera vocaci¨®n, la de escritor, atendi¨® activamente a su segunda musa, la pol¨ªtica. Tal es la lecci¨®n vital de Ram¨ªrez: la revoluci¨®n no fue ni un fracaso absoluto ni un triunfo indiscutible, sino como lo deseaba Mar¨ªa Zambrano: Revoluci¨®n es Anunciaci¨®n. La revoluci¨®n en profundidad, a semejanza de la libertad misma, no se cumple totalmente, jam¨¢s: ambas son una lucha, palmo a palmo, por la cuota de felicidad posible que, dijo ya Maquiavelo, Dios nos ha dado a todos los seres humanos.
Carlos Fuentes es escritor mexicano.
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