El poder est¨¢ en otra parte
1. En un verano sin grandes estruendos medi¨¢ticos, la prensa se ha divertido con un debate aparentemente menor: ocho ministras posando para Vogue en la puerta de La Moncloa. Y, sin embargo, a m¨ª me parece m¨¢s relevante de lo que algunos dicen. Pasar¨¦ deprisa sobre aquellas cosas que ya sab¨ªamos y que el debate no ha hecho m¨¢s que confirmar. Una vez m¨¢s se constata que, tambi¨¦n en pol¨ªtica, a las mujeres se las juzga con mayor severidad que a los hombres, y que la raz¨®n patri¨®tica legitima cualquier payasada mientras que la raz¨®n de g¨¦nero es siempre sospechosa. De otro modo no se entiende que Zapatero pueda fotografiarse vestido de jugador de baloncesto y Rajoy de ciclista sin que ninguna de las almas sensibles que se sienten perturbadas por la falta de respeto institucional de las ocho ministras hayan sufrido el m¨¢s m¨ªnimo desasosiego.
Se constata tambi¨¦n que a los pol¨ªticos les cuesta aprender. Y que el poder tiende a bloquear la sensibilidad de las personas. ?No recuerdan las se?oras ministras el coste que tuvo para su partido la fascinaci¨®n por la ropa cara y por cierta ostentaci¨®n elitista? Podr¨ªa estar de acuerdo en cierta desacralizaci¨®n de los altos lugares del poder, pero no son los vestidos de alta costura el instrumento m¨¢s adecuado para esta iron¨ªa. El glamour es el grado cero de la iron¨ªa.
En fin, ¨²ltima constataci¨®n, en Espa?a no hay debates, sino alineaci¨®n de posiciones, confirmando la idea de William James de que el vicio m¨¢s com¨²n del esp¨ªritu humano es verlo todo en t¨¦rminos de s¨ª o no, de blanco y negro, sin matices intermedios. El simplismo sectario es la forma m¨¢s extendida de discutir: es leg¨ªtimo sospechar que algunos que han criticado a las ministras no lo hubiesen hecho si hubieran sido del PP, en cuyo caso otros que las han aplaudido ahora habr¨ªan sido severamente cr¨ªticos.
2. Sin duda, es un acontecimiento que un Gobierno alcance la paridad hombre-mujer. Y est¨¢ bien que las ministras utilicen recursos de la sociedad espect¨¢culo para hacerlo saber. Pero el tr¨ªo ministras-moda-Vogue en la puerta de La Moncloa es todo un manifiesto de los tiempos que corren, en que lo p¨²blico se inclina ante lo privado hasta ceder incluso un atrio que es s¨ªmbolo del poder. De modo inconsciente -porque si fuera consciente el grado de cinismo ser¨ªa alarmante- las ministras lo que han hecho con su sesi¨®n fotogr¨¢fica es levantar acta de la impotencia de la pol¨ªtica. Su ejercicio conecta perfectamente con los signos de los tiempos. La econom¨ªa se ha emancipado, sus leyes crean normas que los Gobiernos no se atreven a cuestionar, a pesar de los desastres provocados en algunos pa¨ªses. Al Estado se le permite poco m¨¢s que dar algunos servicios -cada vez menos, porque la privatizaci¨®n gana terreno- y enarbolar la bandera de la seguridad. El poder econ¨®mico globalizado se ha escapado, a los Gobiernos corresponde entretener los miedos de las clases medias y limitar los conflictos con los que llegan. Puesto que el poder cada vez est¨¢ m¨¢s en otra parte, la pol¨ªtica se agarra al espect¨¢culo como forma de mantener viva la ilusi¨®n de los que persisten.
Las fotos de Vogue no est¨¢n tan lejos del "talante" que ha sido prioridad estrat¨¦gica de Zapatero. Probablemente son una mala interpretaci¨®n de la consigna, un caso de exceso de celo. Pero ambos responden a la misma l¨®gica: la aceptaci¨®n de que, en realidad, no hay alternativa y que la aportaci¨®n del Gobierno socialista estar¨¢ en los detalles. La pol¨ªtica est¨¢ hecha cada vez m¨¢s de gestos para el consumo. Pero no se puede olvidar que consumir es un acto esencialmente solitario. Y que hacer de la pol¨ªtica una variante m¨¢s de la actividad consumista significa la liquidaci¨®n del espacio pol¨ªtico.
Zapatero ha anunciado el retorno de la pol¨ªtica. Pero al mismo tiempo ha asumido sin rechistar las exigencias de este poder desterritorializado: la competitividad y la productividad, con el inevitable acompa?amiento de la precariedad. ?ste es el horizonte ideol¨®gico insuperable de nuestro tiempo. Zapatero trata de compensarlo con una pol¨ªtica que podr¨ªamos llamar de desarrollo de los derechos civiles. Pero, ?realmente es compatible una promoci¨®n de verdad de los derechos de los ciudadanos -y, por tanto, la recuperaci¨®n de la pol¨ªtica como territorio compartido para la resoluci¨®n de conflictos- con las exigencias del economicismo dominante? ?Es posible garantizar el bienestar de la ciudadan¨ªa cuando la precariedad garantiza la optimizaci¨®n de los r¨¦ditos? ?Es pensable atender con dignidad a los inmigrantes que llegan cuando si se les espera es para proveer de mano de obra barata y sobreexplotada a ciertos sectores de la econom¨ªa? ?Es pensable reforzar las libertades de los ciudadanos bajo la presi¨®n de un clima de guerra contra el terrorismo que utiliza la seguridad para negar cualquiera de los problemas reales de supervivencia y desarrollo que hay en el mundo? ?stas son las cuestiones que la izquierda debe responder si quiere ser algo m¨¢s que un recambio para cuando la derecha se desgasta.
Unos tienen el poder y otros ponen el teatro. ?ste es el destino de la pol¨ªtica que corre impotente detr¨¢s de un poder n¨®mada globalizado al que la democracia le importa poco y que se siente libre de cualquier compromiso. Como ha escrito Zygmunt Bauman, "la pol¨ªtica se reduce a la confesi¨®n p¨²blica, a la exhibici¨®n p¨²blica de la intimidad y al examen y censura p¨²blicos de las virtudes y vicios privados; la credibilidad de la gente p¨²blica reemplaza la consideraci¨®n de qu¨¦ es y qu¨¦ deber¨ªa ser la pol¨ªtica: la visi¨®n de una sociedad buena y justa est¨¢ ausente del discurso pol¨ªtico". La pol¨ªtica convertida en producto de consumo para espectadores pasivos. Y, sin embargo, un Gobierno de izquierdas -que adem¨¢s lleg¨® sobre la cresta de la ola de un a?o de movilizaci¨®n ciudadana- deber¨ªa asumir que la ¨²nica alternativa realmente existente es la opini¨®n ciudadana como poder emergente. Gobernar, ?para qu¨¦? ?Simplemente, para gobernar? ?Simplemente, para crecer? ?Hay alg¨²n bien com¨²n compartible m¨¢s all¨¢ del oro y el miedo? ?sta es la pregunta que los Gobiernos no pueden ni quieren responder. Y precisamente por esta impotencia acaban dando el espect¨¢culo.
3. En este sentido, la fantas¨ªa de Pasqual Maragall de hacer del Parque de la Ciudadela de Barcelona unos Champs Elys¨¦es en miniatura para celebrar la Diada (la Fiesta Nacional de Catalu?a), forma parte de la misma l¨®gica de teatralizaci¨®n de la pol¨ªtica ante su impotencia. Un ejercicio de enfatizaci¨®n de los s¨ªmbolos por encima de las realidades que los sustentan. En un territorio, el de las identidades, que se est¨¢ convirtiendo en refugio ideal para la pol¨ªtica cuando ¨¦sta pierde peso. Todo es relato. Y el que tiene el libreto en la mano juega con ventaja. Pero los relatos para fraguar necesitan ser reconocibles, tener un grado suficiente de verosimilitud. Cuando la pol¨ªtica se aleja de la concreta realidad de las personas y de las cosas la ca¨ªda acostumbra a ser ruidosa. Naturalmente, la raz¨®n patri¨®tica se pondr¨¢ en marcha: en Catalu?a las cr¨ªticas ser¨¢n consideradas delito de lesa patria y en Espa?a se desplegar¨¢ todo el repertorio de la ret¨®rica nacionalista, con lo cual Maragall rentabilizar¨¢ la fiesta a corto plazo. Los te¨®ricos de la pol¨ªtica como simulacro tienen aqu¨ª un caso ejemplar. El simulacro del Estado que no se tiene y de la plenitud nacional -para decirlo en argot nacionalista- de la que no se dispone. ?La Diada como prefiguraci¨®n? Maragall dice que no es independentista y ha mostrado siempre gran empe?o en redimir Espa?a. ?Independentismo simb¨®lico? ??sta es la nueva figura que el tripartito nos propone para tiempos pospol¨ªticos? Decididamente, el poder est¨¢ en otra parte.
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